Las sábanas se le enredaban entre las piernas mientras Noemi se retorcía en la cama; estaba excitada y también dormida profundamente.
Inconscientemente, se llevó la mano a su entrepierna y empezó a acariciarse suavemente en esa zona tan adolorida. En sus sueños, era la mano del desconocido que había conocido ésa noche, el que tocaba tan hambrientamente su húmedo sexo.
Gimió en cuanto se pellizcó tiernamente el sensible clítoris, apretándolo entre sus dedos índice y pulgar, para luego estirar un poco de él y a continuación frotárselo con la palma de su pequeña mano. En su mente, eran los labios del chico misterioso los que apresaban y tiraban del delicado botón hasta hacerla enloquecer.
Otro gemido escapó de su entreabiertos labios cuando alcanzó un violento clímax, que la hizo sacudirse encima de la cama y obligarse así misma a morderse el labio inferior para silenciar sus placenteros grititos.
Con la respiración entre cortada, abrió los ojos sorprendida por lo que acababa de hacer. No es que fuera la primera vez que se masturbaba, pero sí era la primera vez que lo hacía pensando en alguien en concreto y encima, con un total desconocido.
Lentamente, se levantó de la cama y fue al cuarto de baño y después de asearse un poco, volvió a la cama, más agotada que antes, pero por lo menos bastante más satisfecha y saciada. De nuevo, no tardó en caer rendida en los brazos de Morfeo.
Apenas soñó con algo en concreto, pero fugazmente en su subconsciencia, se le aparecían los ojos oscuros y profundos de su ficticio amante.
***
—Ángela... ¿Te importa si tenemos compañía? —preguntó John mientras avanzaba agarrado de la mano de una impresionante morena.
Ella se quedó paralizada y bastante anonadada, no se esperaba para nada un desenlace así. La morena vio en su mirada la indecisión y antes de que pudiera siquiera responder, habló con una adorable y sensual voz:
—Cariño, no tengas miedo —La vampira disfrutaba viéndola toda confundida—. Ricura, te haré sentir de todo menos de eso, créeme... —dijo con una mirada atrevida y una sonrisa pícara en su rostro.
Ángela nunca había hecho un trío, pero la idea de una noche loca y desenfrenada de sexo, le pareció muy tentadora...
La pareja se acercó a ella, que se encontraba sentada en el borde de la cama, semidesnuda, con la falda subida hasta las caderas y que los miraba atentamente.
Atribuyeron su silencio cómo una aceptación y no desestimaron la invitación. Entre los dos la desnudaron completamente en un abrir y cerrar de ojos. Pero no le dio tiempo a sentir frío, pues cuatro expertas manos le acariciaron su expuesto cuerpo, calentándola al instante.
Mientras John le abría con determinación las piernas y le apartaba los muslos, vio cómo la morena se quitaba el vestido y se quedaba completamente desnuda. Estaba claro que no había traído ropa interior y eso le pareció curioso, pero antes de que pudiera seguir pensando en algo más, la sensación de unos gruesos dedos separándole sus cremosos pliegues, le hizo desviar su atención para centrarse en el hombre que en ese momento comenzó a devorarla con la lengua.
Su gemido quedó silenciado por la boca de la morena que se cernía sobre ella y la besaba apasionadamente, mientras ella sentía todos sus labios ocupados a manos de sus amantes.
Alzó una de sus manos y acarició la cabeza de la otra mujer e introdujo sus dedos entre los morenos rizos de ella y se dejó llevar por todas las sensaciones que le recorrían en ese momento.
Con su otra mano libre, se acarició ella misma su endurecido pezón y lo presionó con fuerza para estimularlo más. Ese gesto hizo que la morena se separara de su boca y guiara la suya al otro pecho olvidado y con determinación, lo saboreó también.
—Esto se siente tan bien... —gimió mientras era devorada por esas dos criaturas tan sedientas.
John apartó la lengua de su centro y sustituyó esta por dos largos y gruesos dedos, que introdujo una y otra vez, mientras que con el pulgar, le frotaba y estimulaba su ya hinchado clítoris.
Así estuvieron bastante tiempo y cuando Ángela creyó que iba a correrse, John se separó de ella lo justo para desabrocharse los pantalones y quitárselos. Cogió un condón del bolsillo trasero de la prenda y con destreza, después de abrirlo y sacarlo del envoltorio, se lo colocó sobre su pene recto.
Con otro movimiento igual de rápido, se posicionó encima de ella y la penetró con su enorme miembro hasta el fondo y a continuación, comenzó a bombear con intensidad.
—Carolina... ven... —dijo John entre jadeos—. Acércate a mí.
La morena dejó de inspeccionar los pechos de Ángela y obedeció sin rechistar. En cuanto la tuvo cerca, John la besó con fiereza mientras le acariciaba uno de sus pálidos pechos y sonrojados pezones. La otra mano la tenía ocupada, sujetándose firmemente a la cadera de la joven humana.
John no dejó en ningún momento de pensar en Noemi, eran sus ojos los que creía ver cuando miraba a alguna de las mujeres que le estaban acompañando, incluso se imaginó que era el cuerpo de ella el que estaba poseyendo como un poseso.
Finalmente Ángela llegó al orgasmo de una forma violenta, cómo nunca antes había sentido y eso que a su corta edad, de tan solo veintidós años, había tenido mucha experiencia.
No había terminado de sentir los espasmos del orgasmo que aún replicaban en su saciado cuerpo, cuando John soltó a Carolina y se alzó sobre ella para besarla y lamer el cuello.
Sintió un ligero dolor placentero cuando él le mordisqueó suavemente en esa zona, excitándola de nuevo sorprendentemente.
John tragó con avaricia de la cálida sangre que emanaba de la herida que con tanto disimulo y cuidado había producido en la tierna carne de su nueva amante. Hasta que no se sació completamente, no se separó de ella lo justo para lamer las diminutas heridas creadas por sus puntiagudos colmillos y así, sellarla con su cicatrizante saliva.
Observó a Ángela, su cuerpo lánguido descansaba sobre la desarmada colcha de la cama, todavía tenía la respiración entre cortada por el acto que acababan de consumar.
Pero él no había acabado todavía, agarró a Carolina y después de quitarse el preservativo usado y tirarlo al suelo, la puso a cuatro patas. Desde atrás la penetró en su ya más que húmedo sexo y le dio duro, con salvajes embestidas.
Los vampiros no podían contraer ningún tipo de enfermedad, fuera sexual o no, eran inmunes. Tampoco podían tener hijos entre los de su misma especie, solo con humanos podían procrear, por eso no necesitaba anticonceptivo con Carolina.
Carolina aprovechó que estaba a escasos centímetros del sexo de Ángela, para saciar su lujuria vampírica, se agachó y comenzó a lamer la crema sedosa de la jovencita humana, que a su vez, estaba mezclada con la semilla de John.
Cuando no pudo aguantar más, hincó sus blancos colmillos en la ingle de la muchacha y succionó profundamente, llenándose la boca del apreciado y codiciado alimento que solo los humanos podían darle.
Ángela estaba cómo en una nube y no era consciente de lo que le estaba haciendo la morena, solo sabía que volvía a sentir placer.
Con una última estocada violenta, John llegó por segunda vez al orgasmo, aunque esta vez fue diferente, no le resultó del todo satisfactorio, pues tuvo que reprimir el deseo de volver a hincar el diente a la humana por temor a desangrarla. Ya era bastante que dos vampiros se alimentaran de ella en tan poco periodo de tiempo.
Una vez terminada la orgía, John ayudó a Carolina a vestir a Ángela, que estaba soñolienta y algo débil por culpa de ellos y después de pedirle con el móvil un taxi, se fue al baño a darse una ducha.
Estaba aún bajo el chorro humeante del agua, cuando oyó que llamaban a la puerta y Carolina atendía la llamada. Después de oír varios ruidos procedentes del otro lado de la puerta, escuchó a Carolina despedirse de él y a continuación, marcharse, dejándolo solo.
Una vez aseado y vestido de nuevo, agarró sus pertenencias y también se fue a descansar, esa noche había sido muy, pero que muy larga.