Capítulo 6.1.

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Me dejé caer en el pequeño sillón de mi cuarto después de que Taylor se fuera a su habitación. Lina ya había regresado de su cita con Dewey y estaba sobre la cama leyendo sus libros raros.
—¿Cuándo dejarás ese libro en paz, Lina?—le dije, frunciéndole el ceño.
—Cuando los termine—dijo sin prestar mucha atención.
Levanté ambas cejas y fui directo a la cama hasta sentarme a lado de ella.
—¿Tienes muchos libros?
Ella me miró irónica y sonrió, mientras me daba palmaditas en el hombro.
—¿Sabes, Valerie? A veces pienso que eres muy inocente como para tener la edad que tienes. ¡Se supone que deberías saber más que yo!
Fruncí el ceño y ella comenzó a reír.
—Dime, ¿quieres leerlo?
La miré.
Página trecientos, ya casi iba a acabar. Comencé a morderme el labio mientras jugaba con la punta de la hoja del libro. Lina había estado sonriendo como boba desde que acepté leer algunas partes de sus libros. ¡Y cuando vi la hora ya eran las tres de la mañana! De repente, Lina me arrebató el libro de las manos y lo guardó junto con el de ella.
—¡Hey!—reclamé con el ceño fruncido—. ¡Ya lo voy a acabar!
—¿No que no te gustaba?—sonrió victoriosa y entonces la ignoré, dándome la vuelta para dormir.
—Cierra la boca, Lina.

Miré al cielo, las gotas de agua habían empezado a caer desde hace como media hora. Ya estaba empezando la hermosa época de lluvias, mi favorita. Bajé la mirada y vi mi vaso de café vacío, lo tiré y volví a meterme al salón de música. Cuando entré me topé con el chico de ojos bonitos.
—Hola—me dijo, nerviosamente.
Me sonrojé.
—Hola—respondí.
—Ah, venía a buscarte—dijo mientras metía las manos en sus bolsillos.
Lo miré expectante.
—¿Qué? ¿A mí?
—Sí. Necesito que me ayudes con algo del bajo.
—¿Con qué?—dije con recelo.
Él agachó la cabeza y sonrió. Me miró por debajo de sus pestañas y me tendió la mano para que lo acompañara al salón de música. Cuando llegamos al salón de música todas las miradas se clavaron en nosotros, incluso la de Anthony que, en cuanto me vio, dejó de tocar el piano y no paró de hacerme señas con las manos de que me mataría por lo que estaba haciendo con aquel chico.
El Sr. "Pestañas de chica" me condujo por el salón hasta llegar a la zona de bajos, tomó un precioso bajo blanco con negro y se sentó frente a mí de piernas cruzadas para que pudiera tocar mejor lo que le había dejado el maestro.
Observé con atención cómo sus dedos danzaban de forma sensual por el brazo. Era una canción lenta y romántica, acompañada de pequeñas pisadas que le daba un toque de sensualidad e inocencia.
Justo cuando iba a acabar, vi en qué se equivocó y entonces comencé a reír.
Él frunció el ceño.
—¿Qué?—dijo.
Oh. ¿Se molestó? Mi sonrisa desapareció.
—Mira, es muy fácil—tomé otro bajo negro que estaba a lado de mí—. Necesitas... necesitas...—repetía, mientras intentaba encontrar la tonada correcta—. Necesitas dejar más la última nota para que dé un buen final. En cambio, de ahí estás muy bien—sonreí y le mostré como se hacía el zumbido de la nota.
Media hora después el maestro nos pidió guardar los instrumentos musicales en la bodega. El Sr. Pestañas de chica me ayudó a guardar todo lo que habíamos utilizado para la melodía que él estaba por tocar en la clausura.
—Bien—dijo como si nada cuando guardó el último bajo. Se giró para verme—Ya acabamos—chocó las manos, algo así como sacudiéndose el polvo de los estuches.
Le sonreí.
—¡Genial!
—Eh... disculpa...
—¿Si?
Él sonrió.
—No he sabido tu nombre.
Me sonrojé.
—Me llamo Valerie. ¿Tú eres?
—John.
—Lindo nombre—arrugué la nariz.
Él rio y me sacudió la mano en forma de saludo.
John y yo estábamos por salir cuando un sonido sordo nos llegó por detrás. Volteamos instintivamente y vimos cómo un chico moreno de pelo largo y negro salía de entre muchos estuches de instrumentos musicales, con una guitarra acústica en la mano.
Él se giró a vernos y entonces, sonrió.
—Rider—dijo John, señalándolo con la barbilla.
—John—imitó su acción.
De repente clavó sus ojos en mí. —Valerie Crawford, ¿verdad?—me dijo sonriendo mientras me apuntaba con su dedo índice y con la otra mano sostenía su guitarra.
—Sí—sonreí—. Mucho gusto, Rider.
Él asintió con la cabeza.
—¿Vienes a taller de música?
—Sí—musitó John, clavando sus ojos marrones y oscuros en mí.
