"deja-Vù"

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Un grito desgarrador de dolor y miedo rasgó la noche, Carlos se incorporó en su cama con el corazón queriendo salírsele del pecho y respirando con dificultad, se pasó una mano por la frente, notó el sudor frío que la perlaba y al mismo tiempo el calor que evidenciaba la fiebre.

No recordaba nada. Poco a poco fue calmándose, bajó los pies de la cama y los apoyó sobre el gélido piso de su habitación sintiendo como el escalofrío disminuía su temperatura y relajaba sus músculos, de repente volvió a su cabeza aquel espeluznante grito y así mismo las dudas: ¿Había sido él quién gritó?
¿Había sido otra persona?, ¿Fue real? ¿Una pesadilla? Apartó todos aquellos pensamientos de un suspiro, cerró los ojos y se levantó de la cama abriéndolos lentamente, todo seguía igual.
El pequeño apartamento en el que vivía hacia un par de meses, era acogedor y medianamente iluminado, apenas tenía una habitación y carecía de agua caliente, pero para el precio que pagaba por él era bastante bueno, siempre le llamó la atención que el arrendador era bastante lúgubre y misterioso, solía aparecer de repente y contaba con frecuencia sobre antiguas desapariciones que habían ocurrido en el edificio años atrás. A pesar de todo jamás había puesto problema por nada y mientras se le pagara puntual no había lío.
Todo esto contribuía al extraño ambiente que flotaba por los corredores del edificio, sólo el interior cálido de su apartamento escapaba a esa sensación de asfixia que reinaba en el resto del lugar, aunque... por alguna razón este detalle parecía haber cambiado. Su acogedor apartamento se tornaba ahora gélido y oscuro, incluso después de encender la luz, algunos rincones permanecían levemente sumergidos en las tinieblas y el aire frío de la madrugada daba una sensación de encierro como en un frigorífico hermético.
Caminó lentamente en dirección al baño, al llegar abrió la puerta y encendió la luz, su rostro reflejado en el espejo se veía ojeroso y soñoliento, como si no hubiera en días, se acerco al lavamanos y abrió la llave del agua, puso sus manos bajo el chorro, sintiendo como el tibio líquido recorría cada célula de su piel llevándose aquella desagradable sensación por un momento, tomo un puñado de agua y al echársela en la cara, un nuevo escalofrío recorrió su cuerpo haciéndolo retroceder hasta chocarse con la puerta del baño, el agua en sus manos era tibia pero en su cara era tan fría como si viniera del mismísimo páramo, avanzó nuevamente hacia el lavamanos, recostó su mano derecha contra la pared, suspiró, cerró los ojos e intentó reordenar sus pensamientos, pero la infalible fórmula que siempre lo había tranquilizado, no funcionó esta vez......
La pared sobre la que tenía su mano, se quebró en pequeños pedazos y empezó a engullirle la mano como una arena movediza, trató desesperadamente de sacarla pero fue imposible, jaló con todas sus fuerzas, se ayudó con la otra mano con los pies, pero todo fue inútil, su mano se adentraba poco a poco en la pared, el desespero había quebrado su espíritu, lloraba, gritaba pidiendo auxilio, pero nada, ahora su antebrazo había sido tragado casi por completo por la pared y un nuevo dolor vino a incrementar su agonía.
¿Alguna vez has sentido la sensación, de millones de diminutas agujas al rojo vivo entrando por cada poro, quemando cada átomo de piel, músculo, nervio, sangre y hueso? Porque si así es, entonces ya conoces el horrible dolor que experimento Carlos en ese momento, en que el terror invadió su ser de tal forma que tiró una vez más de su brazo, con más fuerza de la que creía poseer y arrancó lo que aún quedaba de él, de la pared y su grito de agonía retumbó por cada rincón de su ser, despertándolo.
Ahora lo recordaba todo, y la sensación de Dejavú lo hacía temblar nuevamente. Mirando hacia la puerta, pensaba indeciso: ¿Me levanto o no?

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