Capítulo 29

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«El pueblo élfico de Vêydna fue construido en el corazón del bosque con el mismo nombre, producto de la unificación de los clanes noldor y silvano, a los cuales pertenecían Eleanor y Daemund antes de convertirse en los monarcas del pueblo, siendo elegidos por el Alto Rey como los encargados de proteger y preservar el bosque y con él, las Estrellas del Sur.

A pesar de que reinaron en paz y en completa armonía durante los primeros siglos, fue solo cuestión de tiempo para que la oscuridad que surgió con la caída de Numenor llegara a las puertas del palacio, obligando a los soberanos a tomar parte de una guerra que amenazaba con destruirlos no solo a ellos, sino que también al resto de la Tierra Media.

Eleanor y Daemund participaron en cada batalla con el propósito de proteger a su país, sin embargo, poco después de la fabricación del Anillo Único, nació el primogénito de los monarcas, provocando que éstos dieran un paso al costado y se desvincularan de la guerra. Este hecho detonó la ruptura de lazos entre Vêydna y la mayoría de pueblos de la Tierra Media.

Años más tarde, el príncipe heredero falleció. No obstante, Vêydna no volvió a involucrarse en la guerra contra el Señor Oscuro ni en ninguna otra de la que se tengan registros»

Isabelle se masajeó las sienes por enésima vez en lo que iba del día, para luego enrollar el pergamino con una mueca de desagrado y estrés, arrojándolo con los otros que estaban amontonados sobre la enorme mesa de la biblioteca.

—¿Encontraste algo? —preguntó el mago, mirándola desde el otro extremo del lugar.

—Solo un par de líneas sobre el origen de Vêydna, la supuesta muerte de mi hermano y cómo mis padres desertaron durante la guerra —bufó, exasperada.

—¿La supuesta muerte de tu hermano? —repitió— ¿Osea que no hay indicios de adónde pudo haber ido?

La elfa negó.

—¿Y había algo sobre el pacto?

Isabelle echó un rápido vistazo alrededor para comprobar que nadie los estaba escuchando y volvió a negar.

—Ni siquiera había información sobre mí —susurró en voz baja—. Al parecer, era verdad que nadie más sabía sobre esto.

—Supongo que tendremos que seguir buscando —resopló el hechicero.

Ella se mordió la mejilla interior, aguantándose las ganas de pedirle que detuviera aquella búsqueda sinsentido y se enfocara en planear la estrategia para defender la Ciudad Blanca del ataque de Sauron. No sabía exactamente cuánto tiempo les quedaba para que el enemigo llegara a Minas Tirith, pero estaba segura de que cada segundo que pasaban en la biblioteca disminuía sus posibilidades de mantenerse firmes durante la batalla.

—No vamos a encontrar las respuestas que buscamos, Gandalf —musitó, con voz neutra—. Ni aquí, ni en ningún otro lugar.

—Isabelle... —comenzó, pero se detuvo cuando la puerta se abrió de golpe.

—Mithrandir —jadeó el soldado, apenas lo vio. Era el hombre que los había escoltado al salón del trono, el día anterior—. Mithrandir, necesitamos su ayuda.

—¿Qué ocurre?

—Los Nazgûl... están a punto de invadir la ciudad.

Gandalf se puso de pie de sopetón.

—¿De qué estás hablando?

Isabelle ni siquiera se movió. Sus ojos almendrados se abrieron de par en par y su respiración se volvió pesada.

—Ellos vienen tras la guardia del señor Faramir y ya están a punto de alcanzarlos.

El mago tomó el bastón que reposaba contra un enorme librero y avanzó hacia la salida a grandes zancadas.

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora