Los Gatos Negros

Capítulo 39 - Intercambios

La niña dedicó una miraba rencorosa a su hermano mayor.

–Gracias por avisarme, tonto –lo reprendió con su aguda voz. Él la miró con desprecio.

–¡Es tu responsabilidad recordar la fecha! –replicó él– Ahora cierra la boca, ya casi es la hora –expresó con determinación. Yo apreté los labios y alcé las cejas (para ser el secuestrado allí, sentía que me prestaban poca atención).

Aproveché el momento de distracción para rebuscar en mi memoria algún hechizo, algo que me salvara, algo que no fuera lo suficientemente estúpido como para matarme y condenar a todos los que me importaban (bueno, tal vez sí). Pero todo era demasiado peligroso. No podía simplemente arriesgar a tantos inocentes, esto era entre aquellos psicópatas y yo, él nuevo brujo de la familia, Archie, "el representante del legado de la familia Harper".

Ahora debía pensar cómo recuperar el alma de mi abuelo. En más de un libro había leído los... "usos" de un alma en la brujería, por eso sabía de antemano lo que Ethan esperaba que hiciera. Sabía bien lo que él haría.

Tosí para recuperar la atención de todos, mientras continuaba ideando un plan (o lo intentaba).

–Disculpen, pero me siento un poco excluido –informé con una sonrisa inocente.

–Veo que ya estás listo a ayudar –señaló Ethan con una mirada victoriosa.

–Aún tienes que decirme exactamente qué quieres que haga, ¿cómo quieres que te ayude si no? –expuse.

–¿Tan mal haces esto? –comentó Ann, mirando fulminante a su hermano. Él optó por ignorarla y seguir sonriéndome, aparentando amistad.

–A eso iba –dijo Ethan dedicándome una mirada placentera– Es muy sencillo. Yo te diré paso a paso qué hacer, tú lo haces, obtienes más energía mágica, curo a toda la ciudad y tu familia sale ilesa y feliz de todo esto.

¿Curar a toda la ciudad? ¿O sea qué...? Maldije para mis adentros. Sí, efectivamente era eso... Detesté y detesto a ese chico. Pero me encontraba entre la espada y la pared.

–¿Y qué seguridad tengo de qué no me engañaras? –expuse con desconfianza.

–Mi palabra –respondió Ethan con seriedad.

Acto seguido pronunció las palabras, una promesa mágica por así decirlo, repitiendo lo que ya me había dicho, solo que en forma de encantamiento. Ahora estaba condenado por la magia a obedecer o ser destruido (según lo que dicen los libros). Cierta tranquilidad invadió mi alma (si eso era posible en aquella situación) y tuve que creerle.

–A ello –dije tajantemente.

Él sonrió con serenidad, sabía que cooperaría. Pero... yo soy yo y eso significa mucha mala suerte.

Se paró junto a mí, frente al altar, mirando hacia la polvera dorada y esférica. Tomó algo del bolsillo de su chaqueta y lo colocó al lado, era mi viejo reloj, el que jamás perdía de vista por obvias razones. Mi pulso se aceleró, debía actuar prontamente. Miré a Ethan, quién con determinación estudiaba ambos objetos, luego miré a Ann, su hermana, quién permanecía al margen de la situación. El resto de los sujetos oscuros, amigos de Ethan, permanecían inmóviles, atentos, pero expectantes.