Capítulo 36

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La voz de Gandalf se escuchaba lejana, como un zumbido en los oídos del elfo. Aún así, no era necesario prestar demasiada atención a sus palabras para saber lo que estaba diciéndole a los demás en la habitación.

«Isabelle... ha desaparecido. Me temo que Kealev y ella huyeron juntos y planean encontrar a Sauron. Lo lamento, Légolas. No pude hacer nada para convencerla», había dicho Mithrandir, entrando a la sala de armas con el rostro pálido y la respiración acelerada.

Después de eso, la partida a la Puerta Negra se había retrasado y el mago les estaba explicando la situación a sus aliados de confianza en el Gran Salón.

Légolas había querido decirle que no lo hiciera, que Isabelle hubiese preferido mantener el pacto en secreto hasta el final, pero las palabras simplemente no le salían. Su mente no dejaba de revivir la última conversación que tuvo con la elfa, susurrándole con malicia que había tenido la posibilidad de detenerla, de convencerla o incluso obligarla a permanecer en Gondor hasta que el Anillo fuese destruido, pero simplemente la había dejado ir.

La había perdido, probablemente para siempre.

—¿Por qué nadie nos dijo lo que estaba pasando? —preguntó Gimli, cuando el Mago Blanco terminó de contarles con lujo de detalles lo que Isabelle y él habían descubierto el último mes— ¿Por qué no nos advirtieron antes? Pudimos haberla convencido de...

La voz del enano se fue apagando de a poco. Sus grandes ojos se dirigieron a Légolas y se quedó en silencio cuando vio la expresión en su rostro: sus orbes azules se habían vuelto grises y sus labios estaban cerrados con tanta fuerza, que comenzaban a tornarse blancos, como el resto de su piel. Su mirada estaba fija en la chimenea, a pesar de que no había ningún fuego que contemplar.

Gimli, por primera vez en su vida, sintió empatía por uno de su especie.

—Isabelle no quería que nadie lo supiera —respondió Gandalf, después de un rato—. Estaba... avergonzada de la decisión de sus padres y estaba decidida a hacer lo posible para romper el pacto.

—Pero ella no pidió ser parte de esto. No es su culpa... —susurró Aragorn.

—No es así como ella lo ve —repuso el mago—. Isabelle sufrió mucho cuando su pueblo fue masacrado. Perdió a su familia, a su gente. Estaba completamente sola y desamparada. Pero... encontró a una nueva familia —dijo, mirando a los miembros de la Comunidad presentes en el salón—. Luego, cuando descubrió la verdad, su mundo se vino abajo por segunda vez al descubrir que todo lo que estaba pasando, se debía a la decisión de los reyes de Vêydna.

—Entonces... ¿significa que ya no es necesario que Frodo destruya el Anillo? —cuestionó Pippin, con los ojos rojos y el rostro hinchado.

—No lo sé, Peregrin —exhaló Gandalf, con pesar—. Saruman nos dio soluciones muy vagas, pero... realmente no sabemos lo que pasará ahora. Incluso existe la posibilidad de que todo haya sido un invento suyo, una trampa.

Aragorn se pasó las manos por el cabello, afligido.

—¿Qué se supone que haremos ahora?

—Me gustaría decirles que tengo un plan para sacarlos de ahí, pero... me temo que esta vez, las cosas están fuera de mi alcance.

—¿No haremos nada? —musitó el montaraz, incrédulo.

Gandalf asintió.

—No sabemos dónde están, y aunque lo supiéramos, ya no tenemos tiempo, Aragorn. Isabelle y Kealev tomaron una decisión, y nosotros... no somos quiénes para impedir que... —se detuvo de golpe, dándose cuenta de lo que estaba a punto de decir. Su semblante tembló—. No sabemos lo que pasará cuando Sauron los tenga en su poder. Así que, nuestra única esperanza ahora, es Frodo. Debemos seguir adelante con el plan y darles tiempo suficiente para que destruyan el Anillo.

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora