El tiempo parecía pasar cada vez más lento. Por unos días todo estuvo bien, hasta que dejo de estarlo. Cuando recibí la llamada de Grant me sentía tan feliz, realmente pensé que me iba a sentir mejor, y lo hice, pero después todo volvió a derrumbarse. Y esa sensación de completo vacío en el pecho, como si faltase una parte importante, volvió a aparecer.
Sabía que tenía que hacer cosas para distraerme, para dejar de pensar por un segundo en lo mal que me sentía, pero simplemente no encontraba la fuerza para hacer algo. Ya no sabía cómo seguir, pero lo que si sabía era que necesitaba estar en mi casa, con mi familia, con mis amigos. En junio se habían cumplido seis años desde que estaba allí y cada vez se hacía más difícil el no extrañar.
El día siguiente fue igual; nada cambió, ni para mejor ni peor. El no haber comido por tres días estaba empezando a debilitarme y hacía que me doliera la cabeza. Sabía que esto se me estaba yendo de control y que tenía que parar. A pesar de saberlo, no hice nada.
En algún momento del día me quedé dormida. Cuando me desperté vi que mi madre me había enviado un mensaje.
> Hola, mi amor. Quería saber cómo estabas, cuando hablamos la última vez no te escuché muy bien. Te amo.
Como no quería preocuparla, le mentí.
>> Estoy bien, perdón por no contestar antes, estuve ocupada. Vienen siendo unas semanas agitadas. No te preocupes por mí. Te amo mucho más. Cuídate.
Traté de no pensar tanto en ella, porque siempre terminaba en el mismo lugar: el día que me fui, cuando me rogó que me quedara. Nunca me había sentido tan mal conmigo misma. No podía dejar de pensar en que, de algún modo, la estaba abandonando, que la estaba dejando sola.
Mi celular empezó a sonar. No quería ver quien era por miedo a que fuera ella, no iba a poder hablarle sin romper en llanto. Cuando vi la pantalla, el nombre que se mostraba no era el suyo, sino el de Grant y, después de lo que parecía haber sido muchísimo tiempo, sonreí.
—Hola, Grant –lo saludé.
—¡Ey! ¿Cómo va todo?
—Bien –contesté, no muy segura—. Pasando el rato...
—Mmm... No estoy muy convencido con tu respuesta. ¿Es un mal momento para hablar?
—No, no. –Un nudo se formó en mi garganta, estaba haciendo lo posible por no largarme a llorar. Mal momento para llorar, Liz, mal momento, me dije a mi misma.
—Liz, ¿estás ahí? –preguntó Grant ante mi silencio.
—Sí... Sí, perdón, no estoy teniendo unos días muy buenos, a decir verdad.
Se quedó callado por un segundo hasta que dijo:
—¿Quieres hablar de ello? Si necesitas hablar con alguien, soy todo oídos, de verdad, pero si no quieres, lo comprendo.
—No quiero molestarte... —comencé a decirle.
—No es ninguna molestia –me interrumpió.
—Es que a veces tengo mal días y hoy es uno de ellos... igual que el día de ayer, y antes de ayer... ¿No te ha pasado alguna vez que sientes que no tienes fuerzas para absolutamente nada, que lo único que quieres es quedarte en tu cama?
—Sí, claro que sí. Pero de alguna manera hay que encontrar la fuerza para seguir adelante, ¿no?
—¿Y si no la encuentras?
—Entonces es porque no estás buscando bien.
Grant era con la única persona, aparte de mi madre, con la que había hablado esos últimos días. Hablar con él resultaba muy fácil, algo en su tono de voz me brindaba tranquilidad y seguridad. Había recibido mensajes y llamados de mis amigos pero no le había respondido a nadie; los que me conocían sabían lo que estaba pasando cuando no respondía y sabían que tenían que darme mi espacio, pero también había veces en la que hacían todo lo contrario y no dejaban de preguntarme cómo estaba y de decirme que me tenía que poner bien y que todo iba a pasar. Sé que ninguno estaba muy seguro de lo que era ese "todo", porque ni yo lo estaba.
—¿Estas acostada en tu cama? –Su pregunta me tomó por sorpresa.
— Sí... —le dije, un poco dubitativa.
—¿Hiciste algo aparte de eso?
—No, nada –contesté, sincera.
—Mira, ya sé que no soy nadie para decirte lo que tienes que hacer, pero voy a hacerlo de todas formas. Quiero que te levantes de esa cama y quiero que le des tres vueltas a la mesa.
Me reí ante su orden.
—¿Tres vueltas a la mesa? –repetí, riendo.
—Sí, tres... No, mejor que sean cuatro. Vamos, solo hazlo.
Me levanté de la cama, me estiré y me dirigí al comedor. Aún con el teléfono en mano, empecé a dar las vueltas. Mientras lo hacía, aproveche para preguntarle cómo estaba.
—¿Cómo estás tú? ¿Cómo van las grabaciones?
—Yo estoy bien. Cansado, ¡y esto recién empieza! Llegué a mi casa hace un rato y llamé para saber cómo iba todo. –Se escucharon unos ladridos de fondo, seguido de un:— ¡Nora, cálmate! –Los ladridos cesaron—. Perdón, Nora puede ser toda una perra cuando quiere.
Su comentario me hizo reír. Se sentía bien hacerlo.
—Bien, terminé de dar las vueltas –le avisé—. ¿Ahora qué?
—¿Ya comiste? –Me quedé en silencio. Pensé en mentirle, pero de nada servía—. ¿Liz?
—No, no comí. No estuve con mucho apetito estos días.
—Ok... Ve a la nevera y ábrela –me ordenó.
Hice lo que me dijo. No había nada más que un limón, cerveza, dos botellas de agua, aderezos, un yogur y algo de verdura que seguro estaba en mal estado. Daba pena.
—Si vieras mi nevera en este momento te largarías a llorar –le dije.
Lo escuché reírse, lo que me hizo sonreír como una tonta.
Pensé que al no tener nada me iba a dejar en paz, pero no lo hizo, así que tuve que pedir algo para comer. Llamé al delivery de comida china que más me gustaba y esperé, mientras tanto seguí hablando con Grant. Me dijo que su hermano, Tyler, lo iba a ir a visitar al día siguiente y que no podía esperar a verlo. Me contó que era un gran fotógrafo y que vivía allí en Nueva York, entre otras cosas. Hablaba de él con mucho orgullo y cariño.
El timbre de mi casa sonó y con todo mi pesar me tuve que despedir de Grant.
—Espera un segundo –le pedí mientras buscaba dinero. Le pagué al delivery y apoye la comida sobre la mesa—. Tengo que dejarte, ya llego la comida – dije apenada.
—Oh, está bien. Prometo llamar mañana, para saber cómo sigues.
—No hace falta, Grant, de verdad, voy a estar bien.
—Lo sé, pero quiero hacerlo. Hablamos mañana, ¿sí?
—Bien, hasta pronto —me despedí.
—Hasta pronto, disfruta tu cena.
Dejé el celular sobre la mesa ratona y me senté a comer. Sentía que mi estómago me agradecía por la comida, así que yo le agradecí a Grant.
> Mi estómago y yo agradecemos que hayas llamado. Si no lo hubieras hecho, lo más probable es que me hubiese ido a dormir sin comer nada. Gracias, de verdad :)
A los pocos minutos llegó su respuesta.
>> Me alegra saber que fui de ayuda para tu estomago... y para ti :)
Esa noche dormí ligera como una pluma.
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La luz en mi vida [Grant Gustin]
FanfictionPor primera vez desde que Liz llegó a Estados Unidos, sentía que era cien por ciento feliz. No más noches llorando, no más pensamientos negativos. Es increíble cómo puede cambiar tu estado de ánimo solo por conocer a una persona. #12 en Flash [27/0...