Rider rio entre dientes.
—Qué bien.
Yo sólo sonreí.
—Rider, tenemos que irnos. ¿Quieres venir?—apuntó la puerta con su cabeza.
Él negó con la cabeza.
—Me quedaré a hacer limpieza.
—Castigo del profesor de música, ¿eh?—dijo John con una ceja levantada y una sonrisa raramente seductora.
—Ajá—dijo, restándole importancia con un gesto de mano—. Espero volver a verte, Vale—me sonrió.
—Lo mismo digo—le dije y me despedí de él sacudiendo la mano. John se despidió de mí al salir del salón de música, me colgué la mochila a los hombros y, apenas puse un pie sobre el pasto del campus, las gotas de agua comenzaron a caer a cántaros, como tratando de matarme. Me abracé a mí misma y corrí por el estacionamiento tratando de buscar a Taylor y a Betty. ¡Dios, no estaban! Grité muchas maldiciones dentro de mí y giré sobre mis talones para poder acurrucarme en alguna jardinera a esperar que parara la tormenta. Iba a medio camino cuando la camioneta café de Reny se paró justo a mi lado, la ventana del conductor se fue bajando poco a poco, acompañada de un zumbido leve.
—¿Vienes?—me dijo Mark, que para mi sorpresa, todavía seguía en el instituto.
No me pude resistir así que subí y el motor comenzó a rugir bajo nosotros.
Mark dio vuelta en una esquina y tomó un paraguas de la parte trasera de la camioneta.
Lo tomé de la muñeca y lo miré.
—¿Qué haces?
—Voy a salir a comprarte al menos, una toalla—me dijo y jaló el paraguas, soltándose de mi agarre.
—¡No!
Él saltó en su asiento.
—¿Qué te sucede, Val? ¡Te vas a morir de frío! ¡Estás empapada!
—¡Ya me estoy muriendo de frío!—dije, volviendo a abrazarme a mí misma.
Mark sobó su frente con su dedo pulgar e índice. Yo lo miré ceñuda.
—No voy a tardar—dijo y salió de un brinco del auto.
—¡No, Mark!
Instintivamente abrí la portezuela y corrí hasta él. Las suelas de mis tenis azotaban contra los enormes charcos de agua, seguía lloviendo a cántaros y Mark no llevaba el paraguas que traía.
—¡Mark!—chillé—. ¡Vuelve al auto!
Él se giró rapidísimo.
—Valerie... ¡Dios, vuelve al auto, te vas a enfermar!
—¡Tú vuelve primero!—dije y me crucé de brazos, aún debajo de las gotas de lluvia que más bien parecían misiles sobre mi espalda.
Mark gruñó.
—¡Que Dios me ayude, Valerie!—corrió hasta mí y me cargó sobre su hombro.
Comencé a chillar y a dar patadas hasta que Mark me puso sobre mis pies porque ya no podía conmigo
—¡Valerie, vuelve al auto!
—¡Te vas a enfermar!
—¡Tú también!
Intentó cargarme de nuevo, pero yo me hice para atrás, tropecé con una banqueta y caí de sentón.
—¡Ay!—chillé y me levanté como pude.
Mark sonrió hacia mí y yo lo miré con el ceño fruncido por su acción tan poco caballerosa.
—¿Qué te pasa?—le dije molesta.
Él guardó silencio por un momento, contemplándome. Se veía sumamente atractivo bajo la lluvia: su ropa oscura y pegada y su esbelto cuerpo, sus pestañas llenas de gotas de agua en las puntas, sus ojos cafés brillosos, sus mejillas rojas y cubiertas de gotas cristalinas que le resbalaban hasta llegar al cuello; su pelo..., Dios, su pelo estaba mojado y jalado hacia un lado para que no le cayera en la cara. Sus ojos clavados en mí me quitaron el aliento por completo. De repente ya no me dio frío, pero aún así me abracé a mí misma.
—Te ves increíblemente preciosa—me dijo.
Fue imposible no sonrojarme. Mi enojo se había esfumado por completo.
—Mark, tengo frío.
—Sé mi novia—me dijo, con una pequeña sonrisa.
La sangre se me bajó por completo hasta la planta de los pies, mi corazón dejó de palpitar al mil por hora, incluso dejé de respirar. Lo miré expectante, totalmente atónita mientras él seguía mirándome con su perfecta y bien detallada sonrisa enmarcada en esa fina capa de labios rosados. Mis ojos sólo brincaban de sus ojos a sus labios y así sucesivamente. Tenía la boca seca. ¡¿Qué estaba pasando?!
—Movería cielo, mar y tierra por ti, Valerie, porque seas feliz y estés conmigo.
—No tienes que hacer esto—susurré.
—Te daría todo lo que quisieras. Te daré el universo entero si lo deseas—me volvió a mirar directo a los ojos. —No necesito que me des el universo—le dije en un susurro, mirando sus labios.
—No hace falta, tienes razón.
—Ni que yo lo ponga para ti. Mark...—retrocedí un poco.
—Te volviste mi mundo—dijo en voz baja.
Los azotes de las gotas de lluvia contra el pavimento acompañaban su melodiosa voz.
Y su declaración también.
—Escucha, Valerie, tal vez suene como un verdadero idiota después de todo lo que te he hecho pasar pero es verdad lo que te estoy diciendo—me miró y se acercó un poco más a mí—. Tú eres lo único que necesito, y es que al principio me aferré a la idea de que podrías ser una de las demás con las que andaba. Incluso no quise hacerle caso a los extraños sentimientos que jamás habían salido a flote por una mujer ajena a mí. Por eso me asusté la primera vez que me abrazaste, me asusté cuando Reny me dijo que tú ibas a ser la única capaz de tomar las riendas de mi vida y calarme como no tienes idea, me asusté cuando dije que te quería, me asusté cuando dejaste de hablarme, me sentí morir cuando vi que aquel chico rubio te besaba. Incluso ese día me sentí tan... tan mal. Tantas veces odié a Reny por las cosas que me decía pero lo odiaba porque tenía razón... Tenía razón en decirme que me estaba enamorando de ti. Y me enojaba porque el único en tener que aceptarlo era yo. Valerie, en serio, sé que soy un completo idiota pero creo que tú eres la única chica que me ha confundido con todas sus emociones y reacciones. Eres la única mujer ajena a la que soy capaz, completamente capaz, de respetarla y tratarla como alguien diferente. Diferente a las demás. Tú eres especial y siempre lo serás.
Mis brazos cayeron a mis costados como dos globos llenos de agua, tragué saliva y la garganta me ardió. ¿Qué estaba pasando? Mark Inglehart, el chico deseable, indomable, hermoso y adorado por todas las chicas se estaba entregando a mí en cuerpo y alma, transmitiendo sus sentimientos, sacando a flote a aquel Mark que jamás había visto en mi vida, el Mark sensible y el cariñoso. No imaginé que pudiera suceder esto, en verdad, me aferré tanto a la idea de que la relación se quedaría en un estado platónico que me tapé los ojos para no querer ver en lo que él se estaba transformando, y transformándome a mí. En ese momento recordé todo lo que la gente me decía sobre él, sobre lo miserable que era. No estaba segura de a qué se referían con lo de miserable pero de lo que si estaba segura, era de que lo decían porque no conocían ese otro lado de Mark. La gente no conocía a ese chico sensible e indefenso o yo no conocía al cabrón que vivía dentro de él. Antes de todo me forcé a taparme los ojos con los comentarios de los demás para no ver los secretos que él escondía. Pero justo en ese momento no sabía si lista para verlos, no porque lo quisiera, sino tal vez todo lo que tenía era miedo. Él me quería, y yo a él y de todas formas, yo me atendría a las consecuencias.
—No quiero perderte—me dijo, sin mirarme a los ojos.
Sobé mis brazos sin decir palabra alguna.
—Vamos Valerie, no me dejes aquí con la duda. Necesito saber que tú también lo quiere...
—Sí—dije sin más ni menos.
Él me miró con los ojos mucho más grandes de lo normal.
—Sí, sí, sí, sí, sí, sí—me repetí una y otra vez, convenciendo a mi conciencia de que todo saliera de una vez, sin penas ni molestias.
Él se me acercó y no retrocedí. Tomó mi cara entre sus manos y la acunó suavemente.
—Repítelo.
—Sí—le dije mirándolo a los ojos.
—¿Sí, qué?
—Sí quiero. Quiero estar contigo. Lo deseé desde que te vi por primera vez.
—Una vez más—susurró con la voz ronca.
—Te quiero—le dije.
Entonces él no dudó en estampar su boca contra la mía.
Sus labios eran suaves, estaban muy mojados por la lluvia y tenían un pequeño sabor dulce, mezclado con lo salado de las gotas de lluvia. Levanté mis manos y las coloqué sobre su pecho para que se cerraran, encarcelando con mis puños cachos de su ropa y así me fuera más fácil jalarlo hacia mí. Él encajó las uñas en los costados de mi suéter y me acercó aún más a él.
—Te necesito—me dijo, rozando su nariz con la mía.
—Estoy aquí—le dije, aún en la misma posición y con los ojos cerrados—. Te quiero.
Entonces pude sentir su corazón latir con mucha más fuerza y sus labios volvieron a tomar los míos desprevenidamente. Enmarañó mi pelo con una sola mano y lo jaló levemente para que pudiera lanzar la cabeza hacia atrás y besarlo con más facilidad. Me separé de él jadeando, la lluvia seguía cayendo entre nosotros y eso era increíblemente hermoso.
—Oye—le dije—. Sigo teniendo frío—sonreí.
Mark sonrió y entrelazó los dedos de sus manos detrás de la parte baja de mi espalda.
—Yo también tengo frío.
Me incliné un poco hacia atrás y volví a rozar mi nariz con la suya.
—Vamos a casa.

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