Capítulo 26

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— No, querida. — salió de entre las sombras. — Madre. Llámame Madre.

La miré con los ojos entrecerrados. Apreté mis puños junto a mi mandíbula.

— ¿Qué quieres? — le dije con tono cortante.

— ¿No puedo visitar a mi hija? — dijo juntando sus manos y se levantó del sillón.

— No. — dijeron detrás de mí. — ¿Qué haces aquí? — dijo Elián.

— No te metas, Elián. — dijo Daide enojada. — Te dije que vendría por ella y lo estoy cumpliendo, ¿empacaste sus cosas? — dijo ella mirando sus uñas.

— ¿Qué? — miré a Elián. — ¿De qué habla?

— ¿No le dijiste? — Daide miró a Elián negando con la cabeza.

— Decirme ¿qué? — miré entre los dos.

— Emma, no... — Elián se veía nervioso.

— Vine a llevarte conmigo. — dijo Daide subiendo las escaleras.

La seguí pisando sus talones. Llegué antes que ella a la puerta y la bloqueé con mi cuerpo.

— No me hagas esto más difícil, apártate. — me empujó y entró a mi cuarto.

— Sal de aquí. — le gruñí. — No tienes el derecho de llevarme contigo. — le grité a todo pulmón.

Daide se quedó estática dándome la espalda. Se dio la vuelta lentamente y me miró con una mirada amenazadora que me heló la sangre.

— Eres mi hija, tengo todo el derecho de llevarte. Se lo dije a él para que te avisara. — señaló con la barbilla a Elián. — No te estoy pidiendo permiso, vas a venir conmigo te guste o no. — se acercó amenazadora. — Y si no vas a moverte de ahí, lo haré por ti.

Se adentró a mi cuarto y tomó unas mochilas grandes. Se acercó a mi ropero y lo abrió. La miré con rabia.

Daide no dejaba de meter ropa dentro de las mochilas, seguidos de los zapatos y más tarde mi ropa interior junto a mi pijama.

— No puedes hacer esto. — le dije tratando de parar su acto. Daide se rió fuertemente y siguió su labor, miré a Elián que no decía nada. — Díselo. — le dije con lágrimas en los ojos.

Elián bajó su mirada y negó con la cabeza. Lo miré impresionada con los ojos muy abiertos y lágrimas saliendo de ellos.

— No puedes hacerle esto a Aine. — le dije negando frenéticamente. — Nunca te perdonará. — le grité.

Elián salió del cuarto con la cabeza gacha sin decir nada.

Miré al suelo y después me di la vuelta para encarar a Daide. Ella levantó una ceja y siguió husmeando mis cajones. Tomó accesorios y libretas. Tomó prácticamente todo, hasta mis plumas, que las puso delicadamente en una pequeña bolsa.

Me quedé estática viendo cómo metía todas mis cosas en las bolsas. Daide vio mi joyero y de él sacó la pulsera que Jared me obsequió. Abrí los ojos cuando ella sonrió y me miró con maldad.

— Tú no vas a cometer el mismo error que yo. — se dirigió a mi ventana y la abrió, tirando por ahí la pulsera.

— ¡No! — grité dirigiéndome a la ventana. Daide me agarró por la cintura impidiendo que me lanzara por la ventana para impedir que la pulsera cayera por el tejado.

— Emma, escucha a tu madre. — Daide acarició mi pelo mientras yo lloraba. — Un mortal no puede amarte. No debe. Ven conmigo, yo cuidaré de ti.

La ira invadió todo mi cuerpo. Empujé con fuerza el cuerpo de Daide para que me soltara y ella cayó al suelo.

— ¿Cuidarás de mí? — le grité. — ¿De la misma forma que lo hiciste hace años?

Daide me miró sorprendida mientras estaba en el suelo. Le sonreí como una loca.

— "Tú no vas a cometer el mismo error que yo" — repetí mientras sonreía. Negué con la cabeza.

La tomé por la cabellera y la arrastré hasta la ventana. La levanté, sin saber de dónde había salido toda la fuerza que ahora poseía mi cuerpo.

— ¡No! — gritó ella cuando amenacé con tirarla igual que ella había hecho con la pulsera que Jared me obsequió.

— Daide, escucha a tu hija. — sonreí abiertamente. — Yo no puedo amarte. No debo. No iré contigo, jamás.

La solté y ella rodó por el tejado de la casa gritando. Cuando llegó al borde de éste se tomó con fuerza. Salí y llegué hasta donde ella.

— Entiéndelo. — la miré. — No iré contigo.

La tomé de la mano y la devolví al tejado. Daide me miró sorprendida, entrecerró sus ojos y me tomó de la cabellera.

— ¡A tu madre no se le hace eso! — gritó tomándome y tirándome por el tejado haciéndome rodar. Me tomé del borde al igual que ella y apoyé mis pies en la pared de la casa.

Me impulsé con todas mis fuerzas y al estar en el aire saqué mis alas. Daide me miró sorprendida.

— No, perdona. Emma, perdona. — me dijo asustada.

— Estás muerta. — le dije mirándola con ira.

— No, Emma, por favor perdóname. — corrió a la ventana y yo volé hasta ella tomándola de los hombros.

Volé lo más alto que pude y la miré.

— ¡No! No lo hagas ¡Emma, por favor! — suplicó.

Entrecerré los ojos y bajé en picada para dejarla en el suelo.

— No vuelvas nunca. — le grité. — O no te alegrarás de volver a verme.

Daide me miró con los ojos muy abiertos.

— Emma, tú te vas conmigo. — dijo firme. — Eres mi hija y tengo derecho a llevarte.

Negué con la cabeza.

— Y no te pediré permiso. — Daide levantó su barbilla. —Et oboedientes.

La miré con los ojos muy abiertos. Vas a obedecer.

— No puedes usar eso. — le advertí.

Daide me sonrió.

Sequere me. — dijo.

Sus palabras hicieron efecto en mi cuerpo siguiéndola. Mi mente solo gritaba Sígueme.

Daide terminó de empacar mis cosas y se dirigió a la entrada.

— Te seguiré por voluntad propia si me liberas de esto. — le prometí.

Daide me vio y se encogió de hombros.

Vos liberi sunt.

Sentí cómo mi cuerpo me volvía a obedecer.

Sin pensarlo dos veces corrí a la parte trasera de la casa y recogí la pulsera de Jared.

— Si me voy, me voy contigo. — le dije al objeto que tenía en las manos.

— ¿Lista? — dijo Daide detrás de mí.

Asentí con la cabeza y la seguí.

Jared, si me puedes escuchar, te quiero...

Sabía que estaba en contra de nuestras reglas, pero tenía que saberlo.

Emma, la caída de un ángel (Saga Genus #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora