Capítulo 8.2.

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Volví exactamente quince minutos antes de la media noche, la estación estaba alumbrada por luces de colores y árboles de Navidad, la gente pasaba a mis lados más sonriente que nunca, corriendo, riendo, soñando despiertos.
En el trayecto me puse a pensar mucho en lo que me comentó Magda: <No olvides que ahora no es tarde para nada> retumbó su voz en mi cabeza. La sacudí, ella tenía razón, Mark no me odiaba, si me llamó y me mandó tantos mensajes, si insistió tanto no veía por qué me odiara. Troté hasta una cabina de teléfono y lo descolgué dispuesta a llamarle. Saqué el monedero y al momento de ponerlo en la parte de arriba algo crujió al chocar con mis fríos dedos, fruncí el ceño y me paré de puntitas para ver. Era un papel amarillo con letras grandes que decían: "No olvides que ahora no es tarde, después sí. Un te quiero no siempre está de más. Todo ocurre por alguna razón, por más extraña que sea." Estrujé el amarillento papel con mi puño y metí las monedas. Marqué. Al tercer pitido comencé a desesperarme. Tres, cuatro, cinco, seis, siete...
—¿Diga?—Mark contestó del otro lado de la línea, con voz rasposa y cansada.
Me quedé de piedra, tratando de regular los latidos de mi corazón.
—¿Diga?—insistió.
—¿Mark? Mark, lamento... lamento...
—No digas nada—interrumpió—. Lo lamento, Vali, me comporté como un imbécil. No... no soporto esto, me está volviendo loco, el sólo pensar que... que tú...
—¿Qué yo te cambiaría? Sabes que no es así, ¿no confías en mí?
—Sí, sí lo hago, sólo que... me da miedo... tengo miedo.
—¿Miedo a qué?, ¿a que pueda acostarme con otra persona?—entrecerré los ojos al recordar aquello.
—Tengo miedo a perderte, a que te canses de mí y no me quieras más.
Mordí mi labio con fuerza, maldiciéndome una y otra vez.
—Sabes que eso nunca pasará.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo—suspiré, bajando la mirada.
Desenvolví el mensaje que me habían dejado anónimamente.
—Mark... No quiero problemas.
—Yo tampoco, en serio, trataré de cambiar.
—Cambiarás—repetí y me recargué en el anaquel—. Mark...
—¿Si?
—Yo...
En ese momento vi el reloj y vi que sólo faltaban cinco minutos para Navidad.
—Mark yo...
—Sé que no podremos hablar a las doce ya que estaremos con la familia pero...
—Mark, espera...
—Feliz Navidad, Crawford. Te amo.
Mordí mis labios con fuerza, quedándome totalmente de piedra, mi corazón no podía volver a su ritmo normal. Quité la mirada del reloj y apreté los ojos, dejando que lágrimas de felicidad y ternura resbalaran por mi cara. Era la primera vez que me decía que me amaba.
—¿Sigues ahí?—dijo tranquilo.
—Feliz navidad, Mark, yo... yo también te amo—sonreí, haciendo que las lágrimas se enjugaran en mis labios cerrados.
Colgué después de decir eso, algo en mí estaba descansando profundamente y sentí cómo un enorme peso se me caía de los hombros.
De inmediato, mi celular comenzó a vibrar. Era Taylor.
—¿Si?
—¡Feliz Navidad!—dijo riendo—. ¡Ahora mueve tu blanco trasero para acá y disfrutemos de la compañía familiar!
—Ya voy, idiota—reí y colgué para tomar el siguiente tren a mi casa.


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