Capítulo 3 - Secretos en la mansión

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Cuando oí el timbre supe de inmediato que era Bárbara llamando, así que corrí a abrirle. La encontré acariciando al gato negro que había visto el otro día, el cual al verme bufó y salió corriendo. 


–¿Ahora eres bruja? –pregunté a forma de chiste. Ella se limitó a reír de manera sarcástica. 


La invité a pasar (a lavarse las manos) y comer algo. Durante varios minutos, mientras comíamos galletas de chocolate a más no poder, estuvo apreciando la estructura de la mansión, desde la entrada hasta el comedor, hablando y hablando de su historia y otras cosas a las que no presté mucha atención (lo lamento, pero las galletas son más interesantes). Como habrán notado, recordar las cosas históricas no es lo mío. 


Cuando al fin nos dirigimos a las escaleras (tras poner rock a todo volumen para llenar los silencios incómodos, en caso de que se den) le pasé una linterna y subimos por los chirriantes escalones de la extensa y oscura escalera de madera. Rebasamos el primer piso, todo normal, continuamos ascendiendo hacia el segundo piso y de la nada oímos un maullido seguido de un ruido sordo.

Bárbara y yo nos miramos con los ojos redondos como platos del susto. Volteamos hacia la pared desde la que parecía haber salido el sonido. Todo parecía normal, sin nada fuera de lo común ¡Era sólo una pared! Pero Bárbara tal vez vio algo que yo no. La cuestión es que aproximó su mano a la pared y, de un movimiento, arrancó parte del tapiz. 


–¡Bárbara! ¡¿Por qué hiciste eso?! –exclamé atónito, si mi madre lo veía, me mataba. Me tomé de las sienes.


Pero entonces, posé mi vista en algo que sobresalía en la pared, como algo que se desprendía de ella. No, era algo que se desplegaba de ella... Como una compuerta metálica, escondida bajo el tapizado. No entendía que hacía eso en ese lugar, pero, sin pensarlo dos veces, llevé la mano hasta aquel rectángulo de metro y medio de alto que sobresalía como una puerta que dejaron mal cerrada y palpé el borde. Era metálico, frío y estaba muy sucio, se notaba que hacía mucho que nadie lo tocaba. 


–Una caja fuerte –supuso mi amiga observándolo detenidamente.

–No, sino tendría algún candado o combinación para abrirla, es algo más –contrapuse mientras trataba de abrirla o arrancarla, pero no lo logré debido a que estaba atascada al punto que parecía soldada. Apoyé mi barbilla sobre mi mano, mientras forzaba mi mente a sacar conclusiones.


Entonces seguimos arrancando el tapiz hasta dejar totalmente descubierta la puerta, no tenía ranuras, picaporte, siquiera una inscripción, solo era gran un rectángulo metálico, como una tapa. Ella me miró sugerentemente, como esperando a que hiciese algo. 


–¿Qué pasa? –indagué confundido. Ella puso los ojos en blanco con hartazgo, pero rápidamente deshizo el gesto y volvió a sonreír con incredulidad. 

–Déjalo, creo que no podemos hacer nada aquí. Continuemos.


Intentamos volver a colocar el tapiz y así sin más continuamos avanzando hasta el siguiente piso, haciendo de cuenta que nada había ocurrido. Me dirigí a la gran puerta de madera tallada. Tenía grabadas imágenes de extraños animales, mitológicos supuse, y otras decoraciones no convencionales, cosa que predominaba en esa mansión. 

Los Gatos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora