#Epilogo

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Andy observaba a Izz en el piano tocando la misma canción que había tocado dos meses y medio atrás. Ella usaba un vestido largo color negro, con el escote en forma de corazón bordeado de pedrería, y una abertura en la falda que le llegaba un poco más arriba de la mitad del muslo, con esos zapatos negros que lo volvían loco.
-¿Por qué me miras así? -ella lo sacó de sus cavilaciones eróticas.
-Es la única forma en que puedo mirarte -le sonrió.
-¿Dónde me vas a llevar?, ¿Por qué debo vestirme así de elegante? -señaló su vestido.
-Primero iremos a un lugar que es sorpresa, luego viajaremos a Londres. Quiero que conozcas a mis padres -le acarició la mejilla admirando su piel marfileña que había dejado de tener los moretones del ataque.
-Ya los conozco -hizo un puchero-; no les caigo bien, y no puedo viajar con este vestido.
-Tengo todo solucionado -la ayudó a levantar y la besó hambriento; tenía un mes sin tocarla y eso lo estaba desquiciando-. Maldito doctor -farfulló-, quiero arrancarte la ropa y joderte sobre el piano.
-Mañana -ella le acarició el pecho-, mañana termina nuestra fecha de abstinencia -la escuchó gemir mientras besaba su cuello.
-Te follaré duro, comeré tu coño -le describió al oído mordiendo el lóbulo de la oreja-, te azotaré. A la medianoche -prometió-, a la puta medianoche. Pero ahora debemos irnos.
Se separó de ella y acomodó su creciente erección.
***

