Capítulo 31 - Preparativos

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Lunes por la mañana y nuevamente en la temible escuela. Ya habían pasado casi dos meses desde el incidente con Ethan, desde ese entonces cada vez que veía a alguien de pelo rojizo salía corriendo (¡No, no soy paranoico, ya les dije...! Bueno, un poco tal vez).

La navidad se acercaba velozmente.



Me levanté de un salto y, luego de pasar por el baño y ver lo genial que me veía, bajé a desayunar. Me encontré con la mesa llena de todo tipo de comida. El árbol de navidad brillaba en todo su esplendor desde la esquina de la sala de estar. Incluso había muérdago sobre la puerta.


–Wow, ¿A quién esperamos? –indagué mientras miraba lado a lado sorprendido.

–¿Por qué lo preguntas? –rebatió mi madre mientras seguía colocando platos en la mesa.

–¿Hace falta aclarar? Todo está tan... festivo.

–¡Ya casi es navidad, hay que festejar! –respondió con su usual alegría– Además vendrá toda la familia dentro de unos de días –agregó mientras me tendía un plato de panqueques.

–¡¿Todo la familia?! ¿Por qué? –exclamé abrumado, odiaba las reuniones familiares (sobre todo luego de enterarme de que mis padres eran descendientes de familias de magos y, bueno, ustedes entienden).

–Sí. Vete mentalizando –soltó sin más con una gran sonrisa. Rodé los ojos. Mi padre no emitió palabra, estaba demasiado ocupado comiendo.



Me senté y acabé rápidamente con mi plato, dejando a mi familia comiendo sola. Tomé mi mochila y salí en dirección a la escuela. Por suerte ese día no estaba nevando, de todas formas hacía un frió glacial. Llevaba puesta una campera de cuero, guantes gruesos, botas oscuras y un gorro rojo que mi madre me había regalado con la primera nevada del año. Mientras tiritaba y arrastraba los pies hasta la escuela alguien saltó por detrás de mí casi haciendo que resbalé.


–¡Oye! –exclamé y un tibio beso se asentó en mi mejilla. Sonreí como tonto mientras Bárbara reía por mi reacción.

–¿Qué tal? –indagó con una sonrisa, parecía que todos estaban de buen humor menos yo.

–Supongamos que bien –dije sin más. Ella me miró con preocupación y enojo a la vez.

–Comienza a hablar –demandó. Caminamos algunos metros y tras un suspiró me di por vencido.

–Es por mi familia...

–¿Qué tiene? ¿Discutieron? ¿Te castigaron por algo? –quiso saber con preocupación.

–No, no. Es que... se reunirán todos por la navidad –sentencié con disgusto.

–¿Y qué tiene? Es lo común.

–Lo era. Hasta que me enteré lo que en realidad era mi familia, lo que era mi casa y lo que era yo –respondí tajantemente. Ella hizo una mueca.

–Te contaré una historia... –anunció. La miré sorprendido.

–Adelante.

–¿Algunas vez te conté cómo conocí a Kevin y Clear? –preguntó mirando a la nada mientras avanzábamos.

–En parte sí –respondí a la vez que frotaba mis entumecidas manos.

–En jardín de niños, cuando nos conocimos, inmediatamente nos volvimos amigos y comenzamos a jugar juntos, lo típico –yo asentí– En esos tiempos las cosas eran distintas, como nosotros. Pero no fue hasta un par de años después que curiosamente y simultáneamente encontramos cosas fuera de lugar en nuestras casas. Quiero decir, encontramos libros como los que abundan en la tuya, antiguos, amarillentos, extraños, incomprensibles... A esa tierna edad era imposible que no curioseáramos entre cosas así –agregó encogiéndose de hombros.

–¿Pero cómo supieron que sus familias eran...? ¿Cómo descubrieron que tenían poderes? Los tenían, ¿no...?

–Algo así –dijo tensando los labios– En resumen, lo descubrimos de la mala forma, se manifestaron sin más. A esa edad no era difícil creer en brujas y cosas por el estilo, así que simplemente jugábamos a serlo... hasta que dejó de ser un juego –calló al ver la escuela a pocos metros.

–¿Entonces?

–El resto es historia...

–¿Para qué me cuentas esto entonces? –volteó precipitadamente y me miró a los ojos.

–Para que entiendas que muchos brujos a la vez son poderosos, lo suficiente como para despertar su poder, pero toda una familia junta... –hizo una pausa y siguió caminando.

–Oh... Ya entiendo –murmuré, pero ella ya estaba lejos. Ahora sí tenía motivos para preocuparme.



Entramos a clase, la mitad de nuestros compañeros estaban ausentes.


–¿Qué pasó aquí? –pregunté asombrado mientras me sentaba junto a Kevin.

–Hola, ¡Al fin alguien! Todos están enfermos –sentenció con pesar.

–¿La mitad del salón? –inquirí sorprendido, era sospechoso–¿Qué tienen?

–Ni idea. Creo que es una especie de gripe avanzada que dejó a todos en cama.

–Ya veo... –murmuré apesadumbrado– Ojalá se recuperen pronto –deseé tensando los labios mientras observaba todos los bancos vacíos.


La clase comenzó. Pero hubo un pequeño problema. La profesora debió finalizar antes su clase y salir corriendo antes de vomitar, también estaba enferma de la misma gripe.


–Eso es nuevo –dijo Kevin sorprendido.

–¿También estará enferma? –aventuré preocupado.

–Ni idea y mejor no saberlo –contestó mientras el conserje limpiaba el pasillo.



Por la tarde volví a casa junto a mis amigos. Nos enteramos que Joseph también estaba enfermo, causa por la que su madre nos prohibió visitarlo, aseguró que podríamos contagiarnos o algo así. Ya parecía una epidemia mortal o algo por el estilo, eran muchos los enfermos.

Una vez en casa no tardamos más de un minuto en atacar la comida que abundaba en el comedor (cuando mi madre cocinaba, cocinaba suficiente para ejércitos).


Cuando nos hartamos de galletas y budines subimos a mi habitación para "estudiar" y no necesariamente para la escuela.


–¿Esto es todo lo que lograste? –indagó Kevin mientras revisaba algunas hojas de un libro que previamente había estudiado yo.

–Son diez hechizos, no exijas más –dije haciendo un ademán despectivo.

–En nuestros tiempos –dijo Bárbara poniendo voz de abuela– ¡Estudiábamos 10 hechizos por día y cocinábamos para nuestros nietos!


Reímos por su tonta actuación.


–¡Archie! –gritó mi madre a lo lejos. Bajamos corriendo para ver que necesitaba.

–¿Qué sucede? –dije buscándola de un lado al otro hasta dar con ella en el jardín– ¡¿Qué haces ahí arriba?! –exclamé al verla en lo alto de una escalera metálica, cargando metros y metros de luces por colgar.

–¡Creo que necesito ayuda! –exclamó haciendo equilibrio en los peldaños.

–¡Quédate quieta! –grité mientras Bárbara y Kevin corrían a buscar una escalera.

–No sé si eso sea posible... –murmuró mientras perdía el equilibrio. Se sostuvo como pudo– ¡Dense prisa!

Mis amigos venían rápidamente cargando otra extensa escalera metálica, pero tardaron demasiado.

–¡Mamá! –grité a la vez que ella perdía el equilibrio y caía de espaldas.


Los Gatos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora