En la distancia

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Terminar la escuela suena a imposible, pero no lo es, solo un par de meses más y no tendré que volver.

La mayoría sabe que irá a las minas, bueno los afortunados hijos de comerciantes solo se dedicarán a su negocio familiar.

Mi mirada recorre entre los compañeros y sin poder evitarlo termino viendolo.

Sentado con un cuaderno, parece concentrado, me pregunto ¿qué estará haciendo?

—¡Peeta!— grita una chica bajita de pelo castaño que se sienta a su lado.

Habla con él, y él sonríe pero sigue viendo al cuaderno. No levanta la vista en ningún momento.
La chica parece darse por vencida de lograr obtener toda la atención para ella y le arrebata el cuaderno.

No puedo escuchar lo que le dice ella, pero mientras él trata de que se lo devuelva ella hace algo que me ocasiona una leve sacudida: le da un beso breve en los labios.

El chico de ojos azules no hace nada sobre ese beso. Ni una mueca.
Y de forma espontánea veo que a vuelto su mirada hacía mi.

Trato de bajar deprisa la vista pero no fui tan rápida y sé que él me ha visto, se a dado cuenta que lo observaba. Pensará que soy una desubicada que espía como se besan otras personas.

Tomo mis cosas y salgo de ahí.

La imagen del fugas beso se estampa en mi obstinado cerebro. Un nudo se aprieta en el fondo de mi estómago.

El pasar de los días es tranquilo, mi única preocupación es a qué dedicaré mi tiempo una vez termine la escuela.

Debo buscar un trabajo, pero hay tan pocos disponibles que, o será la mina o será aprender a curar como mi madre.

Y ninguna de las dos opciones me gustan.

Llegado el momento lo sabré.

18 Años

Cada día más cerca de la cosecha, cada día resisto este impulso de tomar a Prim y esconderla en el bosque. Cada día sumida en el miedo de que la mala suerte se la lleve.

Las cosas suelen cambiar muy deprisa y nos amoldamos a ellas sin darnos cuenta, tomando lo que viene y haciendo lo mejor que se puede con ello.

He terminado la escuela al fin y me he decidido a ayudar a mi madre, aún no tolero la cantidad de personas que mueren de hambre y no tener nada que mandar a sus hogares; pero me niego a pensar en eso, no quiero pensar en más muerte con las cosechas ya cerca.

Traigo del bosque algunas hierbas que le hacen falta a mi madre. Debía hacerlo hoy,  mañana es domingo, el único día que puedo ver a Gale a solas.

Suelo verlo dos veces entre semana, él insiste que puede venir más días, pero las jornadas laborales son largas y se merece descansar. Solemos sentarnos fuera de casa o en algunas de las rocas que se encuentran en los alrededores de la Veta, platicamos, pero nada que inmiscuya sentimientos. Bastante tengo ya con las preguntas de Prim que insiste que le confiese si soy novia de Gale, no me cree cuando digo que no lo soy.

No lo soy.

Él no volvió a preguntar y yo no contesté la primera vez que lo hizo.

No nos besamos dentro del distrito, aunque los domingos son distintos, en el bosque las cosas son distintas. Sus labios se han vuelto una de mis cosas favoritas para probar.

Justo es el pensamiento que ronda mi cabeza mientras el sol ilumina nuestros rostros, cuando su mano hace aparición y mis reflejos también hacen acto de presencia.

Me retiro asustada, observándolo de mala manera y él queda con la mano en la misma posición que la tenía: en mi pecho derecho.

—¿Qué haces?— pregunto quitándome​ su mano rápido.

—Lo siento— dice serio y tiene la decencia de sonrojarse.

Después de eso lo deje ahí y me fui a casa.

No lo volví a ver durante días y me alegro, yo no quiero hacer esas cosas, no me interesan.

Mis días están repletos de Prim, de sus platicas, de sus miedos, de sus sueños.

El día de la cosecha vamos tomadas de la mano, en la plaza encuentro a Gale y a Hazelle quien me abraza de inmediato, después a mi madre. Nos colocamos los 4 juntos, con los otros pequeños hermanos de Gale y observamos a Rory y Prim tomar su lugar en la cosecha.

La urraca de vestimentas estrafalarias habla y el mentor borracho del distrito hace el ridículo, nada nuevo.

Llega el momento del anuncio de los seleccionados y dejamos de respirar. En mi periferia aparece esa silueta conocida para mis ojos, desconozco por qué me inquieta y a la vez me tranquiliza.

Le veo observar a la tarima. No sé el por qué esta aquí, tal vez morbo. Él ya no tiene nada que hacer aquí, en su familia todos están a salvo.

Giro mi rostro asustado esperando el nombre.
Los fuertes brazos de Gale me rodean y el nombre se escucha.

Respiro con alivio, no es Prim.

El turno del chico llega y es mi turno de sostener a Gale, le tomo la mano y la aprieto.

Después de unos segundos ambos nos abrazamos, nuestros hermanos están a salvo otro año. Ni Prim, ni Rory, han sido seleccionados y en medio de la euforia, por vez primera, los labios de Gale y los míos se juntan para ser observados por todos los que atinen a ver hacía nuestra posición.

—¡Fuchi Gale!— escucho a la pequeña Posy y eso es lo que nos hace separarnos.

—Se ven tan bien juntos, estoy tan feliz— afirma una emocionada Hazelle sonriéndonos.

Mi madre me sonríe, secundando lo que ha dicho la madre de Gale.  Yo levanto la vista encontrando su mirada en la distancia, siempre en la distancia;  y aún así podría jurar que en sus ojos veo dolor, desilusión, su rostro se crispa al darse cuenta que no ha bajado la vista, que me he dado cuenta que él observaba y sin mas se marcha. Da media vuelta, dejándome ver sus hombros anchos y espalda amplia, su pelo rubio que brilla con el reflejo del sol. Lleva las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Se fue sin una sonrisa, esa sonrisa como las que siempre dedica a todos, menos a mí.

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En El Camino (Katniss y Peeta si no hubiesen ido a los juegos) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora