Vale la pena leer esta historia , por muy larga que sea 😱
No alquiles este piso, aquí habitan fantasmas. Te meterás en problemas. Susan aún tenía aquellas palabras rebotando por su cabeza. Tenía claro que no creía en fantasmas, pero aquello le había dado mala impresión: no esperaba llevarse bien con una vecina, la única que había en la séptima planta del edificio, que le había recibido con tal chorrada. Nada de "bienvenida al edificio" o algo parecido.
Se coló en el piso mientras Susan apenas había visto el salón y le soltó aquello. La casera ni se inmutó, ni siquiera la miró. Debía estar acostumbrada a que la vecina de al lado intentase ahuyentar a sus inquilinos. Susan estimó que debían ser viejas rivales, así que no pensaba quedarse en mitad de ambas y sus conflictos. Porque por fin encontró lo que llevaba tres semanas buscando: un piso con dos habitaciones, una de ellas para convertirla en su estudio donde continuar con su próxima novela, con grandes ventanales desde las cuales adquirir una amplia visión de toda la ciudad, a tan sólo diez minutos de su nuevo trabajo, y, sobre todo, a un precio increíble.
Susan había colaborado los últimos dos años en un periódico de tirada regional. Solía escribir una columna de crítica social y en ocasiones algún articulo sin demasiada trascendencia, los cuales enviaba por email los miércoles y los viernes al redactor jefe del periódico. No era gran cosa, lo suyo era el arte de manejar palabras, enredarlas y hacerlas bailar entre tapa y tapa de sus cada vez más afamados libros. Pero le ofrecía una coma muy gratificante en el, a veces, cargante oficio de escritor, y sobre todo le permitía adquirir, poco a poco, más fama entre los amantes de las letras. Y gracias a esto último Susan había acabado en aquel, según la vecina de pelo encrespado y camisa a cuadros hortera, piso con fantasmas. Porque gracias a su buen hacer y a su emergente fama el redactor jefe del periódico le había ofrecido un puesto fijo en la redacción, a media jornada, pero muy interesante. Requería de su presencia en la redacción casi a diario, le robaría buena parte del tiempo dedicado a la síntesis de sus libros, pero Susan estaba muy entusiasmada y emocionada con su nuevo papel en el mundo. Además, las afueras ya no le aportaban nada. Necesitaba un cambio, sentir el calor de la gente cerca de ella, aunque ese calor solo le llegase a través del ruido banal de los coches y las muchedumbres embutidas en los autobuses de línea. Le parecía bien de todas formas. Estaba cansada de la banda sonora de las afueras: pájaros, la bocina del camión del lechero y más pájaros.
Así que después de tres semanas buscando piso, después de tres semanas acudiendo a la redacción desde su antiguo hogar en las afueras, tras haber cogido dos trenes y un autobús, por fin encontró un piso en su querida ciudad, a tan solo un paseo de su nuevo trabajo. No estaba dispuesta a consentir que una vecina con ganas de asustar a los nuevos inquilinos arruinase sus esfuerzos.Aún estaba todo por montar. El piso estaba amueblado, pero Susan tenía todas sus cosas en una gran montaña de cajas que había construido con sumo cuidado en el estudio. Solo llevaba tres semanas en la redacción, pero ya había hecho grandes amistades. Así que había decidido invitar a gran parte de ellos a tomar unas cervezas, a modo de pequeña inauguración de su nuevo hogar, y por que no, de su nuevo trabajo.
La noche trascurrió tranquila. Unas cervezas, unos pitillos, risas, pequeños tentempiés, largas e interesantes conversaciones, más cervezas, más risas...Era viernes por la noche, la cuidad, a los pies de Susan y sus compañeros, emanaba vida y luz, mucha luz. Así que todo era perfecto.A la mañana siguiente se levantó con mucha vitalidad y energía, algo cansada debido a una pequeña resaca, pero dispuesta a poner toda la casa en orden, recoger los restos de la fiesta de la noche anterior y sobre todo la montaña de cajas del estudio. Envolvió su delicada piel blanquecina como la leche con una bata de seda dorada y se dispuso a salir del dormitorio para tomar el desayuno. Al abrir la puerta del dormitorio se llevó una grata sorpresa: todas las botellas de cerveza, paquetes de tabaco vacíos, platos con restos de comida y ceniceros repletos de colillas se habían esfumado. Todo estaba en perfecto orden. Una gran sonrisa le cruzó toda la cara, de oreja a oreja. Lo más seguro era que Shally y Thomas, los últimos invitados en marcharse y con los que más confianza tenía, habían decidido recogerlo todo. No le extrañaba, eran grandes personas, siempre dispuestas a todo.
Llegó a la cocina con paso vivo y alegre, con la sonrisa decreciendo pero aún presente. Recogió su pelo dorado en una cola alta y sacó la cafetera y el tostador de uno de los armarios superiores de la cocina. Pero antes de encenderlos decidió volver al dormitorio. Iba descalza y nunca enchufaba cosas descalzada desde que escuchó, en aquel programa de sucesos de las siete, que alguien murió electrocutado al enchufar la televisión descalzo. Así que regresó al dormitorio a por sus zapatillas moradas de piel de peluche.