Izz miraba a través de la ventana del coche; la idea de separarse de él le estaba resultando dolorosa, pero debía ir a la universidad en Southampton, mientras él se quedaba en Seattle.
-Deja de pensar -Andy metió la mano por la abertura del vestido y le acarició el muslo, muy cerca de la entrepierna.
-Es necesario pensar -susurró.
-¿En qué piensas?
-Tú aquí en Seattle y yo en Inglaterra. No sé cómo hacer que resulte -le rozó la mejilla con los nudillos.
-Yo me encargaré de eso. Encontraremos una solución.
-No quiero que...
-Detente -le ordenó-. Esta conversación la hemos tenido un centenar de veces y la respuesta siempre será la misma. Yo lo arreglaré. Y no, no debes sentirte culpable si decido mudarme a mi país contigo, ¿entendido?
-Sí, mi señor -él sonrió.
-Esa en mi chica.
Él aparcó en el estacionamiento de la escuela e Izz lo miró ceñuda.
-¿Qué hacemos aquí?
-Te traje a tu baile de graduación -una sonrisa divertida apareció en los labios de Andy.
-Yo no me gradué o lo que sea que debía hacer. Todos se enterarán de que tú y yo...
-Ellos lo saben, Anderson se los contó cuando Tracy fue arrestada en el instituto y pues... saben que teníamos una relación y que hacías una investigación sobre los adolescentes.
-Eso no responde el qué hacemos aquí.
-Es mi último día como maestro en Seattle, ellos me pidieron venir y no les incomodó que te trajera. Esa fue mi única condición. Como nunca tuviste un baile de graduación, quise que vivieras uno conmigo.
-Todos me mirarán raro -se quejó.
-Lo único que importa es que estarás conmigo. Olvídate del resto.
-¿Solo tú y yo?
-Como siempre ha sido, nena.
Andy sacó una cajita trasparente donde había un corsage de pequeñas flores blancas con una rosa roja en el centro y se la puso en la muñeca, para luego sacar un ramillete parecido al de ella con la rosa roja y se la entregó.
-¿Me ayudas con esto?
-Absolutamente.
Con delicadeza, Izz prendió el ramillete en la solapa de la chaqueta de su amo.
Entraron al gimnasio tomados de la mano, ganándose algunas miradas de sorpresa y otras de envidia.
-No creí que vendrías -un chico que nunca había visto le habló mientras Andy se alejaba a atender al director.
-¿Te conozco? -el chico todavía tenía rasgos de niño, por lo que le dio curiosidad.
-No, pero yo sí a ti, bueno, no en realidad. Mi nombre es Adam. Te vi en la revista BDSM -Izz sintió perder el color del rostro-, no te preocupes, no le contaré a nadie -le guiño uno de sus ojos marrones-; al principio no estaba seguro si eras tú, pero hoy lo confirmé, la forma en que se miran es única -el chico vestido de esmoquin le sonrió.
-¿Dónde...?
-Tenemos algo en común -los ojos del muchacho se iluminaron-, ambos somos esclavos.
-¿Tú...?
-Sí, sí. Mi Domme es una doctora -él le sonrió abiertamente.
-Vete -gruñó Andy al llegar a su lado y rodearle la cintura con el brazo.
-Como usted pida -el muchacho se fue e instantáneamente, Andy la hizo girar para quedar frente a frente.
-Eres mía -la apretó contra su cuerpo.
-Él era solo otro sumiso -le puso los brazos alrededor del cuello y comenzaron a moverse al son de la música suave-. Nos reconoció de la revista que no he visto.
-Luces hermosa -él se mordió los labios y sonrió-. Algún día te la mostraré.
La besó, y todos vitorearon al verlos devorarse entre ellos.
***
En el jet privado que los llevaría a Londres desde Gander, Andy tiró una maleta al lado de su asiento.
Sentados uno frente al otro, despegaron. Él le daba mala espina, su sonrisa picaresca no había desaparecido. Cuando estuvo estable el jet, Andy desajustó su cinturón y se levantó.
-Quítate la ropa. -exigió.
-Estamos en un avión -le refutó.
-No me importa, solo quítate la puta ropa -exigió.
-Nos verán -renegó.
-Levántate -la tomó del brazo y tiró de ella hasta ponerla de pie-, estamos solos -le regañó abriéndole la camiseta con brusquedad, logrando que muchos botones se saltaran-. Si quiero follarte en pleno aeropuerto, lo haré.
La besó con urgencia; no podía aguantar más, necesitaba cogerla.
-Desnúdate o romperé toda tu ropa.
Siguiendo sus instrucciones, Izz se deshizo del pantalón, los restos de la camiseta y la ropa interior.
-Date la vuelta.
Le dio la espalda y esperó la siguiente instrucción, pero no la hubo, Andy le acunó los pechos y comenzó a jugar con sus pezones mientras le chupaba y besaba el cuello. Él estaba tan excitado como ella lo estaba, sentía su erección en la espalda baja.
Sería una mentira decir que no lo necesitaba; estaba caliente por él, la necesidad de tenerlo en su coño, boca o ano la estaba calcinando desde el primer día en que el loquero les dijo que tendrían que estar en celibato para demostrarse entre ellos que la relación no solo era por sexo, pero qué persona cuerda lo entendería. Ellos estaban acostumbrados a follar una o dos veces al día. Los estaba matando lentamente.
Los dedos expertos de Andy se adentraron en su vagina, bombeando con rapidez.
-Pon las manos sobre el asiento -él dijo con voz ronca antes de darle una nalgada.
-¿Me vas a azotar, mi señor?
-Sí.
Su respuesta era todo lo que quería. Extrañaba sus arranques de locura y masoquismo.
Poniendo las manos sobre la mullida superficie del asiento, su señor le cubrió los ojos con seda negra. El primer azote resonó en el pequeño lugar e Izz gritó disfrutándolo.
-Otra, mi señor. Otra -suplicó amando el escozor.
Andy adoraba ver como la piel de Izz se tornaba rojiza hasta que la puerta de la cabina se abrió y uno de los pilotos salió quedando petrificado con la imagen.
Él había dado órdenes explicitas de que no podrían salir de la cabina. Con un gruñido hizo que el hombre regresara casi corriendo a su lugar. Divertido, Andy estaba seguro de que el otro piloto saldría a verificar la historia del primer, por lo tanto hizo que Izz se acomodara en el asiento y comenzó a lamerla, su dulce y perfecto coño era el manjar más delicioso que había probado en su vida.
La penetró con dos dedos y atormentaba su clítoris con la lengua cuando el otro hombre apareció y palideció al ver el flogger en el suelo y como ella se retorcía de placer mientras sus manos habían sido atadas con cuerda azul sobre su cabeza. Como si un rayo de energía le recorriera el cuello, el hombre lo miró a los ojos y salió pitando.
Izz se corrió dos veces por su caliente boca que sabía besarla allí abajo como los dioses paganos hacían con sus mujeres.
-Quítate la venda -le susurró al oído.
Como si hubiera presionado un botón, Izz actuó y se la quitó. La ayudó a levantar y la sostuvo ya que sus piernas parecían de gelatina. Él bajó su bragueta y se sentó donde ella había estado.
-Ven aquí, móntame.
Con una sonrisa caliente Izz se sentó a horcadas, y con lentitud comenzó a engullirle la polla, pero ese no era un juego que él pensaba seguir. Él seguía al mando, y casi siempre lo estaría. Con brusquedad la tomó de las caderas y le obligó a tomarlo de una sola estocada. Ella puso las manos detrás de su nuca y comenzó a subir y bajar por su miembro mientras se besaban con lujuria.

Esa sería una relación divertida y perfecta en los términos de la imperfección. Lo único que importaba era que él le pertenecía a ella y ella a él.

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Hojas en Blanco [Andy Biersack] Hot/romantica ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora