Capítulo 43 - Un nuevo día

386 54 3
                                    



Ya era entrada la mañana. En silencio, desayunamos todos juntos en el comedor, pero nadie estaba de ánimos exactamente. Nadie hablaba, solo comíamos por necesidad. Vaya navidad...

 Habían pasado demasiadas cosas que debíamos terminar de asumir.


Luego de finalizar el desayuno, acompañé a mis amigos hasta la salida. Desde allí vi a los vecinos quitando la nieve de sus entradas, a los niños jugando afuera en el frío invernal y a los policías patrullando las calles mientras tomaban su café aún caliente. Extraordinariamente, todo había vuelto a la normalidad. Todos parecían haberse curado por completo de la inusual gripe y estar felices... menos nosotros. La conciencia aún me pesaba, sentía mi corazón hecho trizas y mi amor a la vida disminuir precipitadamente.


Kevin puso su mano en mi hombro, me dio sus más sinceras condolencias una vez más,  me agradeció por todo, saludó y regresó a su casa. Clear me abrazó, una vez más, con fuerza e ímpetu, me dijo lo mucho que lamentaba todo, me miró a los ojos con pesadumbre y se marchó de regreso a su mansión, le aseguré que su familia ya debía estar sana y ansiosa por su regreso. Quedé a solas con Joseph, sentados en los fríos escalones del porche, mirando a la nada y pensándolo todo.


–Lamento todo esto –murmuró él, yo miré al suelo sin saber que decir– Pero no es tu culpa. Tú no planeaste todo esto ni quisiste ver sufrir a nadie, no te mortifiques más, Archie, eres una gran persona –afirmó Joseph mirándome de reojo.

–Supongo –balbuceé con un nudo en la garganta, esbozando una sonrisa, pero las lágrimas no tardaron en aparecer. Cada vez que cerraba los ojos al veía a ella, a esos ojos dorados y esa sonrisa tan engañosa. No era justo, ¡No era justo!– ¡No es justo! –exclamé con un hilo de voz. Ella... no merecía esto... ¡No debía morir!

–No. No debía y te aseguro que no lo está. Aunque rehúses a oírme, te lo diré, siento claramente su energía fluir cerca de nosotros, ella aún no se fue, no está muerta... –informó con seriedad. Lo miré con mi antiguo escepticismo, era demasiado para creerle, pero permanecí en silencio– Ya encontraremos la manera de traerla devuelta... pero ahora no debes estancarte en pensamientos negativos, ¿Sí?

–No lo sé –respondí con un hilo de voz, arrugando mi entrecejo mientras me escondía detrás de mi flequillo y cerraba los ojos con pesadez– Pero muchas gracias, Joseph... eres un gran amigo –él sonrió tenuemente y empezó a remover las manos con inquietud.

–Y, Archie... –lo miré de reojo, sonaba nervioso.

–¿Qué sucede, Joseph? –indagué.

–Esto... No, nada –respondió dubitativo– Ya tengo que regresar a mi casa, mi madre debe estar preocupada...

–Está bien... –contesté haciendo de cuenta que le creía, de todas formas no estaba de ánimos para insistir– Hasta luego, Joseph.



Él se despidió con un gesto y se marchó velozmente, con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, se estaba guardando algo importante. Me quedé un momento más sentado allí, contemplando el paisaje invernal. Un maullido repentino me hizo dar un respingo y pegar un grito para nada masculino.


–¿Tú otra vez? –murmuré mirando con desidia al gato negro que se había sentado, indiferente, a mi lado– ¿Qué más secretos me escondes, criaturita?

Los Gatos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora