I LA AGONÍA, parte2.

3.2K 45 2
                                    


La ayudé a arreglar la

maleta, lo que se iba a llevar. Lloraba, un gentío la

llamaba. Ella había avisado a compañeros de

trabajo, a amigos. Todo el tiempo hablaba por

teléfono. Recuerdo vagamente que cuando alguien

le preguntó por Anney, dijo que no había podido

comunicarse con ella porque se había desmayado.

A las 5 de la madrugada salió para el aeropuerto

con un amigo, Jean Carlos, quien por cierto había

presentado a Anney y Gellinot. Él la acompañó

hasta Guanare. No paré de llorar. A Dayan no le

gustaba verme llorar. "Abuelita no llores, me vas a

hacer llorar a mí también", recuerdo que me decía.

Él no era llorón, pero sí muy sentimental.

»Me resistía a ver a Dayan muerto, pero al

menos para acompañarlo, me fui para Guanare. No

conseguí pasaje de avión y tuve que tomar un ferry.

Llamé a Gellinot y le dije, me estoy montando en

el ferry. Ya ella estaba cerca de Guanare. Me dio

el número de teléfono de Jean Carlos por si acaso

no podía responder. Cuando llegué a Guanare me

cansé de llamar a Gelli. No sabía que ya estaba

detenida.

»Comencé a enterarme de lo que había pasado

con Dayan. No podía creer que a mi niño lo

hubiesen matado. Me preguntaba: ¿por qué se

ensañaron con mi bebé? Era imposible calmarme.

No sabía qué hacer, porque yo no conocía

Guanare, ni a Rosa, la otra abuela de Dayan.

Finalmente me fui a la morgue. Nunca había vivido

un momento tan horrible en mi vida. Estaba

maltratado. Muy impresionante. Morado, todo.

Donde tú lo veías, tenía marcas. Esa imagen no se

me puede borrar de la cabeza. Su carita estaba

como brava, como triste, como llena de dolor. No

era mi muchachito que se reía. Casi ni hablé con

nadie. Ayudé a la abuela, la señora Rosa, en su

casa, allí lo velaron. A ella la tuvieron que llevar

al médico porque cuando trajeron al niño se

desmayó, le bajó la tensión. Me dijo que no sabía

que a Dayan lo maltrataban así. Me vine apenas

enterré al niño. Era muy cruel estar allí. Ofició el

padre de la iglesia cercana. Lo bautizaron. Ni

siquiera eso había hecho su madre. A veces pienso

que tal vez debería estar apoyando a Gellinot

porque ella me ayudó en momentos en que yo la

necesité, pero no puedo. Para Rosa es otra cosa.

El grito ignorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora