Pregunté a las
enfermeras y me dijeron que él había vomitado
antes de morir.
»Cuando veo todo aquello le notifico a la
fiscal: voy a llamar a los funcionarios policiales
porque a mi juicio esto se trata de un homicidio.
Ella estuvo de acuerdo. Llegaron los funcionarios
del CICPC y decidieron tomar las acciones
necesarias.
—Sabes que por esta profesión —enfatizó De
Bari mirando a Pagliaro— la muerte es rutina. He
visto adultos descuartizados, decapitados, pero
cuando se trata de un niño... primera vez que veo
algo tan salvaje y tan aberrado. Ni siquiera en la
bibliografía de ciencia forense recuerdo haber
observado imágenes de algo así. Te repito: las
lesiones eran universales. El ensañamiento, la
vileza, la continuidad. Puedo decir con toda
certeza que hay lesiones nuevas, mediatas y
tardías, es decir, a esta criatura tenían tiempo
torturándola. No hay una lesión exclusivamente
inmediata del día de la muerte. No. Ya venían
realizándose. Y el niño además tenía una palidez
acentuada. Y no parecía consecuencia de pérdida
interna o externa de sangre, porque en este caso el
niño no tenía salida de sangre por orificios
naturales, y por lo que sé de la autopsia, no había
sangre en la cavidad abdominal, por lo tanto se
deduce que a este niño lo tenían amarrado,
encerrado en un cuarto oscuro, sin darle siquiera
agua. Arias y Pagliaro habían pedido un whisky,
tratando de procesar lo duro que significaba
recapitular el testimonio del forense. Desganados
por el pesar, ambos trataron de darse ánimo.
«Dentro de todo, es posible que se haga justicia»,
se consolaron. Algo seguía mortificando al
comisario:
—Hoy domingo —dijo con el periódico en la
mano— fue apenas cuando se le informó a la
comunidad sobre lo que ocurrió. El tema ha
tomado mucha efervescencia, y es lógico.
—Tienes razón —lo apoyó Pagliaro—. Estuve
recorriendo los lugares aledaños a las casas de los
detenidos, en especial dos: la de Anney y
Valentina, donde vivía el niño, y la de su tía,
Doris. Y me pareció que los vecinos reaccionaban
de manera extraña.
—¿Por qué extraña?
—Es como una mezcla de rabia y culpa. De ira
y vergüenza. Hay un sentimiento en los habitantes
de Guanare, de incredulidad por lo sucedido, pero
también de desconfianza de que las autoridades
hagan justicia.
—¿Y qué dicen los vecinos?
—Lo niegan todo. Es increíble. Nunca
escucharon al niño llorar, no lo extrañaron cuando
lo vieron desaparecer, estaban acostumbrados a
que era muy raro cuando la criatura salía. En
principio, quieren hablar poco del tema y son
desconfiados frente a extraños. Están sorprendidos
por el suceso, aunque admiten que temían cosas
raras, ilegales. Hay que seguir indagando.
—Espero dormir —musitó Arias, mientras
cada uno caminaba lentamente a su habitación del
hotel.—
Tenemos que hacerlo —contestó Pagliaro—.
Recuerda que mañana trasladan a los imputados al
Palacio de Justicia, y que el pueblo está llamando
a una concentración.
—Buenas noches —le dio el comisario por
respuesta, pasándole con cariño la mano por su
pelo.—
Buenas noches, descansa —respondió
Pagliaro con un beso lanzado.
«Estamos tan estremecidos que ni siquiera nos
dimos el abrazo que ambos necesitamos», pensó
Pagliaro al cerrar la puerta de su cuarto.
Les fue muy difícil conciliar el sueño, ella se
puso a rezar. Él prefirió ver cualquier película.