XV - Monstruo de Hielo

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Una vez dentro del laberinto, los jugadores tendrían que superar innúmeros riesgos, enfrentar o evitar obstáculos, además de entrar en un universo cibernético que, aunque fuera fantástico, era mucho más peligroso de lo que podrían imaginar.

Los ingenieros de computación de Mirov habían hecho un magnífico trabajo en la creación de aquel ambiente. Los dos comandantes descubrirían las trampas que les aguardaban en el enmarañado camino de luces diversas, mundos virtuales que bordeaban la realidad y elecciones que podrían ser fatales. Los hologramas mostraban a los espectadores lo que pasaba dentro del mundo virtual en el que Merko y Kirubi habían acabado de penetrar. El juego final tenía inicio.

El primero a encarar el desafío fue Merko. Midiendo el suelo en el que pisaba, penetró en el pasaje que se formó delante de él. Anduvo con cautela en un ambiente que, de repente, se quedó cercado de hielo. Pudo ver los árboles cubiertos de nieve y las montañas blancas en el horizonte. El viento frío sopló en su piel y balanceaba las ramas de los árboles secos.

Sintió, de repente, algo acercándose. Abruptamente, un soldado surgió por detrás de unos troncos leñosos y le disparó. El capitán se giró de lado en el último instante y el tiro le acertó en el cuello, dejando una pequeña herida de raspón.

Se hundió en el suelo escurridizo para situarse y ver a su agresor. Con las dos manos sujetando la pistola, ya en posición, disparó una única vez acertando el centro de la frente del enemigo.

Merko consiguió eliminarle y la imagen del militar despareció.

El capitán se puso la mano en el cuello y vio que no era nada serio, pero incluso así se pasó una crema cicatrizante, que sacó de un compartimiento que se abrió en el traje. Atento, continuó caminando con cuidado para no resbalar en la superficie casi vítrea, hasta que dos soldados más aparecieron, esta vez agarrándole y empezando una lucha corporal. Él se enlazó con los militares, dando una patada al primero y un puñetazo al otro, que contraatacó dándole en la cara, cortando los labios. Merko escupió sangre sobre la nieve blanca y el viento frío sopló en su piel, coagulando rápidamente la mancha escarlata del rostro. El capitán estiró el brazo de uno de ellos, que se acercó para golpearle y le lanzó por encima de su propio tronco, enviándole lejos. Este desapareció virtualmente al ser anulado.

El otro se levantó y saltó sobre el capitán agarrándole el brazo y le lanzó a unos dos metros de distancia. Después sacó una espada de una vaina en la espalda y se preparó para aplicar un golpe, cuando Merko rodó por el suelo y cogió su espada que había caído. Con la hoja levantada, el capitán se defendió de un golpe frontal, girándola de un lado al otro, cortando al enemigo en dos por la línea de la cintura. Aquel no le traería más problemas.

Pero Merko aún no estaba solo. Otro soldado se materializó en el suelo y se lanzó hacia el capitán que, con un único golpe, le decepó la cabeza con su hoja afilada.

Cuando respiraba hondo para buscar fuerzas, el capitán vio una piedra elevarse del suelo. Esta empezó a transformarse, unida al hielo, hasta convertirse en un gran monstruo. La criatura enseñó los dientes puntiagudos como si fueran estalactitas, andando en dirección al capitán. Era un gigante blanco, con el aspecto de un oso hambriento, rugiendo feroz para destruir lo que entrara en su camino. Las garras afiladas salieron de sus dedos gruesos y la cabeza aventajada se acercaba, creando una sombra amenazadora para cubrir al capitán que parecía un simple presa, lista para ser abatida.

El monstruo glacial, con un movimiento de su pata, le acertó a Merko moviendo el miembro de derecha a izquierda, lanzándole a una gran distancia, haciéndole colidir contra una roca y desmayarse. Después la criatura continuó avanzando, lista para pisotearle.

Los Hijos del Tiempo 3 - La Batalla de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora