II LOS IMPUTADOS, parte3.

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Nos quedamos afuera, y los

funcionarios: «acompáñennos a la delegación del

CICPC. ¿Ella trasladó al niño?», le preguntan. «Sí,

ella lo trajo en la camioneta», digo yo. Nos fuimos

a la comisaría, y a los 15 minutos me alerta un

funcionario: «Mateo te van a ir a allanar la casa».

Agarré mi camioneta y corrí para allá. Cuando

llego ya están ellos en el sitio y les digo a la fiscal

y al comisario: ¿Por qué coño están allanando mi

casa? Me atajan, «cálmese». El comisario me

pregunta: «¿Usted porta arma de fuego, la tiene

aquí en la casa, o algo?». Le digo, «hermano, me

voy a calmar porque aquí no tengo nada ilícito lo

que haya ilícito me lo ponen en acta, me hace el

favor». Buscaron los testigos y voltearon la casa

patas pa'bajo. La casa de mis hijas. Cuando la

voltean toda, me dicen: «venga para que firme el

acta, no conseguimos nada, no hay evidencia de

nada».

A través de las redes sociales y la mensajería,

se hablaba de la presencia de Mateo en la clínica.

Trascendió la escena en la que regañó a Doris,

ordenándole que se callara. Lo recuerdan a él,

tomando el control de la situación; quienes

estuvieron en los últimos momentos de vida de

Dayan, refieren a una enfermera preguntándole si

era su padre, y Mateo respondiendo que sí.

Después él negó haberlo hecho.

Mateo y el poder para salvar a Doris, y eventualmente al resto de los imputados, era una

de las preocupaciones del pueblo, cuando se fue

congregando ese lunes en la mañana para vigilar,

para asegurarse de que nadie interfiriera en la

justicia.

El pueblo tenía su versión de la realidad.

Abundaba información sobre los detenidos. La

relación entre ellos había quedado dibujada en un

grupo denominado «Mujeres de Ambiente»,

constituido por homosexuales, la mayoría del sexo

femenino, que se reunían para la realización de

fiestas, con consumo eventual de licor y droga. A

ese grupo la población le atribuía la presencia de

personajes variados: intelectuales, policías,

jueces, médicos, hasta el hijo de un gobernador, y

finalmente los detenidos: Anney, su tía Doris,

Gellinot —la mamá de Dayan— y Yuré, el

enfermero. Solo Valentina del Carmen Oropeza, la

madre de Anney, era excluida de su participación

del desenfreno social. Sin embargo, a Valentina la

gente la culpaba por parecer inocente: «porque

con su sumiso proceder, y su fidelidad religiosa,

engañó al pueblo, haciendo creer que era una

mujer buena, cuando en realidad había permitido

que en su casa se torturara a Dayan, y había sido

cómplice en tratar de ocultarlo», repetían.

Visitantes de otras regiones comenzaron a

sumarse a los habitantes de Guanare. Los más

jóvenes se apostaban a la entrada del pueblo y

llevaban a los curiosos en sus bicicletas —cual

gira turística— hasta las casas de Anney y Doris,

que ya habían sido saqueadas. «¿Dónde torturaron

a Dayan?», preguntaban. Mentalistas, religiosos,

vengadores populares, aspirantes de fortuna,

asumían que entraban a la casa del horror, a un

santuario, o a un lugar sobrenatural. Se llevaban

pedazos de tela, de vidrio, restos de madera, como

si fuesen objetos de colección. Si en alguno de

ellos veían una marca que pareciese sangre, el

hallazgo podía ser disputado, aunque las

diferencias eran manejadas con discreción. En los

espacios donde presumían que el niño había

sufrido más, se guardaba un espontáneo silencio;

algunos rezaban. Lo que suponían propiedad de

Anney o Doris, lo escupían, lo destrozaban, lo

trituraban. Se corrió el rumor de que en la casa de

Doris estaba oculta una caja fuerte. Para

encontrarla trataron de cavar hasta bajo la piscina.

Durante semanas, las viviendas en las que estuvo

Dayan fueron objeto de culto y de morbo. Guías

espontáneos narraban historias, describían cada

recoveco. La ruta la acompañaban unos perros

callejeros, que parecían haber asumido la función

de resguardar los lugares, lo cual sumaba algo de

misterio, en especial si era de noche. Las

viviendas fueron marcadas con grafitis, selladas

con insultos cargados de rabia, impregnados de

dolor.

El grito ignorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora