Capítulo 40

3K 195 38
                                    

—¿Mi Señor? —Légolas abrió los ojos y se incorporó en la silla de golpe, sobresaltado— Lo siento. No era mi intención asustarlo —se disculpó la voz junto a él.

El príncipe, un poco más calmado, echó un vistazo alrededor y comprobó, entre aliviado y decepcionado, que todo seguía igual que hacía cuatro días: la habitación seguía igual de silenciosa, los elfos curanderos seguían entrando y saliendo con hierbas y pociones medicinales, y ella seguía tendida sobre la cama, con los ojos cerrados y la piel de un pálido translúcido, como si estuviera muerta, a pesar de que lord Elrond le había asegurado que no lo estaba y que pronto despertaría. Pero pasaban los días y la princesa no mostraba ninguna mejoría.

«No debemos perder las esperanzas. Depende de eso, ahora», había dicho Gandalf, después de comprobar que Isabelle aún tenía pulso. Era muy débil y apenas perceptible, pero seguía viva. Seguía ahí, con él.

—Glorfindel... ¿Qué ocurre?

—Hay alguien que necesita hablar con usted, mi Señor.

—¿Qué? —preguntó— ¿Quién?

—Debe acompañarme a la biblioteca. Será solo un momento.

—¿Quién quiere hablar conmigo, Glorfindel? —insistió con firmeza.

Glorfindel hizo una mueca con los labios, probablemente, molesto por el comportamiento testarudo del príncipe.

—Será mejor que venga cuánto antes, mi Señor.

—No —cortó, tajante—. Primero, quiero saber de quién se trata y por qué es tan urgente que vaya.

—¿Acaso debo pedir una audiencia antes para hablar con mi hijo? —inquirió una voz a su espalda.

Légolas se quedó inmóvil, sin despegar sus ojos del elfo de Rivendel, tratando de descubrir si había imaginado una segunda voz o si realmente se trataba de él. De su padre.

—Puedes retirarte, Glorfindel —espetó el rey con neutralidad. Glorfindel hizo una pequeña reverencia a ambos elfos y salió de los aposentos con una expresión de hastío. Légolas nunca lo había visto tan ofendido—. ¿No vas a saludar a tu padre? —preguntó Thranduil, cuando estuvieron completamente a solas.

Légolas tragó saliva, se puso de pie y se volteó tan lento como su entumecido cuerpo le permitió, hasta que finalmente estuvo frente a su padre. El rey llevaba puesto un traje plateado a juego con su cabello y una delicada corona dorada sobre la cabeza. A pesar de que no lucía tan mosqueado como de costumbre, había algo en su mirada que encendió sus alarmas.

—Padre... —musitó e inclinó la cabeza.

Thranduil alzó el mentón y miró la habitación en la que se encontraban. Sus penetrantes ojos azules vagaron desde las cortinas aterciopeladas y se arrastraron por las paredes marrones, hasta la cama ubicada en el rincón del cuarto para detenerse de manera lenta y casi tortuosa sobre Isabelle.

—Así que... esta es la hija de Thengel.

A Légolas se le tensó el rostro y su postura se volvió rígida. Sin decir nada, se acercó más a la cama y se interpuso entre esta y el Elfo Mayor, ocultando con su cuerpo a la princesa de la mirada inquisitiva de Thranduil. El rey entrecerró los ojos por un segundo y sus facciones se endurecieron.

—Supongo que por esto no querías ir a verme —dijo con tono sombrío.

—¿Qué estás haciendo aquí, Padre?

Thranduil se enderezó y cerró la puerta tras él. Estaba evidentemente dolido y molesto por alguna situación que el príncipe desconocía. ¿Acaso había ido a regañarlo?

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora