Capítulo 48

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La primera vez que me sentí solo fue cinco días después de que Sharon se fuera. Luego de haber sobrevivido a la furia de Donald por la partida de su mujer, me dejó solo en la casa y se fue a uno de sus viajes de negocios. Había una chica de limpieza, pero recuerdo que yo no le agradaba mucho, ni ella a mí.

Me quedé acostado en la cama de mi habitación durante horas hasta que me dio hambre y salí en busca de comida. Pude prepararme unos sándwiches de jalea, no pude ponerle mantequilla de maní porque no pude abrir el frasco. Necesitaba la ayuda de un adulto. Cuando la noche llegó, vino acompañada de una tormenta. No dormí esa noche, aterrado por la soledad y el silencio que había dentro de esa casa. Mi madre ya no estaba para arroparme, ya no estaba para protegerme del miedo. Simplemente ya no estaba.

La realidad de mi soledad fue notable para mi maestra de segundo grado cuando, al día siguiente, fui a clases sin bañarme y sin absolutamente nada para comer. Ella llamó a Donald, quien habló con el padre de Michael, y ese día después de la escuela me fui con él a su casa. Durante esos tres días pude olvidarme un poco de la soledad. La mamá de Michael era dulce y buena, y nos dejaba jugar por toda la casa. Volví a sonreír. Pero luego Donald volvió y yo volví a la completa soledad.

Un año más tarde, llegó Carmen, por recomendación de un colega de Donald. Ya que era un delito dejar solo a un niño. Aunque eso a Donald no le importaba demasiado.

La llegada de mi nana fue un alivio, pero yo ya estaba perdido para ese momento. Ya estaba destinado a estar solo, a sentirme solo.

Miro fijo el techo de mi habitación. Ha sido otra noche sin poder dormir. Me pregunto hasta cuando estaré así. Estiro mi brazo hacia el costado y lo muevo hasta encontrar con mi mano el cuello de la botella que dejé allí. La levanto y me alzo sobre mi codo para darle un trago. El vodka ya no sabe a absolutamente nada, ni siquiera quema. El líquido deja de caer en mi boca y me fijo que ya está vacía. La dejo caer sin importancia al suelo y me pongo de pie.

Estoy cansado, harto de sentir este asqueroso vacío que no se quiere ir y no hay nada con qué llenarlo.

Entrecierro los ojos y maldigo entre dientes cuando el ruido de mi celular me hace doler la cabeza. Lo busco entre la ropa que está tirada en el suelo y contesto.

—¿Qué pasa? —le pregunto a Michael.

—¿Estás en tu casa? —quiere saber él.

—Sí.

—¿Quieres que vaya?

Resoplo y salgo de la habitación para entrar al baño. Necesito una ducha.

—Mira, hermano, no necesito una niñera —le aseguro —Estoy bien. Quiero estar sólo.

Michael se queda en silencio, quizás pensando qué mierda decir. Pero no hay nada que decir, nada de lo que haga me ayudará.

—Llámame si necesitas algo, ¿sí? —inquiere.

—Lo haré. Gracias.

Arrojo el celular por ahí y me meto a la ducha. El departamento está congelado, y aun así me baño con agua fría. Cuando estoy un poco más despierto y la cabeza ya no me duele tanto, salgo y me pongo un jean y una camiseta desgastada que está tirada en el pasillo. Voy hacia la sala de estar y me tiro en el sillón. Mi mirada queda fija sobre la mesita que está llena de vasos. En el medio está el anillo de compromiso que le compré a Gwen. Lo tomo y lo observo con cuidado. Nunca pensé que un pequeño anillo significara tanto, pero lo hace.

Me desvelo observándolo, imaginando como hubiese sido nuestro futuro.

Deseándolo.

Extrañándola a ella.

Peligrosa Obsesión (Remake) EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora