Por la mañana me levanté con las ojeras marcadas profundamente y el cabello alborotado. Caminé a rastras hasta el baño e hice un intento para poner en orden mi cabello.
Me terminé de alistar, guardé cuidadosamente el reloj de bolsillo (allí ahora residía el alma de mi abuelo, era mi más importante posesión) y bajé las escaleras con desidia. Las piernas me dolían y la cabeza me daba vueltas. Me senté en el comedor y desayuné rápidamente algo de fruta y cereales. Miré el reloj en la pared y casi me atraganto. Tomé mis cosas y salí andando en mi bicicleta hacia la escuela, "preparado" para otro día.
Crucé la primera calle y a los pocos metros distinguí una casa de color verde pastel. Vi emerger de su puerta a Joseph, cargando su mochila, y sentí un escalofrío instantáneo. Me apresuré a seguir avanzando, pensando en huir antes de que me viera, pero no lo logré.
–¡Archie! –gritó con animosidad mientras me saludaba con la mano.
–Maldición... –exclamé por lo bajo. Me detuve frente a su casa a regañadientes– ¡Hola, Joseph! –grité mientras lo saludaba con la mano sin ganas. Él se acercó a mí con una sonrisa.
– ¿Yendo a la escuela? –indagó como si no fuera obvio.
–¿No es obvio? –respondí automáticamente, con cierta frialdad. Él se extrañó por mi reacción y me miró de soslayo.
–Pues, yo también estaba por ir...
–Lo supuse –espeté con media sonrisa. Él titubeo y quedé con la mirada perdida en el suelo.
–Y pensé... –agregó con cautela– Que tal vez... podríamos ir juntos. Si quieres y me esperas a que busque mi bicicleta, claro –aventuró con una sonrisa esperanzada y no pude negarme. No quería ser un mal amigo, ni descortés, a pesar de que él chico me diese mala espina.
–Está bien, te espero –respondí dubitativo.
El chico entró nuevamente y medio minuto después salió portando su bicicleta. No era nada similar a la mía, salvo porque, bueno, era una bicicleta. Pero la suya era nueva, brillante y de última generación, de color naranja, a diferencia de la mía que era de color verde oscuro, algo despintada y sucia, sobretodo bastante vieja. Torcí mi expresión mientras el salía a la calle.
–Linda bicicleta –murmuré conteniendo mi envidia. Sí, sentí envidia. Yo, el chico al que no le importaba nada de lo que los demás tuvieran o fuesen, estaba envidiando algo de un chico modesto, amigable y educado. Me estremecí al notar eso.
–Gracias, pero la tuya tiene más estilo –contestó devolviéndome el alago (sí, para colmo era buena persona. Mis uñas no soportarían esto).
–Andando, se nos hará tarde –comenté remontando. Él me siguió con una sonrisa divertida.
Durante los minutos que tardamos en llegar conversamos de cosas sobre nuestras vidas, qué nos parecía esta ciudad y qué solíamos hacer. Descubrí que a él le gustaban varias cosas que a mí me encantaban, eso hizo que él me agradara más (incluso prometió prestarme uno de sus libros que yo ansiaba leer pero aún no llegaba a la ciudad).
Llegamos a la escuela y corrimos a clases. Entramos junto con la profesora de Matemáticas. Justo a tiempo.
Nos sorprendió con un inesperado examen. Todos maldijeron y se quejaron por la bajo. Yo lo vi como una oportunidad de superar a Joseph en algo, había estado estudiando bastante últimamente. Esa vez decidí sentarme al lado de Kevin, una especie de nerd del salón, dejando que Bárbara se sentara con una de sus amigas, la cual yo aún no conocía.
El examen fue bastante simple, a decir verdad, más de lo que me esperaba. Entregué muy sonriente antes que nadie. Durante el receso conversé con Bárbara y le recordé que había olvidado su libro en mi casa. También le conté al oído lo sucedido, ese "ligero accidente" con el hechizo de levitación y lo que mi hermano menor había presenciado. Ella asentía mientras escuchaba mi desastrosa experiencia. Terminó riendo a carcajadas. Prometí llevarle el libro hasta su casa después de la escuela.
Sonó el timbre y volvimos al salón, ella me dio un corto beso en la mejilla antes de entrar, logrando que me sonrojara y quedara con cara de tonto mirando a la nada. Joseph entró junto a otros chicos del salón, se ve que había estado haciendo amigos nuevos. Sentí una especie de alivio.
Luego, la profesora pasó a comunicar nuestras notas del examen. Para mi sorpresa y la de él, habíamos sacado el mismo puntaje, casi perfecto. Él, que estaba sentado frente a mí, me felicitó y yo a él, tensando los labios. Toda la envidia que había sentido comenzaba a disiparse poco a poco, creo no era tan malo después de todo, de pronto comenzaba a sentirme un tonto.
Luego de la escuela, me despedí de mis amigos y regresé junto con Joseph. Charlamos un poco más hasta que llegó a su casa, yo seguí pedaleando hasta la mía.
Entré a casa, noté que estaba desolada. Tomé una manzana el refrigerador y la fui comiendo mientras subía a mi habitación. Dejé mi mochila sobre la cama y el corazón de la manzana en el cesto de la basura. Tomé el libro de Bárbara que descansaba en un mueble y lo deposité sobre mi cama mientras vaciaba mi mochila. Lo volví y sonreí con añoranza mientras observaba su tapa, luego simplemente lo metí dentro. Revisé el reloj en mi bolsillo, aquel importante reloj. Comprobé que estaba bien y suspire aliviado mientras lo devolvía cuidadosamente a su lugar.
Bajé corriendo las escaleras, pero teniendo un poco más de cuidado esta vez, sobretodo para que el reloj no saltara de mi bolsillo. Una vez en mi puerta, me encontré con el gato negro que usualmente se aparecía por allí. Le acaricié la cabeza, algo desconfiado, y crucé frente a él, riendo al recordar creencia de que daban mala suerte, ¡Sólo eran gatos! Bueno... la mayoría.
Decidí caminar hasta la casa de Bárbara. Doblé en la esquina y seguí caminando a paso moderado. Miraba los árboles, oía a los pájaros cantar sobre los grandes árboles, mientras las personas iban y venían por la calle, yo iba pensando en Bárbara, en Joseph, en la escuela y en todo. Todo iba bien.
Escuché pasos detrás de mí, alguien corpulento corría en mi dirección. No tuve ni tiempo de voltear antes de que me embistiera por detrás, haciéndome caer al piso.
–¡Quítate, imbécil! –recuerdo haber gritado mientras este me aplicaba una llave, inmovilizándome de cara al piso.
Otro tipo se me acercó, caminando a paso normal, su sonrisa ladeada sugería estar viendo algo agradable. Me arrancó la mochila, se la puso en la espalda y subió a un lujoso auto negro. Me debatí y grité, pero el tipo que me tenía presionado contra el pavimento era mucho más grande y fuerte que yo. Me golpeó con fuerza en la cabeza y perdí el conocimiento.
Cuando desperté estaba en una habitación que desconocía. Frente a mí había una ventana de cortinas verdes, las paredes eran blancas. Frente a mí un rostro se apareció, por su cabello supuse que era una mujer.
–Descansa... –susurró casi en un cántico mientras yo volvía a caer dormido.
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Los Gatos Negros
Science FictionGatos negros, brujas, un pueblo encantado y leyendas. Todo está conectado. La historia de Archie, un muchacho que llega inesperadamente a su nuevo hogar en la misteriosa ciudad de Salem, conocida por sus legendarias historias de brujas en la antigüe...