II - Espía del Planeta Vida

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Helen, asustada con la hipótesis que se cernía sobre su vida, fue hasta la ventana. Se quedó mirando al horizonte, en una tentativa de disimular lo que pasaba, y se sumergió en la mente de su abuela. Sintió el dolor, las preocupaciones, la angustia y el sufrimiento al pensar en su posible muerte, la amenaza de alejarse de aquellos a los que amaba.

En ese momento, Sophia la llamó, interrumpiendo la conexión:

— ¡Helen!

La niña la miró a los ojos.

— ¿Está todo bien, cariño?

— Sí. Por un momento viajé en los pensamientos con añoranza de mis padres y del abuelo Merko.

A partir de aquel momento, Helen percibió el gran poder que tenía. Pero de ninguna manera aquello era un fardo, algo a temer. Su mayor objetivo era ayudar a los suyos y el amor no causa fatiga. Al contrario, siempre nos muestra que somos más fuertes de lo que pensamos.

"¡No te preocupes abuela! Te vas a poner bien... esta enfermedad va a pasar."

— ¡Ay Dios mío! He oído otra vez la voz de Helen dentro de mi cabeza.

La nieta sonrió y dijo:

— Necesitas descansar.

Lorena la miró a los ojos como si estuviera llena de dudas en su mente.

Isabelita y Sophia sonrieron junto a Helen, encontrando graciosa, y al mismo tiempo extraña la situación.

— También creo que necesitas relajarte, sobrina. Tu nieta tiene razón.

En el aeropuerto de San José, los tíos de Lorena se despidieron de ellas con fuertes abrazos. Las tres prometieron que volverían así que fuera posible y continuaron viaje a California.

Dentro del avión, Helen empezó a entrenar su poder para pasar el tiempo. Pasó a leer telepáticamente los pensamientos de los pasajeros y se dio cuenta de la gran tensión que algunos sentían durante el viaje.

Miró a un señor que estaba tres hileras adelante y vio que este se había puesto una camisa por encima de la cabeza. En seguida se agacho, arrimándose al asiento de delante como si quisiera aislarse del mundo. La niña oía los latidos de aquel señor como si su corazón quisiera salirle por la boca. Y sin saber cómo, de alguna manera absorbió aquella sensación de miedo. Aquello le hizo daño.

— ¿Qué ha pasado Helen? ¿Está todo bien? – Le preguntó Sophia.

— Un poco de mal estar, pero ya se me va a pasar. Debe ser la altitud – respondió la niña mientras miraba el horizonte por la ventana.

— Relájate y descansa. De aquí a algunas horas estaremos en casa – susurró Sophia, que sonrió para pasar una sensación de tranquilidad.

— Echo de menos a papá y a mamá. ¿Dónde será que están ahora?

— Seguro que debe estar todo bien – Sophia intentó consolar a la niña.

Helen empezó a percibir que penetrar en la mente de la gente y depararse con sus sentimientos podía ser más doloroso que lidiar con sus propias emociones. Con un semblante triste, miró a la abuela. Se dio cuenta de la tristeza de Lorena tan fuerte que parecía aplastarla. Sintió la falta de sus padres allí, en aquel momento. Tal vez ellos pudieran ayudarla.

Lorena pidió un analgésico a la azafata y después de ingerirlo con un vaso de agua, arrimó la cabeza al respaldo y volvió a pensar en Merko. Ansiaba llegar rápido a casa y saber alguna noticia al respecto de sus familiares, de alguna forma. Incluso no sintiéndose bien físicamente, se sentía en la obligación de cuidar de las chicas.

Los Hijos del Tiempo 3 - La Batalla de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora