Capítulo 17

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—¿Estás bien, orejas picudas? —preguntó Gimli.

El príncipe tomó las cuerdas de Arod con fuerza y bajó la cabeza, incapaz de seguir viendo la gran muralla que se alzaba ante ellos.

—Yo... supongo —murmuró, inseguro.

Ambos se quedaron en silencio y siguieron avanzando entre los heridos.

Légolas tomó una bocanada de aire profunda y exhaló, tratando de mantenerse sereno. Aunque los recuerdos de lo que había pasado hacía apenas unas horas atrás, volvieron a golpearlo con fuerza. La imagen de su amigo siendo arrastrado por un trasgo hasta la orilla de un risco para después desaparecer en las profundidades del acantilado, lo habían dejado muy mal, emocionalmente. Lo había visto, segundos antes de caer, pero estaba lejos de él y cuando lo alcanzó, ya era demasiado tarde.

Pero, ¿cómo iba a explicarle eso a Isabelle sin lastimarla y sin derrumbarse él en el intento?

Durante todo el camino al Abismo de Helm, había sentido un pinchazo en el pecho que aumentaba conforme pasaba el tiempo y la realidad caía sobre ellos.

Aragorn estaba muerto.

Entraron a la fortaleza y observó con pesar que esta estaba atiborrada de gente en cada rincón. Las mujeres que habían huido por el otro camino, estaban amontonadas alrededor de Eowyn y no paraban de hacerle preguntas sobre el estado de alguien.

Légolas bajó del caballo, se lo entregó a los guardias y se introdujo en la ciudadela buscando a Isabelle, pero no la veía por ninguna parte.

—Eowyn, ¿qué ocurrió? —inquirió, acercándose a la joven.

—Nos atacaron, mi Señor.

Los ojos del elfo se abrieron, aterrados.

—¿Qué? ¿Pero están todos bien?

—Por supuesto. Menos mal, fue a unos cuántos metros del Abismo, por lo que recibimos ayuda de inmediato...

—¿Dónde está Isabelle? —preguntó, desesperado.

—La llevamos arriba para que pudiera descansar...

—¿Ella... está herida?

—Un poco. Lady Isabelle se enfrentó sola al grupo de orcos, mientras los demás buscábamos ayuda, así que recibió la peor parte.

Nina se acercó a él y se ofreció a guiarlo a la habitación en la que estaba la elfa, pues Eowyn se había marchado tan pronto como su tío entró al salón.

La mujer subió un par de escaleras y se detuvo frente a una puerta de madera.

—Dígale que estamos eternamente agradecidos por lo que hizo hoy por nosotros...

Légolas asintió, se despidió de ella y entró a la habitación, con la boca seca y el corazón acelerado. Adentro, había una pequeña cama y sobre esta, estaba la princesa.

Isabelle tenía los ojos cerrados y respiraba despacio, como si estuviera dormida. Légolas rodeó la cama, se arrodilló a su lado y tomó la mano de la elfa para cubrirla con las suyas. Ella abrió los ojos de inmediato.

—Légolas... —susurró, entre sorprendida y aliviada.

Se sentó al borde del colchón con dificultad, ignorando la sensación de vértigo que la embargó cuando se movió y lo abrazó.

—Hola, cariño. ¿Cómo te sientes? —preguntó, acariciándole las mejillas.
— Eowyn, me contó lo que pasó...

—Estoy bien...

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora