«Caía el sol, cuando aparecieron unas camionetas
de esas grandes, negras, las que usan los ricos que
nunca pasan por aquí, por esta zona. De ellas se
bajaba gente recién bañada, perfumada, hombres y
mujeres. Mi hija me comentó después que ese día,
lo más importante de Guanare había entrado a casa
de Anney. Unos 20 ¿serían?, es mi cálculo. Esas
casas son muy pegadas, ¿sabe?, y de lo que hace
uno, se entera el otro. Bueno, de casi todo. Las
paredes tienen oídos, y el cielo es común en
nuestros patios. Había corrido la voz de que como
era luna llena, los brujos se alborotaban y los
espíritus salían de cacería, y que como esa
muchacha andaba en asuntos raros, había
inventado una ceremonia para malograr a la
criatura. Porque al niño ni se le veía, pero
sabíamos que estaba adentro, en la casa. Los
invitados llevaron licor que tomaban a pico'e
botella. Sus voces se oían con eco, fuertes, como
en película de miedo. Comenzaron a pintarrajearse
la cara de oscuro para confundirse con lo malo, y a
colocarse unos trapos largos, unas túnicas negras
que les cubrían los cuerpos. Ya no se podía
diferenciar quiénes eran hombres y quiénes
mujeres. Luego prendieron unos velones y los
pusieron en el suelo en forma de círculo, ellos se
quedaron detrás, y en el centro sentaron en el piso
a la criatura, que estaba paralizada. Los ojos
húmedos del niño miraban un punto indefinido. Uno de ellos, digo uno, porque se escuchaba como
voz de hombre, pero quién sabe, empezó a cantar
en un idioma que nunca habíamos oído. La voz le
salía del estómago y todos empezaron a seguirlo.
Era así como en la iglesia, que el cura lee un canto
y nosotros replicamos, pero esto era feo. Algunos
se retorcían y se tiraban al piso, cual pataleta de
muchacho. El niño temblaba, pero ya era muy poco
lo que se veía de él, porque el círculo se fue
cerrando y cerrando...».
Antonio, Ricardo, Josefina, Petra, Manuela,
vecinos unos, amigos de vecinos otros, y amigos
de los amigos de los vecinos. Y así. Muchos en
Guanare narran en detalle esta visión, que habría
sido capturada en video por el dueño de un
BlackBerry. El video nunca apareció.
Rosa Quevedo, abuela de Dayan, junto a sus