Sentimientos

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          Al llegar junto a él, me invitó a sentarme, y cuando le iba a cuestionar por qué no nos íbamos ya, me sorprendí cuando de la bolsa sacó un paquete con gasas y comenzó a cubrir mi antebrazo hasta que estuvo toda la herida cubierta, dejando un beso en mi muñeca al finalizar. Mi corazón estaba maravillado con lo amable que estaba siendo Diego desde ayer, pero mi cabeza aún me decía que no fuese tan frágil como para dejarme convencer por palabras y gestos bonitos.


—Gracias...— le agradecí desde el fondo de mi corazón, porque a pesar de todo lo que pensaba tenía que reconocer que Diego estaba siendo más que bueno conmigo.

—No hay de qué...— se levantó tomando mi mano y jalándome hacia él para comenzar a caminar hacia la salida.— Ahora nos vamos, pero me preocupa que no hayas comido nada, porque conociéndote sé que ni siquiera desayunaste. Así que ve pensando qué deseas comer para parar en el camino a tu casa.


No sabía cómo es que Diego podía conocerme tan bien, ya que me había alejado bastante de él desde hacía como dos años, bueno prácticamente desde que empezó la universidad. Mientras íbamos por el camino, sugerimos pedir para llevar en una pizzería para poder comer en la casa porque realmente nos sentíamos cansados ​​como para querer bajarnos y comer dentro. Cuando ya nos estábamos acercando al vecindario, empezó a llover muy fuerte y al estacionarnos tuve la idea de salir corriendo hacia la entrada, pero Diego me detuvo.


—Oye, ¿a dónde vas? ¿No irás a correr bajo la lluvia? Con este frío seguramente te enfermes y no está en mis planes que te enfermes...— Al terminar de hablar, se giró hacia la parte trasera y de allí se quedó observando y sacó una chaqueta.— Mira...

—Diego, en serio no es necesario, puedo salir corriendo, no pasará nada...— Le demostré que realmente no hacía falta que me diera nada, muchas veces ya lo había hecho. Pero él ni siquiera tomó en cuenta lo que dije y me puso en mi cabeza la chaqueta y me permitió salir corriendo hasta el porche de mi casa. Cuando me giré, ya él estaba a mi lado y nos reímos por lo chistoso que había sido que ambos sin querer habíamos quedado ya empapados en agua dos veces en el día en menos de cuatro horas. Cuando tomé la iniciativa de querer abrir la puerta, vi que estaba cerrada. Intenté recordar si cuando salí le había puesto el seguro, pero al fijarme supuse que debía ser mi hermano porque no vi su auto estacionado en la cochera. Eso me hizo enfurecer, porque yo había dejado sin querer las llaves en mi habitación porque suponía que él ya había salido temprano para la escuela. Suspiré e intenté pensar qué podía hacer.

—Daniela, no te preocupes, si quieres llamar a tus padres, seguramente a ellos no les importe venir a abrir la casa.— Rápidamente negué, jamás intentaría recurrir a mis padres.

—No, no, ya se me ocurrió algo.— Corrimos hacia la cochera y le señalé la puerta que igualmente estaba cerrada, pero tenía una idea al señalarle más abajo.— Mira, no creo que tú quepas ahí, pero yo sí.

—Estás segura de que cabes ahí?— Diego me miró un poco preocupado cuando vio que le señaló la entrada y salida del perro de la familia.

—Estoy segura de que puedo lograrlo, solo ayúdame cuando tenga que pasar las piernas.

—claro...


          Al entrar, justo frente a mí estaba Leo, nuestro golden retriever, que me recibió con una gran lamida en mi mejilla. Yo reí ante su acto inocente y le abrí la puerta a Diego, no iba a dejarlo afuera después de todo lo que hizo por mí. Nos sentamos en el suelo de la sala y mientras yo escogía algo para ver en la televisor, Diego encendía la chimenea. Al estar ambos acurrucados, cada uno con nuestras propias mantas individuales, empecé a tener un recuerdo de algo que al parecer había olvidado. La razón por la que mis padres me habían prohibido tener un auto y esa habia sido fue no ser lo suficientemente responsable.

La Chica "Emo" (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora