Capítulo 37

2.7K 196 47
                                    

La capa que le habían obsequiado en Lothlorien nunca se había sentido tan pesada antes. Pero, en ese momento, Légolas sentía que acababa de atarse una bolsa llena de piedras a la espalda. El aroma a menta le inundó las fosas nasales al instante en el que se envolvió en la tela gris. Entonces, inhaló profundamente, con tanta fuerza, que por un segundo, creyó que las costillas se le iban a romper. Los músculos se le tensaron y los párpados le picaban.

Isabelle apenas había usado la prenda durante unas cuántas horas, la noche anterior, pero había bastado para que esta quedara impregnada con su olor. Y, aunque Légolas se había repetido a sí mismo que volver a los aposentos de la elfa no le afectaría, comprobó lo equivocado que estaba.

Podía sentir su presencia. Podía verla caminando de un lado a otro, con su larga cabellera oscura ondeando detrás de su espalda. Podía escuchar su suave risa, mientras enfocaba sus orbes verdes en el cielo despejado. Podía...

La puerta se abrió con fuerza, azotándose contra la pared contraria. Légolas no tuvo tiempo de asustarse o comprender lo que estaba pasando, pues pronto sintió unos brazos rodeando su cintura y vio una pequeña cabecita escondida entre los pliegues de la capa.

—¡Larisa, ven aquí! —masculló entre dientes una mujer de cabellos castaños desde el otro lado del pasillo— ¡Lo lamento, mi Señor! No sé que le pasa, le dije que no estuviera molestándolo —jadeó, con la respiración entrecortada y las mejillas coloradas. Al parecer, había estado corriendo por todo el lugar—. Vamos, cariño. Él no tiene tiempo para...

—¡Quiero quedarme aquí! —chilló la niña.

—Larisa, no seas testaruda —balbuceó, nerviosa—. Lo lamento, mi Señor, nos iremos y...

—Descuide, está bien. A mí no me molesta —musitó el elfo, haciéndole un gesto con la mano—. Puede estar tranquila. Larisa y yo bajaremos en un momento.

La doncella lo miró con los ojos llorosos. Se quedó ahí unos cuántos segungos, y cuando comprendió que sería imposible persuadir a la niña de seguirla, hizo pequeña reverencia y se fue. El príncipe volvió a mirar a Larisa.

—¿Qué ocurre?

El rostro rojo y húmedo de la niña se separó de él.

—Mi madre —sollozó. Las lágrimas le brotaban en abundancia, rodando por su pulcra piel hasta caer sobre la tela del vestido—. Mi madre no quería que viniera a verlo...

—¿Ella es tu madre? —inquirió, señalando el pasillo vacío.

La niña asintió.

—¿Por qué no quería que vinieras a verme?

—Ella me prohibió venir porque no quería que y-yo...

—¿Qué pasa, pequeña?

—Mi Señora... está en un gran peligro.

Légolas palideció.

—¿Qué?

—¡Lord Kealev se la llevó! —sollozó. Sus grandes ojos se tiñeron de lágrimas y desesperación.

—No... —susurró el elfo, con suavidad. A pesar de que aquella sensación de vacío volvía a instalarse en su pecho, debía mantenerse sereno para calmarla— Lord Kealev es su hermano, Larisa. Él no se la llevó. Se... se fueron juntos.

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora