Capítulo 40 - Traición

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–¿Qué has hecho? –me gritó a la vez que me asfixiaba.


Pero se detuvo al ver que ya estaba hecho. El alma de mi abuelo se había intercambiado para liberar la de su madre. Ethan me liberó y sonrió con expresión triunfal. El rostro de Ann también se iluminó.

– ¡Funciona! –exclamó alegremente.


Una nube de pura energía mágica se cernió sobre nosotros, como si fluyera en círculos, iluminando con intensidad toda la habitación. Era la energía del alma de mi abuelo (no podía creerlo, ¡Sí que brillaba!).

Tosí y luché por recuperar el aliento (repito, odio a ese chico). Me levanté tambaleante y lo fulminé con la mirada, los ojos me pesaban, me dolía la cabeza más que antes y costaba mantenerme en pie.


–Ya casi está hecho –murmuró al ver que la luz, la energía procedente del alma de mi abuelo, fluía descontroladamente– Archie, ahora tienes que pronunciar la última parte del encantamiento –demandó el pelirrojo tendiéndome un libro.

A regañadientes hice lo que él quería, mientras antes terminara, antes quedaría libre y salvaría a todos mis seres queridos. Inspiré profundamente y me acerqué lentamente al libro.


–A ello –murmuré entre dientes y cerré los ojos para pronunciar las palabras del hechizo con total concentración– Klaatu barada nikto...


El brilló se intensificó y, en una especie de explosión, se dividió en dos hazes la energía, uno de ellos salió disparado directo hacia mí. Me estremecí a la vez que sentía una descarga recorrer mi cuerpo. El otro haz sin más cayó en la polvera.


Ethan observaba todo atentamente, con una sonrisa maliciosa. Su plan estaba resultando a la perfección. Ann observaba con cautela y cierto pesar, como si no estuviese convencida de que funcionara. Él me dedicó una estúpida sonrisa plasmada en su rostro. Arqueé una ceja con desprecio.


Tras unos segundos silenciosos, en los que me incorporé y di mil vueltas al asunto en mi mente, una voz rompió el silencio que reinaba en la habitación.


–Es la hora –exclamó Ann. Miró a su hermano sugerentemente, quién revisó su reloj de mano y asintió con oscura alegría. Sus cómplices también parecieron alegrarse.


Por unos segundos me quedé pensando en qué estaban planeando que yo no sabía. Repasé el ritual. Técnicamente, por lo poco que había investigado al respecto (ya que no pensaba tener que usar hechizos que incluyeran ningún tipo de alma alguna vez más, o sea, ¡Eran almas!) En los rituales que incluyen sacar fuera o encerrar almas en algo, terminaban simplemente al liberar esa alma. Pero... liberar no era lo mismo que traer de vuelta...


–Espera... –mascullé– Si solo está su alma dentro... ¿A qué cuerpo va a ir a parar? –inquirí alarmado. Él sonrió. Negué una y otra vez con la cabeza, retrocediendo estupefacto. Sentí mi corazón partirse a la mitad.


Una puerta apareció de la nada frente a nosotros. Dos figuras emergieron de la oscuridad. Unos rizos rubios fueron lo primero que vislumbre, luego un rostro que esperaba jamás tener que volver a ver, sonriendo tétricamente. Pero tras ella había alguien más, con una mordaza en la boca y las manos atadas con cuerdas. Un escalofrío descendió por mi espalda. La puerta se cerró tras ellas.

Los Gatos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora