XXXI - El Destino de Mirov

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Al ir al lugar en el que Mirov prendiera a Helen y Lorena, Dargan finalmente pudo sentir la real situación de estas. Se puso triste al ver a la pequeña y la abuela casi falleciendo. También mostró que aprendiera con los humanos sus sentimientos. Miró a Merko y a Nícolas, que estaban atrás en otra celda y sabía que no podía dejar aquello continuar más.

Mirov disfrazado de director Steighem, le acompañaba, así como sus hombres. Este no perdería la oportunidad de vanagloriarse sobre el capitán derrotado. Pero era hora de Dargan invertir el juego. Con la mirada llena de furia, miró a cada uno de los enemigos, que se creían dueños de la victoria. Levantó entonces el brazo y extendió la palma de su mano, girándola hacia delante. Como si una honda de energía saliera de sus manos, lanzó al director Steighem, Ann y los soldados todos contra la pared, al final del pasillo. Entre gritos, descubrieron que estaban inmóviles.

— ¿Qué es esto? ¡¿Qué es lo que estás haciendo?! – Mirov vociferaba sintiendo todo el cuerpo preso contra la pared, junto a los otros.

— ¡Cállate la boca, maldito! – Le respondió Dargan. – Ni deberías estar vivo, animal.

En seguida, arrancó los collares de los cuellos de Merko y Nícolas con el poder de su mente. Después puso la mano sobre la pared de vidrio de la celda de Helen y todo se resquebrajó, en pequeños pedazos que salieron hacia fuera, sin herir a ninguna de las dos. Con un gesto más, dirigió su fuerza telequinética hacia Helen y Lorena, haciendo que los collares se partieran por la mitad.

— No puede ser... ¡Tú no tienes ese poder, Dargan! – Vociferó un perplejo Mirov.

— ¡Realmente Dargan no lo tiene, pero yo, Merko, lo tengo! – En ese momento Dargan se transformó en Merko, para espanto de todos.

— Este fue un plan de Nícolas, Mirov, aquel que tú siempre subestimaste. Tú nunca desconfiarías que Dargan hubiera hecho un acuerdo con nosotros y cambiado de lugar conmigo.

— ¡Terráqueo maldito! – Gritó Mirov en voz alta. – Solamente podía ser tu hijo, desgraciado.

Mirov intentaba con todas sus fuerzas coger una pistola de dentro de su traje, pero sus manos estaban paralizadas con la telequinesis de Merko.

Lorena, aún débil y atontada, preguntó, apoyada en Helen:

— ¿Qué es lo que está pasando?

Nícolas abrazó a su madre con todo el cariño del mundo.

— Después te lo explicaremos todo, mamá.

— ¡¿Dónde está el cuerpo de Zara?! – Nícolas miraba a Mirov con desprecio.

— Si no fue lanzada al mar, debe estar en la morgue de la base – avisó Ann.

— ¿Dónde está? Ah, no necesitas responder. Ya he conseguido ver el camino en tu mente – Nícolas apretó los ojos y salió apresurado por el pasillo.

— El cuerpo de mamá... ¿Qué es lo que queréis decir con eso? – Preguntó Helen, con miedo de la respuesta. Ella vio a la madre cayendo, la sangre...

— ¡Yo la maté! – Mirov sonreía, destilando sufrimiento mientras pensaba en una manera de escapar.

— Mi madre... ¿Muerta? ¡¿Por qué?! – La niña empezó a llorar.

— Cálmate, hija – Nícolas volvió y la abrazó, intentando calmarla.

Él también empezó a llorar.

— ¡Tú hiciste eso! – Gritó la niña, encarando a Mirov, furiosa.

En el mismo momento, la pared donde todos estaban presos empezó a temblar. Como si Helen dominara cada partícula del organismo de Mirov y sus compinches, todos los órganos empezaron a retorcerse al mismo tiempo, causando un dolor insoportable. Muchos se desmayaron, algunos se mordieron las lenguas, en la tentativa de contener los gritos.

Los Hijos del Tiempo 3 - La Batalla de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora