Capítulo 34

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La lluvia no daba señales de detenerse.

En otras circunstancias habría sido hermoso contemplar ese tipo de clima en Minas Tirith, apreciar el agua cayendo sobre el jardín del palacio, siendo tomada más abajo por las personas de la ciudad para procesarla y usarla en sus casas, sentir la humedad y el frío en el cuerpo, y relajarse ahí. Pero la realidad no podía ser más diferente.

Las calles estaban repletas de soldados trabajando, sacando los cadáveres de los hombres, orcos, uruk hai y bestias que habían caído durante la batalla para apilarlos en carretas y llevarlos hasta afuera de los muros, para luego incinerarlos ahí. Habían montones y montones de ellos, y a pesar de lo inhumano que era quemarlos a todos juntos, no tenían otra opción. Eran demasiados cuerpos y habían cosas más importantes que tratar, como buscar, curar y alimentar a los sobrevivientes, aunque no hubieran muchos.

Afuera, los relámpagos y truenos le daban sinfonía a la trágica escena que se había desarrollado, acompañando a los sollozos, quejidos y lamentaciones provenientes del Gran Salón, lugar al que los heridos, mujeres y niños habían sido trasladados.

Isabelle se abrazó a sí misma para entrar en calor, mientras recorría la habitación de lado a lado, ansiosa. Ya casi anochecía y todavía no tenía noticias de Légolas y Larisa, lo que le estaba poniendo los nervios de punta. ¿Y si no había logrado encontrarla? ¿Y si les había pasado algo en el camino?

La elfa se sentó frente a la chimenea, mordisqueándose las uñas.

Su mente todavía no procesaba lo que había pasado el día anterior, todo había sido tan rápido, doloroso y duro que por momentos creyó haberlo soñado: la batalla en Minas Tirith, el enfrentamiento con el Nazgûl y el reencuentro con su hermano. Finalmente, había encontrado a la única familia que le quedaba, pero por algún motivo, seguía sintiéndose vacía por dentro. Tal vez, era el hecho de descubrir que no había otra manera de romper el pacto, pues a pesar de que se había resignado a su destino, no podía evitar sentirse decepcionada, cansada y triste.

—¡Isabelle! —llamó una voz gruesa, desde el otro lado del Gran Salón.

La princesa de Vêydna se puso de pie abruptamente con una pequeña sonrisa asomando en su pálido rostro.

—¡Gimli, Aragorn! —chilló.

El enano y el montaráz se detuvieron junto a ella y la envolvieron en un cálido abrazo.

—¿Por qué nadie nos avisó que ya habías despertado? ¡Estábamos muy preocupados por ti! —exclamó Aragorn, mientras se apartaban.

—Lo lamento, no quise preocuparlos...

—¿De qué hablas? ¡No es culpa tuya que esa cosa haya intentado devorarte, Isabelle! —bufó Gimli.

La elfa trató de sonreír, aunque sin mucho éxito.

—¿Dónde estaban ustedes dos, de todos modos? —inquirió, cambiando súbitamente de tema.

—Oh, bueno... —Gimli se rascó la barba, mirando a su amigo de soslayo— No sé si lo supiste, pero el rey Theoden está... bueno, él está muerto.

Isabelle soltó un débil gemido.

—Por Eru... ¿Cómo... cómo es posible?

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora