La Harley Davidson de John se abría paso entre el ajetreado tráfico, mientras se dirigía con destino a su casa. La mente la tenía ocupada con las imágenes de los sucesos ocurridos esa noche, desde el encuentro con ella en la discoteca hasta el ataque de los dos vampiros más malvados que había conocido a lo largo de su existencia. En todo ése tiempo, se había topado con algunos salvajes como esos dos tipos: vampiros sin escrúpulos, que no dudan en agredir y violar a sus victimas para saciar su sed y lujuria vampírica.
Afortunadamente, no habían muchos como ellos, o sino, ya hubieran llamado demasiado la atención, delatando de esa manera a los humanos sobre la existencia de ellos. De momento, los de su raza no querían darse a conocer.
Se rumoreaba que, los mandamás de su especie, tenían pensado darse a conocer tarde o temprano. Querían salir de entre las sombras y que fueran reconocidos como una especie más en este complejo mundo. Pero de momento, aún no se tenía nada claro.
Él personalmente, no quería salir del anonimato, aunque tampoco le importaba demasiado hacerlo. Solo quería lo mejor para los suyos y si los Gobernadores de todo el planeta creían que así lo lograrían, él no era quién para cuestionarlos.
Detuvo la moto junto a la puerta de la cochera, sacó el mando de la misma de su bolsillo y lo accionó. Al instante se abrió la gran puerta, exponiendo ante él un garaje enorme y repleto de vehículos caros. Le dio gas a su "nena" de dos ruedas y entró con ella al habitáculo. La estacionó en su respectivo lugar y después de quitarse el casco, se dirigió hacia las escaleras que daban acceso a la vivienda.
Sus cuatros compañeros lo estaban esperando en el salón, sus miradas eran cautelosas y llenas de preocupación.
—¿Se puede saber qué es lo que te pasa, John? —preguntó su primo Cristián—. No deberías interferir en la caza de otro vampiro, lo sabes.
—Va contra las normas —añadió su prima Micaela.
Él se quedó mirándolos fijamente, sopesando sus palabras antes de hablar.
—¿Y que queríais que hiciera? ¿Dejarlos tranquilos para que violasen a esas dos pobres chicas?
Durante un momento, todos los de la sala se mantuvieron callados, mirándose unos a otros. Finalmente, fue Carolina la que habló:
—¿Ahora nos vas ha hacer creer que eres un hombre honorable? ¿Que realmente te importa que unas jovencitas sean atacadas por unos vampiros? —dijo con ironía—. No, no lo creo. Lo que ocurre es que te gusta una de esas chicas, todo este lío es por ella... ¡Confiesa!
Los celos se habían apoderado de ella, y no es que le ocurriera eso muy a menudo, pero por alguna razón veía la relación que mantenía con él amenazada por esa insignificante humana. En la vida de John había pasado muchísimas mujeres, pero ninguna fueron nada más que un polvo de una noche para él, excepto ella. Con ella había "algo más", si no fuera así, no la buscaría tan a menudo, ¿no? Pero en cambio, por primera vez, él la había rechazado y tratado como si no fuera nadie. Carolina sabía con certeza que era debido a esa pequeña mosquita muerta.
—Ni a ti, ni a ninguno de los aquí presentes, les incumbe los motivos de mi comportamiento —dijo señalando con el mismo dedo índice a cada uno de sus compañeros—. No quiero volver hablar más del tema.
Se dio media vuelta y se dirigió a su habitación, zanjando el tema y dejando a todo los demás con las bocas abiertas y perplejos.
El único que después un rato se atrevió a irlo a buscar y entrar en su habitación sin llamar, fue su gran amigo Daniel.
—¡Ey!, ¿a que vino todo ese espectáculo? —le preguntó mientras tomaba asiento en el otro sillón que estaba libre y situado junto a la encendida chimenea.