IV CABOS SUELTO, parte11.

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Omar Gatrif y Magdiel Hernández, abogados

de Doris y Yure, habían logrado convencer a sus

defendidos de que la salida estratégica debía ser

solicitar el procedimiento especial para admisión

de los hechos. En el peor de los casos, eso les

permitiría a ambos salir en libertad al cumplir un

tercio de la pena, según lo establecido en el

Código Orgánico Procesal Penal.

De acuerdo con los hermanos del enfermero —

Magdiel y Bernardo Hernández— Yure se negaba

a admitir los hechos. Le preocupaba lo que sería

de su vida luego de su libertad, más aún al formar

parte de una familia con escasos recursos

económicos, que no lo podría enviar lejos del odio

del pueblo, alternativa que sí consideraba Mateo

para Doris. Pero un argumento lo convenció: hasta

los representantes del Ministerio Público habían

anunciado que estaba previsto que el juicio por el

crimen de Dayan se prolongaría más allá de un

año, tiempo en el que permanecería en prisión,

para posiblemente tener el mismo resultado, ser

declarado culpable. Admitir los hechos en cambio,

le permitiría recibir el beneficio de la libertad con

la conmutación de la pena, es decir el pago con

días de trabajo por días de cárcel. En la cuenta de

los abogados defensores estaba que ambos habían

cumplido ya casi 8 meses de prisión.

Mateo, exesposo de Doris, comentó que

también le costó convencer a la madre de sus hijas

para que admitiera los hechos. Pero estaba claro,

ella hacía lo que él le indicaba.

Camino a las 3 de la tarde, los pasos de

efectivos de la Guardia Nacional llamaron la

atención de la entrada de la sala tres del lado oeste

del edificio de tribunales. Los cinco imputados,

esposados, con sus manos hacia delante, se

deslizaban arrastrando sus pies sin tener cadenas.

De primera Anney, quien tal vez llegue a 1 metro

50 de estatura. Vestida de jean, una franela morada

y un reloj combinadísimo morado, con la cabeza

erguida, escrutaba nuevas caras, mirando a los

ojos y con un leve gesto en su boca que helaba al

emitir una cínica sonrisa. Ninguna expresión de

vergüenza o incomodidad; ni siquiera de cansancio

por el viaje, Gellinot a su lado, bastante más alta

de tamaño, se inclinaba para escuchar

comentarios, o tal vez instrucciones. Ella también

El grito ignorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora