"Reminiscencia"

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  El silencio de aquella casa no era la simple ausencia de ruidos que se acostumbra a experimentar cuando la noche se adueñaba del mundo, esto era diferente; era un silencio palpable; espeso; crudo; gélido... era algo que tenía vida propia. Los pasillos, cortos a la luz del día, o de buenas lámparas, se volvían corredores de longitud infinita cuando las sombras se extendían por las viejas paredes. 

En piso crujía, sin razón aparente, en un ritmo acompasado. Si una luz, por más fuerte que fuera, hubiera estado ahí, tratando de revelar los objetos que estaban regados por doquier, se hubiera visto consumida, lentamente, por inexplicables objetos que se movían con la agilidad con que una serpiente se arrastra por la tierra.

Había largos murmullos, encapsulados por el tiempo, que recorrían las habitaciones, también estaban las voces, graves, hoscas, frías y grotescas, que susurraban nombres, o frases, en lenguas desconocidas. La sensación de que algo estuviera ahí era demasiado fuerte para no creerlo. Era una presencia, al igual que el silencio, que podía mover cosas.

Si doblabas por un pasillo, para continuar explorando, no verías algo al otro extremo moviéndose para esconderse de la luz, nunca encontrarías ninguna aparición, a pesar de los rostros que estaban en los espejos, rostros productos de la grasa del cuerpo humano, tan sólo sentirías que aquello se estaba aproximando.

También sabrías que, fuese lo que fuese, acarreaba consigo aquel silencio y aquella oscuridad. Siempre estaría detrás, siguiéndote, respirando sobre tu nuca con heladas exhalaciones. Era lento, pero eso no significaba que no te atraparía, pues la casa era grande, finita dentro de su propio espacio, pero compleja y, por ende, infinita dentro de sus propios pasillos de posibilidades, silencios y horrores invisibles. Se podría decir que aquella construcción era un vampiro, no de sangre, pero de energía. Tomaba lo mejor de ti para agotarlo y extinguirlo, dejando sólo cosas que la lógica no podría explicar. Cosas que se movían, siempre a detrás, para acecharte.

En algún lugar, en algún punto, donde cuatro pasillos convergían ante una puerta que conducía hacía abajo, estaba una máscara del teatro Noh suspendida entre una sombra corpórea. Sólo estaba ahí, no te seguiría si te movieras, no haría nada. Pero sólo con verla las paredes comenzaría a acercarse, la habitación se haría más chica y verías que entre las sombras había algo, cosas pequeñas que ni caminaban, ni se arrastraban, cosas que extendían sus garras hacía ti.

Tu pulso aumentaría, una fuerte presión haría que tu pecho doliera y sentirías un vacío en la boca del estómago; habría un pánico atroz, el aire te faltaría; mareos y dolor de cabeza; un castañeo incontrolable y cientos de escalofríos destazarían tu columna como un carnicero destazaría el cuerpo de un cerdo.

Los pies no serían ya los fuertes pilares de hierro que creerías poseer, se verían reducidos a simples cubos de hielo quebradizos, provocando que tus piernas perdieran el control y la orina se liberara de tu vejiga... y aquello seguiría detrás de ti, esperando, acercándose cada vez más y más, hasta que, al fin, darías la vuelta y lo verías frente a ti, y eso te vería a ti... 


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