—Lo siento, pero no pueden ver al rey con armas —repitió el hombre de cabellos castaños con una mueca de desagrado—. Son órdenes de Grima, Lengua de Serpiente.
Isabelle frunció las cejas, cabreada. Durante los dos días de viaje desde Fangorn a Edoras, había imaginado una bienvenida más acogedora por parte de los aldeanos, pero apenas pisaron las tierras de los rohirrim, una sensación de desesperanza los embargó. Las personas los observaban con melancolía y tristeza, como si estar allí, significara un martirio. Además, los guardias que vigilaban la entrada principal, se habían encargado de quitarles a Hasufel y Arod tan pronto ingresaron a la ciudad, diciendo que Éomer no tenía derecho a regalarlos, pues había sido desterrado de Rohan y los corceles pertenecían al rey.
—¿Grima? —preguntó Gandalf, con desconfianza— ¿Desde cuándo es el consejero del rey?
—Desde que el rey enfermó —respondió el guardia.
—Ah, ya veo...
El hombre entornó los ojos, tratando de mantenerse sereno, mientras el anciano frente a él volvía a desviar el tema de conversación para evitar entregar sus armas.
—Escuche, señor... Entiendo que sus intenciones probablemente sean buenas y sea un viejo amigo de nuestro rey, pero Lengua de Serpiente fue bastante claro cuando pidió que no hubieran excepciones —aclaró.
—Sí, tienes razón —sonrió el mago—. De todas formas, será una visita muy corta y no vale la pena meterlos en problemas, sabiendo de lo que es capaz ese loco de Grima.
La elfa lo observó de soslayo solo para comprobar que aquellas palabras habían surtido el efecto esperando en los guardias de Edoras. Gandalf estaba siendo gentil con ellos para ganarse su confianza.
—Ya oyeron, dejen sus armas aquí —ordenó Mithrandir a sus acompañantes—. Vendremos a buscarlas, apenas hayamos terminado con... nuestro asunto.
Aragorn, Gimli, Légolas e Isabelle entregaron las espadas, arcos, hachas y dagas de mala gana, temiendo a que nunca volverían a verlas. Pero debían obedecer al hechicero, si querían que su plan funcionara a la perfección.
—También debe entregarnos su báculo —pidió Hama, dirigiendose a Gandalf.
Las manos del mago se cerraron con fuerza alrededor de su cayado y sus espesas cejas se curvaron, suplicantes.
—No... No puedo dejarlo aquí. Lo necesito para moverme —titubeó, con fingida vulnerabilidad—. No alejarás a un viejo de su bastón, ¿o sí?
Isabelle se mordió el labio inferior tratando de contener una carcajada que salió camuflada en forma de tos.
Hama lo miró con las cejas fruncidas, escudriñando el rostro de Gandalf para descubrir si había algo sospechoso en él. Luego, se volteó y hablando en la lengua de los rohirrims, dió la orden para que pudieran pasar. Las puertas del palacio se abrieron de par en par con un sonido chirriante.
Aragorn y Légolas tomaron los brazos de Gandalf y entraron al palacio ayudándolo a sostenerse, aunque los cuatro cazadores sabían que no necesitaba ayuda, debían ser cautelosos si querían que nadie descubriera sus verdaderas intenciones.
El salón del rey estaba oscuro, iluminado a duras penas por un par de antorchas en las paredes. Adentro hacía un frío terrible y el silencio era escalofriante. El lugar tenía un montón de mesas desordenadas apiladas a los lados y olía a humedad y moho, dando la impresión que se trataba de un viejo comedor abandonado. Y, al final de la habitación, como una escultura a medio terminar, había un hombre encorvado sobre un enorme trono dorado. Las ropas parecían pesarle sobre los hombros y de cerca parecía ser tan viejo, como el salón mismo. Las barbas grises casi le tocaban las rodillas y sus ojos grises parecían estar perdidos en la nada.
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Una batalla por el Amor [Légolas]
Fiksi Penggemar"A veces, debemos hacer sacrificios por aquellos que amamos". [EN EDICIÓN] Puede que haya ligeros cambios en los capítulos, pero eso no afecta el desarrollo original de la trama. ADVERTENCIA‼️ Incluye algunos capítulos con escenas +18, así que si no...