Capítulo 32 - Mamá, soy un brujo

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Abrí los ojos como platos. Mil sentimientos cruzaron mi mente en ese momento: impotencia, miedo, frustración, vacío y una preocupación incomprensible que me heló el corazón casi al instante. Mi madre, la mujer que me dio la vida y cuidó de mi durante 15 largos años había perdido el equilibrio en lo alto de una escalera...

Mientras ella ahogaba un grito, pensé durante una milésima de segundo: "Oh, no, oh no, oh no... Diablos, ¡Está cayendo, maldición! ¡Debo salvarla! Pero... ¡¿Cómo?!  ¡¿Qué hago?!"  me pregunté, sumido en una lucha interna "¿Si hago magia ella lo notaría? Por supuesto que sí... ¿Qué dirá?  Estaré en problemas. No, no puedo arriesgarme... " me dije a mi mismo, podría costarme caro "Pero si no... ".

Dejé escapar el aire contenido en mis pulmones y en menos de un segundo decisivo, abrí mi boca y grité un hechizo, empeñando todo mi poder en ello. Logré así que ella se detuviera en seco, suspendida en el aire, y lentamente bajara levitando, justo antes de golpear contra el suelo helado. 


Suspiré aliviado, casi cayéndome sentado por el agotamiento, mientras ella gritaba aterrorizada, totalmente conmocionada por el accidente, pero a salvo.


Cuando al fin se dio cuenta de que no estaba cayendo en picada, comenzó a preguntarse qué estaba ocurriendo. Abrió los ojos lentamente y miró hacia abajo. Gran error.


–¿Qué...? ¡¿Qué es esto?! ¡Qué es esto! ¡Bájenme! –vociferó a escasa distancia del suelo (levitando gracias a mi magia) gritando y pateando al aire– ¡Auxilio! ¡Archie, ayuda! ¡Ayudame! –suplicó.

–¡Tranquila, mamá, ya estás a salvo! –exclamé intentando calmarla, pero no paraba de debatirse en el aire. Por un momento sentí el dolor de ver a mi madre sufrir, a pesar de que no le ocurría nada malo, el solo verla gritar asustada me dolía hasta lo más profundo.

–¡No! ¡Quiero bajar! ¡Bájenme ya mismo! ¡¿Qué está pasando, Archie, por qué diablos estoy en el aire?! –se tomó de las sienes llorando conmocionada.

–Está bien, tranquilizate. Ya te bajo... –le comuniqué en tono sereno y ella se cubrió el rostro con temor. Extendí mis manos hacia ella y, a la vez que entonaba las frases adecuadas, la hice descender hasta que reposó suavemente sobre el césped húmedo.


Se descubrió los ojos y miró aliviada que ya estaba en el piso. Su labio inferior aún temblaba. Mis amigos la miraron expectantes.


–¡Oh, al fin! ¡Tierra querida! –exclamó al cielo al darse cuenta de que estaba pisando tierra sólida y segura, luego besó el césped. Arqueé una ceja mientras Bárbara ponía cara de repulsión y Kevin reía. Mi madre parecía un conquistador español al llegar a tierra.


Me senté junto a ella y la abracé, tranquilizándola. Una vez que pasó su histeria y confusión, emergieron las preguntas complicadas...


–Es un tanto complicado... –contesté con una sonrisa inocente a sus preguntas– ¿No quieres tomar chocolate caliente y hablar luego? –sugerí con una sonrisa. Ella me miró expectante.

–Ayuda –dije a Bárbara sólo moviendo los labios. Ella se sentó a nuestro lado, mientras Kevin recogía las luces que yacían dispersas por el césped frío.

Los Gatos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora