— No, querida. — salió de entre las sombras. — Madre. Llámame Madre.
La miré con los ojos entrecerrados. Apreté mis puños junto a mi mandíbula.
— ¿Qué quieres? — le dije con tono cortante.
— ¿No puedo visitar a mi hija? — dijo juntando sus manos y se levantó del sillón.
— No. — dijeron detrás de mí. — ¿Qué haces aquí? — dijo Elián.
— No te metas, Elián. — dijo Daide enojada. — Te dije que vendría por ella y lo estoy cumpliendo, ¿empacaste sus cosas? — dijo ella mirando sus uñas.
— ¿Qué? — miré a Elián. — ¿De qué habla?
— ¿No le dijiste? — Daide miró a Elián negando con la cabeza.
— Decirme ¿qué? — miré entre los dos.
— Emma, no... — Elián se veía nervioso.
— Vine a llevarte conmigo. — dijo Daide subiendo las escaleras.
La seguí pisando sus talones. Llegué antes que ella a la puerta y la bloqueé con mi cuerpo.
— No me hagas esto más difícil, apártate. — me empujó y entró a mi cuarto.
— Sal de aquí. — le gruñí. — No tienes el derecho de llevarme contigo. — le grité a todo pulmón.
Daide se quedó estática dándome la espalda. Se dio la vuelta lentamente y me miró con una mirada amenazadora que me heló la sangre.
— Eres mi hija, tengo todo el derecho de llevarte. Se lo dije a él para que te avisara. — señaló con la barbilla a Elián. — No te estoy pidiendo permiso, vas a venir conmigo te guste o no. — se acercó amenazadora. — Y si no vas a moverte de ahí, lo haré por ti.
Se adentró a mi cuarto y tomó unas mochilas grandes. Se acercó a mi ropero y lo abrió. La miré con rabia.
Daide no dejaba de meter ropa dentro de las mochilas, seguidos de los zapatos y más tarde mi ropa interior junto a mi pijama.
— No puedes hacer esto. — le dije tratando de parar su acto. Daide se rió fuertemente y siguió su labor, miré a Elián que no decía nada. — Díselo. — le dije con lágrimas en los ojos.
Elián bajó su mirada y negó con la cabeza. Lo miré impresionada con los ojos muy abiertos y lágrimas saliendo de ellos.
— No puedes hacerle esto a Aine. — le dije negando frenéticamente. — Nunca te perdonará. — le grité.
Elián salió del cuarto con la cabeza gacha sin decir nada.
Miré al suelo y después me di la vuelta para encarar a Daide. Ella levantó una ceja y siguió husmeando mis cajones. Tomó accesorios y libretas. Tomó prácticamente todo, hasta mis plumas, que las puso delicadamente en una pequeña bolsa.
Me quedé estática viendo cómo metía todas mis cosas en las bolsas. Daide vio mi joyero y de él sacó la pulsera que Jared me obsequió. Abrí los ojos cuando ella sonrió y me miró con maldad.
— Tú no vas a cometer el mismo error que yo. — se dirigió a mi ventana y la abrió, tirando por ahí la pulsera.
— ¡No! — grité dirigiéndome a la ventana. Daide me agarró por la cintura impidiendo que me lanzara por la ventana para impedir que la pulsera cayera por el tejado.
— Emma, escucha a tu madre. — Daide acarició mi pelo mientras yo lloraba. — Un mortal no puede amarte. No debe. Ven conmigo, yo cuidaré de ti.
La ira invadió todo mi cuerpo. Empujé con fuerza el cuerpo de Daide para que me soltara y ella cayó al suelo.
— ¿Cuidarás de mí? — le grité. — ¿De la misma forma que lo hiciste hace años?
Daide me miró sorprendida mientras estaba en el suelo. Le sonreí como una loca.
— "Tú no vas a cometer el mismo error que yo" — repetí mientras sonreía. Negué con la cabeza.
La tomé por la cabellera y la arrastré hasta la ventana. La levanté, sin saber de dónde había salido toda la fuerza que ahora poseía mi cuerpo.
— ¡No! — gritó ella cuando amenacé con tirarla igual que ella había hecho con la pulsera que Jared me obsequió.
— Daide, escucha a tu hija. — sonreí abiertamente. — Yo no puedo amarte. No debo. No iré contigo, jamás.
La solté y ella rodó por el tejado de la casa gritando. Cuando llegó al borde de éste se tomó con fuerza. Salí y llegué hasta donde ella.
— Entiéndelo. — la miré. — No iré contigo.
La tomé de la mano y la devolví al tejado. Daide me miró sorprendida, entrecerró sus ojos y me tomó de la cabellera.
— ¡A tu madre no se le hace eso! — gritó tomándome y tirándome por el tejado haciéndome rodar. Me tomé del borde al igual que ella y apoyé mis pies en la pared de la casa.
Me impulsé con todas mis fuerzas y al estar en el aire saqué mis alas. Daide me miró sorprendida.
— No, perdona. Emma, perdona. — me dijo asustada.
— Estás muerta. — le dije mirándola con ira.
— No, Emma, por favor perdóname. — corrió a la ventana y yo volé hasta ella tomándola de los hombros.
Volé lo más alto que pude y la miré.
— ¡No! No lo hagas ¡Emma, por favor! — suplicó.
Entrecerré los ojos y bajé en picada para dejarla en el suelo.
— No vuelvas nunca. — le grité. — O no te alegrarás de volver a verme.
Daide me miró con los ojos muy abiertos.
— Emma, tú te vas conmigo. — dijo firme. — Eres mi hija y tengo derecho a llevarte.
Negué con la cabeza.
— Y no te pediré permiso. — Daide levantó su barbilla. —Et oboedientes.
La miré con los ojos muy abiertos. Vas a obedecer.
— No puedes usar eso. — le advertí.
Daide me sonrió.
— Sequere me. — dijo.
Sus palabras hicieron efecto en mi cuerpo siguiéndola. Mi mente solo gritaba Sígueme.
Daide terminó de empacar mis cosas y se dirigió a la entrada.
— Te seguiré por voluntad propia si me liberas de esto. — le prometí.
Daide me vio y se encogió de hombros.
— Vos liberi sunt.
Sentí cómo mi cuerpo me volvía a obedecer.
Sin pensarlo dos veces corrí a la parte trasera de la casa y recogí la pulsera de Jared.
— Si me voy, me voy contigo. — le dije al objeto que tenía en las manos.
— ¿Lista? — dijo Daide detrás de mí.
Asentí con la cabeza y la seguí.
Jared, si me puedes escuchar, te quiero...
Sabía que estaba en contra de nuestras reglas, pero tenía que saberlo.
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Emma, la caída de un ángel (Saga Genus #1)
FantasyEmma, un ángel de sanación, sacrifica su cómoda vida y con ello se une a los mortales por salvar la vida de su hermano, sin embargo, Milton, el ángel supremo del cielo del Sur, la busca mientras lleva una vida como mortal. Ella no sabe la razón y e...