Capítulo 27 - Incógnitas

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Abrí los ojos de pronto y me incorporé de un brinco. Estaba bañado en sudor y mi corazón latía a toda velocidad, había tenido una terrible pesadilla. Me desperté confundido, no recordaba que día u hora era. Me froté los ojos, tras desperezarme, y tomé mi celular de la mesa junto a mi cama. Luego parpadear varias veces seguidas y de recobrar la vista, me fijé en la fecha y hora: 6:40 a.m. del 1 de noviembre.

Me quedé atontado mirando la pantalla, no comprendía que había pasado, ¿Cómo había llegado a allí y qué rayos había pasado con la fiesta de Halloween? No recordaba nada al respecto. Mi último recuerdo era estar siendo ignorado por Bárbara y Clear, luego tenía una laguna mental que me provocaba jaquecas y lo próximo que se me venía a la mente era una horrible pesadilla, veía brujos, anti-brujos, monstruos y espíritus malignos combinándose contra mí, tratando de someterme. Me levanté como pude y fui al baño, me mojé la cara una y otra vez y me cambié mi sudado y oscuro pijama por una bata gris.


Sentía un cierto vacío en mi interior, era extraño, como si algo me faltara. Había algo que me hacía sentir incómodo y no podía identificar qué. 

Obviando mis pensamientos, bajé a comer algo. Supuse que más tarde mi mente se aclararía, tal vez algo de lo que había comido me había afectado. Abrí el refrigerador, nada me atrajo demasiado, así que tomé un vaso de jugo de naranjas. Se me revolvió el estómago y escupí en el fregadero.


–¿Qué rayos me pasa? –dije para mí mismo tomándome el estómago.


Subí a mi habitación y me eché en la cama. Tomé mi celular y pensé inmediatamente en llamar a Bárbara, pensando que tal vez ella podría saber algo de qué pasó anoche. Luego de reconsiderar mil y una veces qué me haría ella si la despertaba a mitad de la noche, cobré valor y marqué su número, arriesgando mi vida.


–¿Hola? –contestó ella al otro lado con voz ronca.

–Hola, Barbie, soy yo, Archie –ella no dijo nada durante algunos segundosy comencé a mordisquear mi labio.

–Oye... ¿Te encuentras bien? –preguntó con desaire, ya comenzábamos mal.

–Pues, a decir verdad, no tanto.

–Vaya noticia –comentó ella con desdén, arqueé una ceja e hice una pausa. No sabía de qué me había perdido, pero supuse que estaba en problemas con ella.

–Bueno... Me desperté hace un rato y me di cuenta que no puedo recordar nada... –tensé los labios e hice una pausa. Eso debía ser.

–¿Cómo dices? –indagó sorprendida.

–Eso mismo, no puedo recordar... –repetí repensándolo.

–¿O sea que no recuerdas...? –ella no terminó de formular la pregunta cuando la interrumpí.

–Lo último que recuerdo es haberte visto hablando animadamente con Clear, el resto es una laguna –admití con desánimo.

–Eso es un problema –confirmó ella, su enojo había sido reemplazado por preocupación, algo normal en ella, sonreí al darme cuenta de que ya no pensaba en matarme.

–¿Tú... sabes qué ocurrió anoche? ¿Por qué no recuerdo nada? –inquirí esperanzado en lo que ella supiera.

–No lo sé –admitió con pesadubre– pero sí sé lo que hiciste anoche.

–¿En serio? –pregunté.

–Sí, ¿Cómo no hacerlo? –respondió junto con un suspiro desidioso– Mientras tú arrasabas con la mesa de bocadillos, Joseph y Ethan nos dieron un recorrido guiado por su gigantesca casa.

–¿Más grande que la mía? –indagué.

–Imposible –comentó entre risas. Luego hizo una pausa y regresó a su tono serio– ahora que lo pienso... yo tampoco recuerdo mucho de lo que pasó desde allí hasta que terminó la fiesta –informó, helandome la sangre.

–¿O sea...? –indagué palideciendo.

–No tengo idea –sentenció– lo último que recuerdo con claridad fue a Ethan dándonos un tour por su sala de estar repleta de objetos antiguos que sus padres, unos famosos arqueólogos, habían reunido a lo largo de los años –hizo una pausa mientras yo me imaginaba cada cosa que allí hubiera habido.


Un recuerdo brotó en mi mente.


–Espera... Creo que sí hay algo más que recuerdo –anuncié mientras me frotaba las sienes tratando de recordar, pero era extremadamente difícil.

–¿Qué cosa? ¿Tiene que ver con Ethan? –preguntó intrigada. Creo que ambos comenzábamos a sospechar lo mismo.

–¿Por casualidad... tú también viste algo así como un cetro plateado y celeste en sus manos?

–¿De apariencia antigua y casi que se visualizaba el poder que destilaba? –indagó revelando que había presenciado el mismo objeto que yo en manos del chico vestido de gladiador.

–Oh-oh... –solté mientras abría los ojos como platos y ella ahogaba un grito.

–¡Él debe haber sido!

–Pero... ¿Cómo? ¿Por qué lo haría? O mejor dicho... ¿Cómo? –quise saber, pero ninguno de los dos tenía la respuesta.

–Hay cosas que no hace falta preguntar –respondió Bárbara suspirando.

–¿Tú crees que él...? –deje la pregunta en el aire– ¿Pero por qué? Ni nos conocía, las probabilidades de que él...

–No lo sé con certeza. Pero Joseph parece ser más cercano a él que nosotros.

–Ya veo a dónde vas con todo esto –acoté con una sonrisa plasmada en mi rostro.

–¿Dentro de cuatro horas en su casa? –sugirió ella.

–Hecho –confirmé con alegría– hasta luego.

–Adiós –respondió y cortó la llamada.


Dejé mi celular en el cajón de la mesa junto a mi cama. Y me percaté de algo. Sentía que el corazón se me saldría del pecho. Dónde siempre lo guardaba antes de dormir, dónde nunca nadie lo veía, ya que casi nadie sabía de él, el antiguo reloj de bolsillo dónde hacía semanas había logrado hacer un hechizo y ligarlo al alma de Faivel Harper, mi abuelo, por el resto de mi vida, no había nada. Aquel reloj había desaparecido. 

Palidecí y mi pulso se aceleró. En mi desesperación, revolví todo, dejando mi habitación patas para arriba. Busqué en mi cama, distendiéndola, busqué en el baño y en el cesto de ropa sucia, en mi ropero y por cualquier otra parte de mi habitación. Efectivamente no estaba allí. Me di la palma de la mano contra la cara y suspiré, ¡¿Cómo era tan distraído para perder lo más importante que tenía?!


Entonces pensé... ¿Y sí no lo había perdido? ¿Y sí me lo habían quitado? O peor... ¿Y sí él me lo había quitado? Ahora esto era personal.


No pude volver a dormir, estaba tan tenso que no podía descansar. Di vuelta toda la casa y seguía sin tener idea de dónde había ido a parar el reloj que siempre llevaba conmigo, donde residía el alma de mi abuelo, ¡era mi más importante responsabilidad! Incluso si el poder que poseía caía en manos equivocadas... Yo pagaría las consecuencias y quién sabe quiénes más, todo por culpa mía. Maldije mi torpeza.


Llegada la hora acordada con Bárbara, nos dirigimos a la casa de Joseph con más de un fin.


Los Gatos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora