Capítulo 36 - Interrupciones des/agradables

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Sentía mi corazón latiendo con fuerza y mis manos temblar a la vez que giraba el picaporte broncíneo con temor. Abrí la gran puerta de madera y me atreví a mirar más allá, enfrentándome a la posibilidad de encontrar a cualquier enemigo que se hubiera enterado de que estaba toda mi familia aquí o algo aún peor...

Mis ojos verdes se encontraron inmediatamente con unos oscuros e hinchados resguardados tras unos lentes. Lo miré de pies a cabeza. Era un... Repartidor de pizzas zombi.


–¿Sí...? –aventuré mientras lo escrutaba de pies a cabeza. No era realmente un zombi o un tipo disfrazado de uno, implemente era un muchacho enfermo al punto de ser igual a uno. Mis tíos no exageraban con lo de la epidemia que azotaba Salem.

–Pedido para "David". Serían $10 –comunicó él mientras tosía. Di un paso para atrás.

–Un momento –respondí con cortesía y entorné la puerta. Esta vez iba a matar a mi "querido primo".


Caminé a paso firme hasta la sala de estar y me encontré a mi primo charlando alegremente con Clear, contando por milésima vez su experiencia ganando los torneos de fútbol a nivel nacional.


–Te buscan en la puerta –informé con una sonrisa digna de un psicópata, apretando los puños para no saltarle a la yugular. Apenas había llegado hace unas horas y ya estaba absolutamente harto de él (como siempre).


Él suspiró con desgano y fue a recoger su pedido.


–¡¿Quieres decirme qué haces charlando con él?! –le recriminé a Clear en su corta ausencia.

–¿Qué te molesta tanto? –rebatió mi supuesta amiga. La miré ceñudo y ella me devolvió una sonrisa.


David reapareció con su amada pizza en manos.


–¡¿Para qué rayos quieres pizza si mi madre hace horas está cocinando de todo para la cena?! –él se encogió de hombros ante mi pregunta. Rodé los ojos con hartazgo (lo que hubiera dado por un hechizo de teletransportación para él).


Me dejé caer con fuerza en el mullido sofá y suspiré con rabia, mordiéndome la lengua para controlarme antes de que hiciera algo de lo que posiblemente no me arrepentiría luego. Alcancé a saborear mi propia sangre antes de llegar a calmarme. Clear me palmeó el hombro, apiadándose de mí y David se limitó a devorar su pizza.

En la esquina de la sala brillaba el árbol navideño que hace días había armado junto a Henry y, bajo él, decenas de regalos envueltos en papeles brillantes con moños rojos. Todo transmitía ese aire festivo que tanto me hacía falta.


David eructó con grosería, dejándonos a mí y a Clear estupefactos. Puse los ojos en blanco y me di la palma de la mano contra mi cara. Mi tía pasó junto a mí y me miró detenidamente. La miré expectante.


–Estás muy tenso, Archie –resolvió pensativa– ¡Necesitas un masaje! –exclamó con una sonrisa brillante.


Antes de que siquiera pudiera responder, ella ya tenía las manos sobre mi cuello estrujándome. Entre quejidos e intentos fallidos por zafarme, me obligó a recostarme a lo largo del sofá y comenzó a aplicarme supuestos masajes y cánticos que un chamán le había enseñado para alejar los males (¡Que suerte tengo...!).

Los Gatos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora