OSCAR MISLE[2]
La violencia contra niños y adolescentes, y el
abuso sexual, se mantienen en el ámbito de lo
privado, aun cuando la ley estipula que son
delitos. El maltrato y el abuso, no los denuncian. Y
no lo hacen porque sienten que eso corresponde a
la intimidad y porque también desconfían.
Consideran que la institución no va a actuar, o que
puede haber retaliación de las partes denunciadas.
Porque la gente se siente desprotegida, piensa que
si da el paso que significa señalar a alguien que
maltrata, agrede, abusa del otro, la parte
denunciada puede tomar acciones en su contra.
Está permitido hacer acusaciones anónimas, pero
generalmente te exigen, muchas veces te presionan,
para que haya un nombre, para tener en la
investigación elementos menos subjetivos.
La ley existe pero se aplica de manera
arbitraria o discrecional; esa es una realidad que
tenemos en el país. «Yo aplico la ley de acuerdo
con la situación que estamos viviendo, y de
acuerdo con los criterios que tengo, a las
relaciones de poder, en las condiciones que me
muevo. Entonces yo, en determinado momento,
soy, o muy severo en esa aplicación de la ley, o
muy laxo, muy flexible, o incluso, no la aplico».
Ese es el comportamiento.
La gente tiene desconfianza y piensa:
¿realmente valdrá la pena denunciar? ¿A qué me
expongo si denuncio? ¿Cuál será la reacción? El
denunciante se siente desprotegido. Eso hace que
haya complicidad, omisión y también comodidad.
Pero también es frecuente el temor de cuál va a ser
la reacción que van a tomar los familiares, los
allegados o grupos en los que se mueve el agresor,
y de qué manera yo estoy protegido. «¿Cómo me
garantiza la ley que yo no seré víctima de mi
propia decisión de denunciar?».
El caso de Dayan la primera cosa que revela
es que el maltrato es entendido como una forma,
incluso socialmente, deseable, para educar a los
niños. Todavía. Y el maltrato lo diferencian del
castigo físico, de hecho la ley los diferencia: en el
castigo físico la intención es educar y la intensidad
no deja lesiones ni corporales, ni psicológicas. En
el maltrato hay lesiones físicas (morados,
fracturas, quemaduras, cicatrices, heridas) y, por
supuesto, desde el punto de vista psicológico —