Capítulo 24

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—¿De qué estás hablando? —murmuró Isabelle. Su voz le parecía extraña, como si fuera completamente ajena a su persona— Mis padres... no hubiesen sido capaces de hacer algo así.

Saruman alzó una ceja.

—¿Alguna vez estuviste en el mismo lugar que el Anillo, Isabelle? —ella se quedó en silencio, incapaz de admitirlo— Te afectó de alguna manera, ¿no es así?

El recuerdo de ella conociendo a Frodo la golpeó de lleno. Por supuesto que recordaba la sensación de aquella vez: su cuerpo quemándose como una hoja seca, aún cuando tenía la certeza de que allí no había nada.

—La sangre llama a la sangre... Tu esencia está impregnada en la memoria de ese Anillo, por eso reaccionó así ante tu presencia —explicó con simpleza—. Él está buscando a su Amo y sabe que si llega a ti, le será fácil ser encontrado.

Isabelle negó. El nudo en su garganta se deshizo y los sollozos no tardaron en escapar por entre sus labios. Las palabras se le quedaron atoradas en los labios, pero ¿qué más tenía que decir? ¿Cómo podía seguir negando la verdad, cuando en el fondo de su corazón, sabía que el mago estaba siendo sincero?

Sus piernas se doblaron y ella cayó sobre sus rodillas sin cuidado alguno. Aunque el dolor físico no se comparaba al dolor que estaba sintiendo por dentro. Se sentía decepcionada, traicionada y estúpida. ¿Cómo podría explicarle a sus amigos que estaban arriesgando sus vidas por un capricho de sus padres? ¿Cómo podría mirar a Légolas a la cara, después de saber la verdad? ¿Cómo había tenido el descaro de luchar hombro a hombro con tantas personas inocentes, cuando ella era la culpable de todo lo malo que estaba pasando?

La elfa levantó la cabeza y se encontró con el Mago Blanco, mirándola expectante. Tal vez lo había imaginado, pero creyó ver un destello de compasión en los ojos de Saruman.

—... Sauron jamás les explicó lo que provocaría esta decisión... —estaba diciendo.

El hechicero avanzó hasta la silla negra, dándole la espalda nuevamente.

—Estaban a punto de cometer la mayor locura de la historia, pero a los ojos de tus padres, ese era el mayor acto de amor, Isabelle. Puede que los odies por lo que hicieron, pero créeme que en algún momento, vas a entenderlo y el perdón será algo inevitable.

La princesa se puso de pie a duras penas, haciendo todo lo posible para evitar volver a llorar.

—¿Qué tipo de acto de amor es ese? —espetó con asco— Le salvaron la vida a mi hermano, pero a cambio... sacrificaron muchas más.

Retrocedió y se sorprendió cuando se dio cuenta de que las puertas estaban abiertas de par en par.

—El linaje Lumëil está condenado a la extinción, y al menos para mí, eso jamás será considerado un acto de amor —masculló.

Avanzó hacia la salida, con el estómago revuelto y el corazón hecho jirones. Ni siquiera era capaz de pensar con claridad, lo único que quería, era salir de ahí.

—Isabelle... —llamó el mago.

La elfa se volteó. Saruman se acercó lentamente y le extendió la mano. Al principio, creyó que quería despedirse, pero descartó la idea cuando el hechicero abrió el puño, dejando a la vista una pequeña botella de cristal con un líquido carmín en su interior.

—¿Qué es esto?

—Un regalo.

—No necesitas darme nada...

—Tómalo.

Isabelle frunció el entrecejo, pero lo aceptó.

—¿Qué debo hacer con esto?

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora