Miente si puedes

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Te has vuelto indispensable para mí, quisiera decírtelo a la cara. Soy muy cobarde para muchas cosas, así que déjame verte de espaldas. No me susurres nada, quiero que te quedes callado, porque si escucho tu voz, lo dudare en ese segundo; no pretendemos escuchar las verdaderas razones del otro, es patético... pensar en que si el otro tiene razón moriremos en algún momento.

Pero es más patético pensar que tú lo piensas, ver tan siquiera una posibilidad de que somos aún algo para el otro. "¡Despierta Guillermo!"  Me grito yo, antes de abrir los ojos, pero siempre me quedo ahí, estático, como si el tiempo no fuera suficiente razón como para seguir en el proceso. Solo... abre los ojos, y date cuenta de que todo se ha ido, y todo ha terminado.

Es así, como vuelvo de vuelta a la estúpida huida, que nunca he podido realizar. Estoy jodido, y aun así sonrío a la gente, porque me doy cuenta de que una sonrisa falsa provoca menos lágrimas. Prefiero y opté por el camino fácil, el falso. Ser una persona sin remordimientos, de todas formas soy yo el que se pone de rodillas ante Carlos; el que se humilla soy yo de cualquier manera...

Pero la relación es extraña. Llega en el momento justo, en el que mi hambre comienza, un hambre que no controlo yo, ni él, es algo así como... insaciable. Una neurona explota al momento de estar solos, y eso es cada vez que llego a Los Ángeles. "Permíteme enamorarte"  fue lo que me dijo, "Inténtalo"  fui claro, y por eso no me duele tanto.

Quizá haber dado un poco de esperanza sea lo que realmente lamente. Tenía que saber que la mentira misma, que yo decía, de poder olvidarlo, un clavo saca a otro clavo, pero este clavo no tiene filo, no tiene nada. ¿Qué tan grande es el peso que cogimos esa noche? ¿Qué cogí yo siendo un imbécil? ¿No llegar y hacer nada por ti? ¿Era eso? ¿Hasta que punto tenía que llegar para percatarme de que el daño, tuyo y mío, era suficiente?

Probablemente el golpe que me diste era necesario.

Y así aterrizo aquí; al presente. Llegando a Los Ángeles con la maleta en mano, con un dolor de cabeza insoportable, con olor a cigarro.

Porque ya no hay droga que valga si los recuerdos son tantos.

-¡William! - Pero te tengo a ti. - ¿Cómo te fue?

-Súper bien – Pero no me tengo a mí. - ¿Qué hacías en mi habitación, eh?

-Nada... durmiendo - Contestó sonriendo, me recosté en la pared, dejando la maleta en el piso por un momento. - ¿Qué tal todo? ¿Te encontraste con amigos?

-Me encontré con gente que no debía de encontrarme - Respondí serio, cerrando los ojos por un momento. - En fin...

La única cosa que tengo que decirte es...

- ¿Pasa algo?

-Nada – No puedo seguir con esto. - ¿Quieres ir a cenar?

-Sí, solo déjame darme una ducha, apesto a choto – Me dio un beso, y en ese momento, sonrió, como era costumbre, su rostro de niño bueno, con esa sonrisa de niño malo, me llenaba de algo tan extraño, como un elipsis.

Elipsis; algo que puede sobreentenderse.

¿Qué era exactamente esto en sus labios?

Dependencia, entendía dependencia. Ceguera, veía que estaba ciego. ¿Por qué no me odia? ¿Por qué no se cansa? Es más de seis meses juntos, y aunque sé que no lo he dejado solo como lo hice con él ¿Qué le da derecho a no odiarme? ¿A no extrañarme? ¿Qué es?

Quizá el hecho de que no me quiera como él lo hacía, que el amor loco y superficial solo es algo que se nos dio a Vegetta y a mí; aunque ahora mismo no comprendo realmente qué tanto tengo que dar para no perderlo. Porque todo se vuelve suficientemente confuso como para pensar que él es el malo, a pesar de saber que el ochenta por ciento de todo es mi culpa.

SICKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora