Esa nochebuena, se presentaron a cenar April con su hermana y su madre. Llevaban haciéndolo los últimos tres años y ése año no fue una excepción.
La mesa estaba repleta de entremeses, la mayoría de ellos se trataban de suculentos platos de marisco. A Noemi le encantaban y esa noche tocaba cenar de plato fuerte Merluza a la Basca; un manjar para su paladar, sin dudas.
La conversación durante toda la cena, fue muy amena y tranquila. Después de un brindis para felicitar las navidades, su amiga y compañía, se retiraron a su propia casa a descansar.
Como a Noemi no le apetecía ver la programación de la televisión de esa noche y estaba algo molesta por no poder salir y reunirse con John, prefirió retirarse a su habitación en cuanto se quedaron solos. Además, ya eran pasadas las doce de la madrugada, así que se quitó la ropa nada más ingresar en su dormitorio y se puso su camisón blanco de franela.
Acababa de meterse entre las sábanas de la cama y cubrirse con la manta hasta el cuello, cuando un ruido en el cristal de su habitación la hizo levantarse. Se acercó lentamente hacia la misma y retiró las cortinas para asomarse y comprobar qué era aquello que la golpeaba.
Cerca de su ventana había un enorme y altísimo árbol. Noemi supuso que eran las ramas del mismo las que, debido al viento, embestían el cristal, provocando aquellos golpecitos en el cristal que la habían alertado.
Para su sorpresa, no era ésa la causa. Lo que produjo esos ruidos fueron las pequeñas piedrecitas que un hombre subido al árbol, en una gruesa rama, lanzaban contra su ventana. Debido a la oscuridad de la noche, le costaba distinguir los rasgos de esa persona, pero creyó reconocerlo.
Con una mirada llena de incredulidad, abrió la ventana y se asomó por ella.
—¿John?, ¿eres tú? —preguntó en voz bajita para que sus padres no pudieran oírla.
—Sí, Noemi, ¿puedo pasar?
Sin decir palabra alguna, ella se apartó del resquicio de la ventana para dejarlo entrar. Aunque no sabía cómo lo iba a lograr, pues la distancia que les separaban no era pequeña.
Antes de que pudiera si quiera pensarlo mejor, John se hizo paso entre las cortinas con gran maestría y entró en su habitación.
—¿Cómo lo has hecho?
—¿El qué? —preguntó éste mirándola sin entenderla, hasta que se dio cuenta de a lo que se refería—. ¿Llegar hasta aquí?
Ella asintió lentamente con un ligero movimiento de su cabeza.
—Muy fácil, saltando y calculando bien el aterrizaje —Ella le miró cómo si no creyera sus palabras—. En serio, como soy muy ágil y un gran deportista, se me va bien los saltos a larga distancia.
Le guiñó un ojo y luego giró la cabeza para inspeccionar la habitación. Una pequeña cama, con las sábanas desparramadas sobre ella, se encontraba en el centro del dormitorio. Una mesilla de noche con una lámpara todavía encendida y un despertador digital, se encontraba a la derecha de la misma. Enfrente estaba el armario empotrado y junto a él, se encontraba un escritorio con un ordenador sobre el mismo.
Después de su rápida inspección, su mirada se posó de nuevo en Noemi. Comprobó para su deleite, que ella estaba vestida solamente con un camisón, que se le pegaba al cuerpo.
Ella se ruborizó en cuanto se dio cuenta de que él la estaba mirando atentamente y encima, solo llevaba puesta la ropa de dormir.
A él le encantaba la forma en la que ella se ponía colorada, toda ruborizada. Ésta, toda cohibida, bajó su mirada y la clavó en sus pies desnudos, que en esos momentos estaban sobre una alfombra blanca.