Noemi tuvo suerte de encontrar a Daniel aún despierto, estaba apunto de irse a dormir, pues los vampiros solían descansar por las mañanas. Lo encontró en el salón recogiendo con ayuda de April, la mesa cubierta de palomitas; habían pasado parte de la noche viendo películas.
—¡Buenos días, Noemi!, ¿nerviosa por lo de ésta noche? —preguntó una entusiasta April.
—Tengo que hablar con vosotros —le dijo ella con la voz tomada por su reciente llantera.
—¿Ocurre algo, querida?
Noemi le contó todo lo pasado en las últimas horas, la visita de Carolina, lo que ella le contó, la discusión con John y su posterior desaparición. Les habló sobre lo de los billetes a Roma y la falta de ropa en el armario de John. Y según la opinión de sus amigos, también apoyaban la misma hipótesis.
—Tranquila, Noemi —comenzó a decir Daniel cuando notó que Noemi volvía a emocionarse—. Voy a llamarlo al móvil y hablaré con él. No puede comportarse como un chiquillo, le haré entrar en razón.
Sacó el teléfono y realizó la llamada, pero le salió el buzón de voz; John tenía su móvil apagado y eso era mala señal.
—Escucha, vamos a esperar a ver que pasa en el transcurso del día, si no aparece ni da señal de vida, iremos al aeropuerto en su búsqueda —dijo un Daniel muy preocupado con todo ese tema.
Se despidió de las chicas, que se quedaron juntas sentadas en el sofá y en silencio y fue en busca de su hermana. Carolina se había pasado en exceso y ahora tendría que pagar por ello.
***
Carolina estaba recién dormida cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe, chocando contra la pared y dando lugar a que se despertara. Daniel entró sin llamar ni ser invitado y se dirigió directamente hacia ella como un toro cabreado.
—¿Se puede saber qué es lo que te pasa, Carolina? —le espetó—. ¿Cómo pudiste hacerle eso a Noemi?
Ella se le quedó mirando, muda por el miedo que invadía su cuerpo, jamás había visto a su hermano así de enfadado.
—Con lo que ha hecho John por ti, por nosotros... —se corrigió—. ¿Y tú se lo pagas así, arruinando su relación con Noemi?
No dijo nada, sabía que no tenía excusa alguna y no quería enfurecerlo más.
—Nunca creí que serías capaz de tramar algo tan despreciable, me decepcionas. No sabes cuánto me avergüenzo de ser tu hermano...
Estaba demasiado alterado y solo tenía ganas de estrangularla, pero tomó aire con una profunda inhalación para calmarse.
—Quiero que prepares las maletas con tus pertenencias y te vayas de aquí —le dijo con una voz más tranquila—. Y no quiero que vuelvas nunca más, ¿me has entendido?
—¡No me puedes echar!, ¡ésta casa no es tuya! —refutó ella finalmente, después de ver que el asunto se le escapaba de sus manos.
—¿Y tú crees que John va a permitir que te quedes aquí después de lo que has hecho? —le dijo él sarcásticamente— Porque yo creo que no.
Ella lo miró echando chispas de rabia por los ojos, sabía que él tenía razón. Pero ya había pensado en esa posibilidad y tenía una solución para ello.
—Está bien, me iré de ésta casa de locos —dijo orgullosamente, con la barbilla alzada arrogantemente—. Me iré a vivir de nuevo con nuestros padres.
—Inténtalo si quieres —le dijo él muy serio—, pero cuando le cuente sobre tu pésimo y despreciable comportamiento, dudo que te acojan.
—¿No serás capaz de decírselo, verdad? —preguntó ella con una voz llena de preocupación.