Capítulo 39

2.9K 218 42
                                    

—M-mi amor... —susurró el príncipe, soltando el arco para acercarse a ella.

—¿L-Légolas...? —titubeó— ¿Estás a-aquí? ¿Real-mente estás aquí?

El elfo se arrodilló a su lado. Sus ojos azules se habían vuelto grises y su mirada reflejaba miedo y desesperación.

—N-no hables, Isabelle —ordenó con voz temblorosa.

—Y-yo... lo lamento, Légolas —susurró—. N-no quería dejarte. N-no quería venir, p-pero Kealev...

Légolas se quitó la capa y sacó una de las dagas que llevaba en el carcaj, rompiendo la tela en tiritas lo suficientemente grandes como para atársela alrededor del abdomen.

—Te estaba buscando, pero él m-me trajo aquí y...

—L-lo sé, cariño. Lo sé.

—Debí haberte hecho caso esa noche. Debí... haberme quedado contigo cuando me lo pediste. Debí... debí... hacerlo...

El príncipe negó con fuerza, sin mirarla a los ojos. Con manos temblorosas, rompió el vestido de la princesa en la cintura y despejó la zona hasta que la herida estuvo completamente al descubierto.

Isabelle, con el corazón encogido, observó como la expresión de Légolas se acentuaba aún más. Sus cejas se curvaron exageradamente y sus ojos se cristalizaron, aterrados. El elfo entreabrió los labios para tratar de calmarla, pero las palabras parecían haberse esfumado.

Isabelle se relamió los labios. ¿La herida se veía tan mal como se sentía?

—S-se ve muy mal, ¿verdad? —preguntó la princesa con suavidad. A pesar del intenso dolor que estaba experimentado desde que Kealev la había apuñalado, estaba haciendo lo posible para mantenerse serena.

—N-no... —titubeó Légolas— Todo va a estar bien, ¿de acuerdo? Solo debo buscar un poco de athelas...

—Légolas...

—Pondré esto aquí, ¿sí? —anunció, tomando un trozo de tela y cubriendo la herida con ella. Isabelle se mordió la lengua, aguantando las ganas de gritar— Y t-tú harás presión para detener la hemorragia, mientras yo...

—Légolas...

—Debe haber athelas por aquí, ¿no? —siguió, haciendo caso omiso a su llamado— Buscaré un poco y luego... luego iremos a Rivendel.

—Légolas, por favor...

—N-no hables, Isabelle. Debes conservar tu energía. D-debes...

—Légolas —suplicó, al borde del llanto—. Por favor, mírame.

El príncipe parpadeó aturdido y se detuvo, como si despertara de una pesadilla en la que no podía tomar control de sus extremidades. Apartó las manos cubiertas de sangre fresca y se las pasó por la frente sudorosa, para finalmente, alzar sus ojos y conectar su mirada con la contraria.

—No encontrarás athelas aquí, ni en ningún otro lugar cerca, Légolas —aseguró con tranquilidad—. Y... aunque viajemos a caballo, nunca lle-garemos a Rivendel a tiempo.

Légolas negó, lentamente, suplicando en silencio para que la princesa no se diera por vencida.

—Mi amor...

—Estás aquí... E-eso es lo único que importa —susurró, sujetando la mano de Légolas con la suya.

—Por favor...

La elfa cerró los ojos. El sabor a hierro comenzaba a expandirse a través de la garganta de Isabelle hasta sus papilas gustativas, señal de que la hemorragia ya no era tan solo externa.

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora