Capítulo 21 - Así es mi vida

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Desperté sobresaltado cuando ya había caído la noche. Me restregué los ojos, notando que me dolía la cabeza. Me preocupé al pensar que había salido sin avisarle a mis padres, sin duda estaría condenado cuando volviera... Lo que me llevó a recordar que: No tenía idea de dónde estaba. 

Me levanté de un impulso y me miré de arriba a abajo asegurándome de aún tener puesta mi ropa (nunca se sabe).

No tardé mucho más en recordar el atraco que había sufrido y lo que había perdido. Maldije en voz baja a la vez que me levantaba de la cama, pero me detuve al escuchar a alguien subir por las escaleras. Abrí los ojos como platos y busqué rápidamente algún modo de escapar. Sólo había una ventana. Me precipité hacia ella, pero estaba asegurada y, por más que tiré de ella con todas mis fuerzas, no logré abrirla. Pateé con fuerza el piso, desquitándome. Como último intento, corrí hacia la puerta para evitar que, sea quién fuere, entrara.


Bastó con un par de empujones para que la puerta se abriera y yo cayera de cara al piso de madera pulida. Tras la puerta emergió una figura curvilínea revestida de plateado, que brillaba a la luz de la luna que se filtraba en la habitación. Una mujer con rostro inexpresivo, mayor que yo, vestida con ropas lujosas, entró en la habitación, estudiándome de pies a cabeza mientras avanzaba y yo tensaba los labios con desconfianza y pensaba en cómo rayos había terminado allí.


–Ya despertaste –murmuró con una voz melodiosa aproximando una mano hacia mí, pero retrocedí, tal vez ella era una cómplice de los otros dos, no podía bajar la guardia– ¿Qué? ¿Me tienes miedo? –exclamó sin parar de avanzar hacia mí. Su rostro parecía compasivo y amable, eso era una mala señal.

–Disculpa pero, ¿Quién eres tú? ¿Qué es este lugar? –espeté, tal vez con demasiada mala educación, ya que ella arqueó una ceja y ladeó la cabeza extrañada.

–Te salvé –respondió tajantemente– Me llamo Maya, ¿Qué más quieres saber? –agregó con cierto fastidio, no era la reacción que ella esperaba de mí, evidentemente, ¡Pero no iba a besarle los pies y agradecerle llorando por "haberme salvado"!

–Muy bien, Maya –dije con cautela– Gracias por cuidar de mí... Pero debo regresar a mi casa –ella estudió mi rostro por un momento, sin mover siquiera un músculo.

–Ya veo. Temes que por ser una desconocida te haga daño. Descuida –dijo quitándole importancia con tono amable– Soy otra como tú.


No sabía exactamente de qué estaba hablando pero comenzaba a erizarme la piel con tanto misterio.


–¿De qué habla? –exclamé hablándole como le hablaría a mi profesora, aunque Maya no tendría más de 30 años.

–Bajemos a tomar un té y dialoguemos, eso ayudará –propuso con un ademán y una sonrisa agradable.

–Usted no entiende. Si no vuelvo ya a mi casa... –antes de que pudiera decir algo más, me dejó hablando sólo y bajó las escaleras en dirección a la cocina. Pude haber aprovechado a escapar, pero la intriga me ganó (además no quería ser muy descortés luego de que "me salvara" o lo que sea).


Bajé tras ella por una escalera caracol y me guió amablemente, demasiado para mi gusto, a la cocina. Se detuvo a preparar un té de hierbas mientras que yo me sentaba con cierta desconfianza en la pequeña mesa redonda de la cocina. Aproveché a estudiar todo a mí alrededor. Varias pinturas, un par de fotos viejas enmarcadas, un florero en la sala y, para mi sorpresa, un gato negro con un collar rojo del que colgaba un cascabel. Él se me acercó para acariciarse en mis piernas, pero yo lo evadí con temor, Maya, que se encontraba de espaldas a mí, rió por lo bajo.

Los Gatos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora