Capítulo 31

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A pesar de que los hombres de Theoden habían encendido una fogata lo bastante grande como para calentar a todos en el campamento, la noche seguía siendo una de las más frías en los últimos meses. El viento soplaba con fuerza colándose por entre las rendijas de las tiendas, por lo que no importaba realmente si estaba adentro o en la intemperie, la temperatura seguía siendo igual de baja.

—Creo que Eowyn y su doncella prepararon sopa... Iré a comer para calentar el cuerpo. ¿Quieres que te traiga un poco, orejas picudas? —preguntó el enano.

—Gracias, pero no tengo hambre, Gimli —musitó Légolas por lo bajo.

Gimli frunció el entrecejo.

—¿Cuánto tiempo más planeas estar sin comer? —inquirió, preocupado— Entiendo que tu raza sea fuerte y resistente por naturaleza, pero nadie sobrevive a una guerra sin alimentarse adecuadamente, principito —agregó con dureza.

Los dedos de Légolas comenzaron a jugar con una de las flechas de su carcaj, centrando toda su atención en ella como si fuera la cosa más interesante que hubiese visto jamás.

—Comeré luego, Gimli —musitó, tratando de tranquilizarlo—. Las sopas no son de mis platillos favoritos, y... que los Dioses me perdonen, pero menos si las prepara Eowyn —añadió con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Los labios le temblaron ligeramente y su rostro se volvió a apagar, dejando a la vista los dos círculos oscuros que se habían formado en su rostro, justo debajo de los ojos. Se veía cansado y desanimado, como si no hubiese dormido en días.

—No me importa si tienes hambre o no te gusta la sopa —gruñó Gimli—. Me esperarás, te traeré comida y no te moverás de aquí hasta que no quede ningún resto, ¿entendido?

Légolas lo miró durante unos segundos, para luego volver su atención a las flechas junto a él.

—Comeré más tarde, Gimli.

El enano arqueó una ceja con desconfianza.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—Bien... —masculló después de un rato— Te lo dejaré pasar por ahora, pero más vale que vayas antes de que amanezca o te las verás con mi hacha, ricitos de oro.

Légolas asintió y lo observó mientras desaparecía entre las tiendas, en dirección a la fogata que habían encendido para cocinar. Luego, se volvió hacia su propia fogata y suspiró profundo.

El enano tenía razón, eso era innegable, pero siendo totalmente sincero consigo mismo, sobrevivir en la batalla era lo que menos quería en ese momento.

Había vivido miles de años y en todo ese tiempo, solo se había sentido atraído de forma romántica dos veces: la primera fue con Tauriel, la comandante del ejército del Bosque Negro. Tauriel era una guerrera fuerte, ágil y astuta, pero sus sentimientos se habían reducido a vagas esperanzas que murieron con el paso del tiempo. Y la segunda fue Isabelle, quién revivió aquellos sentimientos hasta convertirlos en algo mucho más grande que una simple atracción. Al principio, trató de resistirse con todas sus fuerzas para no volver a sufrir otra decepción, pero el sentimiento no hacía más que crecer cada segundo que pasaba a su lado, hasta que finalmente se dio por vencido y aceptó que estaba estúpida e irremediablemente enamorado de ella.

Isabelle le había dado un nuevo propósito a su vida: sobrevivir para comenzar a ser feliz, para volver a vivir.

Cuando estaban juntos, el dolor de las pérdidas que había sufrido en el pasado se hacía más soportable porque finalmente había encontrado a quién estaría a su lado por el resto de su vida. Ya no se sentía solo por las noches, ya no se sentía vacío por dentro. Estaba completo.

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora