#PROLOGO

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‬"Un Dom experimentado y una sumisa novata obtienen una relación perfecta. ¿Qué pasaría si ella pierde la memoria?"

_Para Izz levantarse de la cama ese día en especial resultaba ser como un dolor en el trasero, iniciaría clases por primera vez en un instituto antes de ir a la universidad y eso le causaba un retortijón en el estómago al solo pensar que allí habrían muchas personas diferentes a las que conocía.
Estaba temblando de nervios.
Buscó la mejor de sus prendas que no mostraran mucho sus curvas, solo un poco -a pesar de que trataba de dejar de lado las costumbres que le habían inculcado sus padres de cubrirse completamente, aún le resultaba difícil-; vistiéndose con extrema lentitud, empezaba a sentirse como los indios cuando vieron a los hombres de los grandes barcos en la colonización.
El tiempo pasó con tanta rapidez que cuando miró el reloj era un cuarto para las ocho de la mañana y aún no desayunaba. No le quedaría más que irse con el estómago vacío, aunque no haría gran cambio, porque si comía algo, tal vez vomitaría.
Los nervios la tenían demasiado alterada.
Al ser el primer día de clases, su orientación de cómo llegaría a la escuela todavía no existía, así que iría en taxi, ya que al ser nueva en la ciudad le inquietaba terminar perdida; además, necesitaba obtener información sobre cuál era el recorrido del bus escolar.
Al salir de casa miró hacia arriba, el cielo parcialmente nublado con unos matices grises le resultaba hermoso, Seattle siempre fue su ciudad preferida por el clima húmedo, a pesar de ello, sus padres nunca quisieron mudarse allí, nunca quisieron salir de New York, ni siquiera de vacaciones.
Cuando el taxista la dejó frente a la escuela, un escalofrío le recorrió la columna vertebral haciéndole estremecer y su corazón dio un vuelco, aleteando rápidamente.
―Respira y tranquilízate ―se dijo a sí misma―, nadie te azotará por ser nueva.
Tomó una profunda inspiración dándose valor, mentalizándose para un día diferente.
Levantando la capucha de la sudadera, empezó a caminar dirigiéndose al estacionamiento con dirección a la oficina del instituto.
De por sí ya llegaba tarde, y pensar en huir de la vergüenza de que le reprendieran por ello resultaría imposible. Debía afrontarlo con la frente en alto.


―Mierda, mierda y más mierda, maldito reloj que no me despertó.
Andy caminaba a paso acelerado hacia la oficina, mirando el reloj de su muñeca cada cinco segundos. ―Si no fuese por el maldito perro bullicioso del vecino, todavía estaría durmiendo―, se pasó la mano por el cabello antes de acomodar el nudo de la corbata que parecía estar ahorcándole, -debería llevarle una hamburguesa en agradecimiento― bufó en su mente.
Su caminar era más un trote, solo podía centrar la mirada en la puerta principal que cada vez le parecía más lejana; estaba tan despistado del camino, que no notó que algo o alguien se le atravesaría en el camino, hasta que chocó con un cuerpo femenino que dio un grito ahogado, turbándole los sentidos; sin embargo, logró sujetar a la dueña de éste, moldeándola a su figura, rodeándole con el brazo libre alrededor de la pequeña cintura y causando que su nariz percibiera un delicioso olor a cítricos suaves, haciéndole agua la boca y que a la vez su polla comenzara a despertarse.
―¿Estás bien? ―preguntó con voz enronquecida por la libido que le había llegado al punto más alto.
―Sí ―susurró ella y su maldita alarma mental reconoció que la dueña de esa voz era una sumisa en potencia.
La liberó de su agarre deseando que ella fuese una compañera de trabajo y no una alumna, su mente gritaba pidiéndole que la marcara como suya.
Separándose de ella un poco desconcertado, la miró a los ojos y su mirada dorada lo capturó como una telaraña captura a los insectos, sin opción a liberarlo. Las mejillas de la chica que no parecía pasar la mayoría de edad, tomaron un hermoso tono rosa para luego liberarlo de la red de sus ojos cuando miró al suelo.
―Disculpe, iba distraída ―ella susurró, evitando mirarle.
El poco cabello rojo como el fuego que no estaba cubierto por la capucha negra, caía en hondas sobre sus mejillas ocultando las líneas de aquel hermoso rostro fino, de nariz respingona y labios llenos que lo llamaba a capturar el inferior entre sus dientes y aplicar una leve presión antes de besarlos.
Mentalmente se dio un golpe en la frente, ella apenas era una niña, una alumna muy posiblemente, no podía, ni debía mirarla de la forma como lo hacía.
―No hay problema ―murmuró enojado al percatarse de qué tan estúpido estaba siendo al mirarla como hombre.
Cerrando las manos en puños empezó a caminar con paso acelerado dejándola atrás, clamando que no le tocara impartirle clases, porque si tan sólo mirarla un segundo lo había puesto cachondo como un adolescente, no sabía cómo resistiría verla a diario y dar la clase con una erección entre sus pantalones.
―Señor Biersack, es un gusto volver a verlo ―la mujer regordeta de nombre Abbie, a quien conoció el día de su contratación, le saludó demasiado sonriente para su gusto.
―Señora Jones, buen día ―trató de sonreírle, pero ser un hombre poco dado a ser sociable le hizo parecer que fuese más una mueca a una sonrisa.
―No debió haber venido tan temprano, su clase empieza a las nueve y media.
Maldito perro, gritó mentalmente.
-No lo sabía ―respondió apretando la mandíbula.
―Se lo notificamos por correo electrónico ―al oír eso su enojo aumentó porque su compañía de internet aún no encontraba la falla en el servidor; suspirando, se apretó el puente de la nariz.
―Mi...
―Disculpe ―aquella voz que había despertado su alarma mental lo interrumpió―, soy Izz Campbell...
―Un momento, querida ¿No ves que estoy hablando con el señor Biersack? -la mujer regordeta le habló levantando un dedo, callándola. Instintivamente, Andy deseó silenciar a la mujer para permitir que la hermosa muchacha hablase.
Actuar con ella como si fuese suya le descolocó.
―Lo siento ―la dulce niña de nombre Izz susurró.
―Por favor, continúa ―habló sin detenerse a pensar. Ella lo miró dedicándole una pequeña y tímida sonrisa con aquellos sonrosados labios que quería morder.
―Has llegado tarde ―le reprochó la secretaria.
―Ha sido mi culpa ―volvió a hablar sin dejar que su cerebro procesara la información―, nos hemos chocado de camino aquí; ella estuvo a punto de caer. ―Involuntariamente su mirada se posó en ella, quien se sonrojó y miró a otro lado.
―Esa no es excusa.
―Suficiente ―su lado autoritario salió a flote y miró furibundo a Abbie, advirtiéndole que la dejara tranquila―. ¿Señorita Campbell, en qué podemos ayudarle?
―Necesito mi horario para poder empezar el día de clases.
Frunciendo el ceño, acentuando las marcas de la edad, Abbie empezó a rebuscar en un cajón de su escritorio, mientras, él, como todo un pervertido de esos programas de televisión americana, recorría con la vista de arriba abajo el pequeño y frágil cuerpo de Izz, que a pesar de estar cubierto por jeans una talla más grande de la que debería usar, y una sudadera que ocultaba la pequeña cintura que había rodeado, era sensual.
―Aquí tienes ―la voz de la otra mujer en la oficina rompió el hechizo―. Antes que lo olvide, no se puede entrar a clases una vez esta empieza.
―Esperaré la siguiente hora ―susurró saliendo apresuradamente como si hubiese visto un fantasma.
―Andy― la secretaria empezaba a caerle tan mal como un chicle pegado al zapato, habló― Puedo llamarte Andy, ¿Verdad?
―Como guste ―se encogió de hombros.
―Vi como miraba a esa niña ―la mujer frunció sus labios finos ocultando el diente manchado con labial rosa chicle―. Creo que está de más decirle que esta ya no es la universidad y que involucrarse con una alumna lo llevará a prisión.
-Soy recién graduado, no estúpido. Y creo que está de más decir que no soy un adolescente hormonal -respondió, aunque se sentía así-, lo que usted haya visto me tiene sin cuidado; soy lo suficiente profesional como para no involucrarme con una alumna.
Salió de la oficina convertido en una fiera. Era verdad, había observado los pechos bien proporcionados de Izz y recorrido cada curva visible e invisible de su cuerpo comiéndosela con los ojos, pero nunca haría algo por aprovecharse de ella; suficientes problemas había tenido en Inglaterra con una de sus sumisas como para llegar a otro continente y meter la pata con una adolescente menor de edad.


Sentada en una de las escaleras del pasillo frente al salón de matemáticas, Izz recordó la mirada penetrante de aquel hombre, que con sus brazos fuertes le habían sujetado cuando por poco se cae de bruces, e incluso le había ayudado con la secretaria que parecía querer arrancarle los ojos con sus uñas pintadas de un horroroso color rosa chillón.
Tan concentrada estaba en el recuerdo del hombre de ojos grises azulados, que cada vez que intentaba avanzar con su lectura, releía el mismo párrafo. Luchando con su mente por avanzar y no pensar en el hombre, se vio interrumpida por un escalofrío que le recorrió la espina dorsal y la sensación de ser observada le inundó, obligándole a levantar el rostro de su ejemplar de Slave to Sensation[1] para escanear el pasillo con la mirada.
A medida que levantaba la cabeza, sus ojos se toparon con un pantalón de vestir negro, camisa manga larga blanca enrollada hasta los codos y una corbata negra de seda.
La camisa se le pegaba a los músculos tonificados; contemplarle era como ver uno de esos personajes que se describen en las novelas eróticas que la hacían babear. Continuó el ascenso por el cuerpo masculino y de pronto se encontró con aquellos ojos grises azulados que le observaba fijamente como si analizara sus movimientos; inmediatamente la boca se le secó y el corazón se le aceleró; su mirar la abstraía de todo, solo era capaz de concentrarse en su rostro de mentón cuadrado, nariz recta, cejas pobladas acompañadas de unas largas pestañas que ocultaban un poco esa mirada intensa que escondía algún secreto que le recorría el cuerpo como gotas de rocío frías cayéndole sobre la piel caliente; y aquel cabello castaño claro domado con gel en un peinado hacia atrás eran llamativos al ojo, al igual que su incipiente barba.
Había algo en él que lo hacía lucir como un hombre tosco y oscuro, pero a la vez llamaba a todos los sentidos a estar pendiente de cada uno de sus movimientos.
Él le sonrió ladinamente con un toque picaresco y sin poderlo evitar le devolvió una sonrisa tímida.
¡Ring!
El sonido de la campana le hizo dar un respingo, desconectándola de sus ojos, regresándola al mundo real donde de la nada el pasillo se inundó de alumnos que empezaron a transitar de un lado para el otro, y algunos entraban al salón que estaba frente a ella.
Con nerviosismo, consciente de que él seguía mirándole, levantó la mochila del suelo, se la colgó en el hombro apretando el libro contra su pecho, como si eso fuese a callar su corazón que le tronaba en los oídos.
Se levantó y con rapidez se dirigió al salón.
Cuando él estuvo fuera de su perímetro de visión pudo volver a respirar tranquila y su corazón se tranquilizó.
Anhelando hacer lo correcto, se sentó en el primer escritorio en la esquina contraria a la puerta, quedando frente al escritorio del profesor.
Tratando de no hiperventilar comenzó a inhalar por la nariz y exhalar por la boca; la necesidad insana de alejarse de sus compañeros le estaba removiendo todos los miedos; por eso había elegido el asiento frente a éste, no existía mejor repelente; si alguno trataba de pasarse de listo, el profesor interrumpiría cualquier tipo de acercamiento en clases.
-Es la primera vez que te veo, eres nueva, ¿Verdad? -una voz masculina le habló desde atrás y se obligó a girar en el asiento para verlo.
-Lo soy -asintió.
-Eres muy hermosa -el muchacho de cabello rubio como los rayos del sol le acarició la mejilla y ella se alejó al instante, sintió como si aquel contacto le hubiese quemado.
-Gracias -respondió con un hilo de voz.
-Buenos días señoritas y señores -al escuchar esa voz nueva pero a la vez familiar, el corazón le brincó celebrando algo que ella no llegaba a comprender-. Soy Andy Biersack y seré su profesor de matemáticas.
Respirando con nerviosismo se giró y aquella mirada oscura en esos ojos claros le hizo temblar, advirtiendo que algo intenso se avecinaba.
Tres cosas estaban claras:
Primero: Su profesor de matemáticas le gustaba hasta el tuétano.
Segundo: Querer iniciar clases en una escuela pública no había sido una excelente idea.
Tercero: La mirada oscura del señor Biersack le hacía sentir mariposas en el vientre, humedeciéndole las bragas.

Hojas en Blanco [Andy Biersack] Hot/romantica ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora