Capítulo 23

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Las enormes puertas de la Torre Negra se cerraron inmediatamente después de que la elfa y el mago entraran, dejándolos atrapados en el silencio y en la oscuridad del lugar.

Isabelle contuvo la respiración, tratando de mantener la calma y no ceder ante el miedo, pero era imposible. Se quedó quieta durante unos segundos, hasta que sus ojos se adaptaron a la oscuridad.

—¿Dónde está? —preguntó a la figura delante de ella.

—Arriba —respondió el mago.

Gandalf encendió la punta de su báculo y apuntó hacia la enorme escalera negra en forma de caracol que había en medio del vestíbulo.

—Debe estar esperándonos —dijo en voz baja—. Subamos, antes de que los demás vengan a buscarnos.

La elfa tragó saliva y avanzó detrás de Mithrandir, ignorando las desenfrenadas palpitaciones de su corazón y el sudor frío que le recorría la espina dorsal, helándole la sangre.

Subieron la escalera en silencio, alertas por si llegaban a encontrarse con algún enemigo que les bloqueara el camino, sin embargo, la torre parecía estar completamente abandonada. Se detuvieron en el último piso y atravesaron el largo pasillo, en dirección a unas enormes puertas dobles de metal. Eran tan grandes y gruesas, que ni siquiera un Ent o el mismísimo Balrog podría derribarlas.

—Isabelle... —llamó Gandalf, deteniéndose frente a la entrada— ¿Estás segura de esto? ¿De verdad quieres... hablar con Saruman?

La princesa lo miró. La luz del bastón le iluminaba el costado del rostro, dejando a la vista las enormes ojeras que enmarcaban los ojos del mago.

—No es bueno desenterrar los secretos que otros han decidido ocultar —continuó—. Tal vez esto solo se convierta en una carga para ti, Isabelle.
Podemos irnos y fingir que nada de esto pasó...

—¿Y si aquel secreto es realmente importante? —preguntó con un nudo en el estómago— N-necesito saber por qué Saruman dijo todo eso sobre mis padres. Debo... debo saber qué fue lo que pasó realmente —titubeó—. Sé que es una decisión irreversible, pero si no lo hago, nunca... nunca podré enmendar los errores que cometieron mis padres.

—Supongo que tienes razón...

—Esta es la única oportunidad que tengo para saber toda la verdad, Gandalf.

—¿Estás lista, entonces?

Isabelle asintió.

—Yo... creo que lo mejor es que hable a solas con Saruman.

Gandalf frunció el entrecejo con recelo.

—No. Es muy peligroso. Podría intentar hacerte algo o usarte para escapar...

—Él no va a hacerme daño, y si lo intenta, estoy segura de que podré defenderme —repuso de inmediato—. Debe cooperar con nosotros, si quiere salvar su pellejo, así que no estará a la defensiva.

El mago la miró afligido.

—¿Estás segura de que quieres estar a solas con Saruman?

Isabelle volvió a asentir.

—De acuerdo. Entonces, me quedaré aquí, pero estaré atento a cualquier movimiento extraño.

La dama de Vêydna apuñó ambas manos y con las piernas temblando a cada paso, caminó hasta la puerta de metal. Esta se abrió inmediatamente, dejando a la vista una enorme sala oscura, iluminada por un delgado hilo de luz solar que entraba por un pequeño balcón.

La elfa no tardó en ver el bulto blanco que yacía sentado al otro lado de la habitación, de frente a ella.

—¡Vaya, que sorpresa! —exclamó el mago apenas la vio, incorporándose en su trono— ¿No es esta acaso la princesa Lumëil? ¿A qué le debo el honor?

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora