Capítulo 37 - Como por arte de magia

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Comenzamos a caminar a través el jardín en dirección a una banca, lo suficientemente alejados de mi familia, no necesitaba a más entrometidos (En especial a David).


–Ahora sí, tenemos que hablar seriamente –dije mirando a Clear y Bárbara. Ellas se miraron con rencor mutuo– Si siguen peleándose así no llegaremos a ningún lado. O sea, chicas, ¡Es navidad! ¿Dónde está su espíritu navideño? 


Ellas cruzaron miradas expectantes y me miraron como si quisieran decir "no esperes nada de nosotras". Suspiré frustrado (¡¿Quién me manda a tener amigas?!).


–¡Sólo pido algo de paz! –exclamé alzando los brazos al cielo. De un momento a otro, ellas ya estaban luchando por contener la risa, al menos ya no parecían querer matarse (¡Punto para Archie!).


Estaban por decirse algo la una a la otra justo cuando el cielo tronó con una fuerza poco usual y la lluvia volvió a hacerse presente. Me agaché como reflejo, aturdido por el significativo trueno. Bárbara abrió los ojos de par en par a la vez que se abrazaba a sí misma. Clear tenía cierta expresión de pavor en el rostro. Los tres teníamos malas experiencias con las tormentas, en especial las de esa magnitud.


El cielo volvió a tronar, aún más fuerte, y caímos al suelo aturdidos, me sacudí en mi lugar. Un haz de luz convirtió la noche en día durante unos determinantes segundos. Tragué saliva y volteé justo para presenciar algo que ya había visto una vez y esperaba no tener que volver a ver. 

Un rayo gigantesco surcó el cielo nocturno y cayó exactamente sobre el techo de mi casa. Sentí vibrar mi cuerpo con el sonido que provocó, al igual que el suelo y, por ende, la mansión. Mis oídos zumbaban. Me paré como pude y me aproximé corriendo a mi casa, todo había quedado a oscuras.


Estaba llegando a la puerta cuando oí la clase de sonido que produce algo pesado al deslizarse por el tejado. Levanté la cabeza, con intriga infantil, y apenas pude divisar qué era. De lo alto del techo se había desprendido una de las esculturas, pero no cualquiera de ellas, sino la que estaba en la parte más alta del techo, la de un gran gato.


No sé qué pasó por mi cabeza, pero me quedé parado allí, como si nada extraño sucediera, solo observando cómo caía desde lo alto la dichosa estatua, ignorando el peligro. Antes de poder reaccionar, la estatua que caía velozmente sacó de lugar varias de las tejas. Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde para reaccionar. Una teja voló a una velocidad considerable hasta dar exactamente contra mi cabeza. En efecto, me desmayé al instante (¡Noqueado por una teja! Qué vergüenza...).



Abrí los ojos y di un respingo, pero poco pude moverme. Al instante sentí latir mi cabeza y hasta parpadear me dolía, me quejé.


–¡Archie! –exclamó una voz a mi costado, era Bárbara. De un salto se paró a mi lado.


Miré a mí alrededor, evidentemente estaba en una sala de hospital, o algo por el estilo.

Llevé la mano a mi cara y palpé cada rincón de ella, tenía una gran hinchazón y más de un hematoma, eso seguro. Bufé y me dejé caer de nueva sobre la mullida almohada.

Los Gatos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora