Capítulo 33

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Después de semanas de insomnio, visiones aterradoras y pesadillas perturbadoras, finalmente pudo entregarse a los brazos de Morfeo, cayendo en un cómodo y placentero sueño. No pensó en nada, no recordó nada, ni sintió dolor alguno.

Al menos, no hasta que despertó.

El techo gris de la habitación le daba vueltas alrededor de la cabeza, y las paredes se abrían y cerraban sobre ella, dándole la sensación de estar atrapada en una jaula.

Poco a poco, el dolor a lo largo de su cuerpo comenzó a aumentar y con él, los recuerdos de lo que había pasado.

La batalla en Minas Tirith, la lucha contra las fuerzas del enemigo, la presencia de un Nazgûl, su encuentro con la criatura y por último, aquella voz susurrando cerca de su oído, rogándole que no se durmiera, que abriera los ojos y no se entregara a la oscuridad. Aunque estaba segura de que no había sido más que una alucinación, recorrió la habitación con la mirada lentamente, con la esperanza de encontrarlo a su lado.

Pero no había sido más que un sueño.

—Isabelle... —una figura alta se encorvó sobre su cuerpo, cerrándole el campo de visión— ¿Te sientes bien? ¿Te duele algo?

La elfa trató de incorporarse, asustada.

—Tranquila, pequeña... —musitó la voz— No te fuerces a ti misma. Estás muy débil todavía.

—Légolas... —jadeó, con la voz temblorosa. La garganta reseca le quemaba— Légolas, ¿dónde está?

—No hables, Isabelle —ordenó una segunda voz—. Debes descansar.

—¡No! —gritó, intentando incorporarse en la cama— ¡¿Dó-dónde está?!

—Él está bien. Fue a buscar a Larisa, como se lo pediste.

La princesa se echó hacia atrás, mareada. ¿En qué momento le había hablado sobre Larisa? ¿Acaso le había dicho algo más?

Las punzadas de dolor aumentaban conforme iba pasando el tiempo y conforme se movía, por lo que, se obligó a sí misma a relajarse.

Inhaló y exhaló lentamente, recuperando la calma.

El mundo dejó de sacudirse de pronto y su visión se volvió más clara. No podía identificar con seguridad el lugar en el que estaba, pero a juzgar por la decoración en las paredes, las cortinas aterciopeladas y la cama en la que se encontraba tendida, podía intuir que era uno de los aposentos en el castillo de Minas Tirith.

A su lado, encorvado con una expresión de extrema preocupación y angustia, estaba Mithrandir. Y detrás de él, inmóvil y pálido, estaba Kealev.

Sus miradas se conectaron por unos breves segundos, los suficientes para armar el rompecabezas que había descubierto antes de desmayarse.

¿Quién era realmente Kealev? ¿Por qué, desde su llegada a la ciudad, se sentía tan intrigada por la presencia del soldado? ¿Por qué sentía que había algo que los enlazaba, aún cuando acababan de conocerse? Y, ¿por qué su rostro le era tan familiar, ahora que lo analizaba con detenimiento?

—Tú... —musitó en un susurro inaudible.

—Bebe esto, pequeña. Disminuirá un poco el dolor y te ayudará a recuperarte más rápido.

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora