Aquella noche dormí bien, bueno, exceptuando alguna que otra pesadilla. El tema de "brujos contra brujos" comenzaba a ponerme extremadamente paranoico. No dejaba ni una sola ventana abierta, corría las cortinas, no atendía a números desconocidos que llamaran a mi celular, no abría la puerta si sonaba el timbre, antes de salir recorría todas las ventanas de la planta baja para asegurarme de que nadie extraño estuviera esperándome fuera (cosa que empezaba a incomodar a mis vecinos), también había hecho instalar toda clase de alarmas. Nada iba a entrar ni salir sin que yo lo supiera.
El domingo me dediqué a leer detenidamente (mejor dicho estudiar) el libro que Bárbara se había olvidado allí, sólo por curiosidad. Sabía que aquello era demasiado difícil de lograr, incluso hablaba de metamorfosis. No estaba ni cerca de tener tal poder, esa energía necesaria para hacer hechizos y cosas por el estilo. Créanme que más de una vez había intentado hechizos avanzados, ninguna había terminado bien. No es que simplemente no resultaba nada, sino que resultaba algo para nada deseado (mi mamá aún no se explicaba cómo se habían incendiado los rosales del jardín).
Así terminó mi fin de semana, con jaquecas, hechizos geniales, aunque un tanto peligrosos, que no podía hacer, amigos que terminaron un tanto traumados al igual que yo y un examen para el que no había terminado. Más tarde me enteré por medio de Bárbara que las jaquecas seguro eran por el uso excesivo de energía para la magia, yo no recordaba haber hecho mucho, pero para que darle vueltas al asunto. Me dormí temprano, luego de leer algún que otro apunto para el examen del siguiente día.
Me desperté a mitad de la noche luego de una pesadilla. Soñé con que me perseguían... otra vez. Esta vez me alcanzaban, me golpeaban y gritaban toda clase de insultos y amenazas. No querían matarme, querían algo de mí, o verme sufrir al menos. Miré el antiguo reloj que descansaba en mi mesa, dónde ahora estaba el alma de mi abuelo. Él siempre estaría para mí. Eso me transmitió algo de paz.
Bajé a tomar algo de jugo de naranja. Luego perdí el sueño, así que aproveché para estudiar un poco. Eran hojas y hojas de pura teoría aburrida e inservible, al menos a mí parecer, ¿De qué me serviría conocer los libros de Shakespeare? No lo sabía, pero debía aprobar de todas maneras. En algún momento a mitad de mi estudio, caí rendido sobre mis apuntes. Me desperté al amanecer, con los rayos del sol que entraban por mi ventana, al parecer había estado babeando mientras dormía porque mis apuntes y mi rostro tenían restos de saliva. Me dolía el cuello por dormir en una mala postura, traté de masajearme para aliviar la contractura.
Me preparé como todas las mañanas para ir a la escuela (¡Que divertido!). Iba caminando distraídamente por la calle cuando me crucé con Kevin. Él me saludo desde el otro lado de la calle y cruzó para ir juntos hasta la escuela.
–¿Oíste el nuevo rumor? –comentó haciendose el misterioso.
–¿Qué rumor? –pregunté sorprendido.
–Ah, cierto, no tienes internet... –dijo él tensando los labios, yo me encogí de hombros. Mis padres no aprobaban el uso del internet por la cantidad de "información basura" que entraba a la mente de cualquiera que navegara.
–Cuéntame tú entonces –propuse con algo de molestia, odiaba que no me incluyeran en algo más.
–Bueno, relájate. Según una de las chicas de nuestro salón, que es hija de una profesora del colegio, y se enteró que hoy... imagina el redoble de tambores en tu mente...–dijo simulando tocar un tambor.
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Los Gatos Negros
Ficção CientíficaGatos negros, brujas, un pueblo encantado y leyendas. Todo está conectado. La historia de Archie, un muchacho que llega inesperadamente a su nuevo hogar en la misteriosa ciudad de Salem, conocida por sus legendarias historias de brujas en la antigüe...